viernes, 30 de junio de 2006

Muerte entre las flores

Ayer sólo tuve ánimos para ver Muerte entre las flores. En principio, fue por el título, tan apropiado. En la película los gánsters dan órdenes y manejan a políticos corruptos y a policías serviles. A los políticos les gritan, les ponen plazos, los mueven de sus sillones, los readmiten con nuevas condiciones. A la policía la utilizan como mano de obra barata y feroz. La ley no importa y el pueblo aparece como unos extras insignificantes, que cruzan la calle o beben en los bares o juegan a la ruleta.

Pero también es una película sobre la fidelidad a pesar de todo. El hombre que mantiene esa débil llama no se va de la ciudad, recibe todos los golpes, le insultan, arriesga su vida, apenas duerme, no gana jamás una apuesta, y cuando le soluciona todos los problemas al jefe de la banda, su estúpido amigo (que, además, se casa con la mujer que él amaba), no sabe por qué lo hizo. Desde luego, no por interés personal. Y, sin embargo, le queda la dignidad de haber sido fiel, de haber luchado... Esta sensación fue con la que me acosté anoche, con la que hoy me vuelvo a levantar.

jueves, 29 de junio de 2006

España eliminada

Y no se trata de fútbol. Ojalá.

Fin de carrera

... Porque, amados discípulos, ninguna
de mis sabias lecciones pudo daros
más que triviales fórmulas y algunos
estereotipos que la gente ignora
ya que de otra manera no es posible
sacar ningún provecho de este docto
título que hoy gozáis. Es necesario
que esto quede muy claro para nunca
caer en los errores en que muchos
han caído de forma irreversible
y muy triste en lo que en mi modesta
opinión se refiere. De estas aulas
lo bonito sería que salierais
--amén de preparados para la útil
ganancia de un dinero-- con la mente
al menos respetuosa y bien dispuesta
para admirar las artes que al contrario
de cuanto os he enseñado... sí perduran.
[Historia Antigua. Víctor Botas]

miércoles, 28 de junio de 2006

Intrahistoria

Algunos miércoles toca refugiarse de las turbulencias de la política en la intrahistoria y de los fracasos del deporte de elite en la intimidad tomada con deportividad.

Pero que nadie se engañe: el repliegue no es una retirada. Se trata de ahondar en las raíces para florecer con más fuerza.

lunes, 26 de junio de 2006

Albada

Los modernos, como es sabido, sustituyeron la oración matinal por la lectura del periódico. Como no quiero dejar de ser eterno, compagino ambas cosas. La vida, declaró Ortega y yo repito de mala memoria, es una aspiración a no renunciar a nada. Pero, además, desde que, nel mezzo del cammin di nostra vita, he puesto un pie en la postmodernidad --que es selva oscura--, también trato de escribir muy de mañana mi entrada en el blogg. Y como todo se construye sobre el hombre a secas, antes he tenido que preparar el desayuno. Para colmo, el homo oeconomicus tiene sus razones (que el corazón entiende a medias), y ahora debo ajustar en mi agenda las últimas reuniones de evaluación.

Con tanto ajetreo, por muy temprano que uno se levante, lo que empezó como una albada, sólo acabará a media mañana, convertido ya en trotadora prosa de cada día, que es justamente lo que uno tiene que convertir en...

sábado, 24 de junio de 2006

Visita al oculista

Me ha recetado retórica: un colirio de lágrimas artificiales.

(Aunque si yo fuese político, la receta hubiese sido demagogia, que es lo mismo adaptado a los medios de comunicación de masas.)

Contra las bodas

Que no cunda el pánico. No voy a hablar contra las bodas homosexuales; así que los defensores de la diversidad y de la tolerancia pueden, por esta vez, guardarse la indignación que les entra cuando alguien piensa un poquito distinto. Simplemente vengo a quejarme de la abundancia de bodas heterosexuales, que sí se puede hacer.

Tampoco es que tenga nada contra el matrimonio. El día de tu boda es el más feliz de tu vida, dicen. “Sobre todo”, bromeé alguna vez, “de tu vida de ahora en adelante”. Me equivocaba: la cotidianidad conyugal depara días muy dichosos. De lo que de verdad estoy en contra es de las bodas, esto es, de la preceptiva celebración festiva del evento. “Qué misantropía”, dirán ustedes, “si sólo es una lógica noche de fiesta”. De sólo una noche, nada: desde que, varios meses antes, uno recibe la invitación, está condenado; además de agradecido. A partir de entonces, inútilmente intentará hablar de la manifestación de la AVT o de las peripecias de Maragall: la conversación se centra, por arte de magia, en cuestiones de vestimentas, de hoteles y de listas de regalos. Todo muy barato.

El día más feliz dura una infinidad de horas seguidas donde, como en el poema de Bécquer, se confunden los crepúsculos. Si pagaran un salario por asistir, sería un trabajo insoportable, que incumpliría todas las normas que regulan una jornada laboral digna. Cuenten las horas que se pasan de pie, conversando a voz en grito, saludando con cara de felicidad, bebiendo sin sed y comiendo sin hambre…

Desde la boda de Letizia, se hace mucho hannover, quiero decir, que se imita al famoso Ernesto saltándose la ceremonia religiosa para acudir directamente al convite. Grave error, porque la iglesia es el único sitio donde podrás estar sentado tranquilamente, deseando felicidad a esos aventureros que unen sus vidas, sin la obligación de dar carrete a un señor que te pusieron al lado.

A partir de ahí, todo es una vorágine de canapés y un vértigo de conversaciones. Enseguida olvidamos cuánto nos costó adelgazar y que, por cada copa, uno tendrá que tomarse al día siguiente un vasito efervescente con paracetamol. La fiesta no acaba nunca porque, cuando por fin decidimos irnos, empiezan las despedidas, que se eternizan. Y se repiten: hace tanto tiempo que habías dicho adiós a la primera persona que vuelves amnésico y afónico a pegarle otro abrazo.

Hubo un tiempo en que pensé, con alivio, que había casado felizmente a todos mis amigos. Sin embargo, yo mismo me casé, y con una mujer tan extremadamente joven que ahora comienzan a hacerlo sus amigas. Algún día terminarán, supongo; pero ya no concibo esperanzas. El gobierno ha inventado el divorcio exprés y, dentro de nada, empezaremos a celebrar reincidencias.
—Amigos, parientes y conocidos, por favor, sed matrimonios felices y duraderos, aunque sólo sea para ver si podemos pasar un fin de semana en casa leyendo un poco.
[Artículo que publiqué en el Diario de Cádiz allá por mayo pasado, pero que --ante el fin de semana que me espera-- he considerado conveniente recuperar.]

viernes, 23 de junio de 2006

La cita de todos los veranos

Una conjunción de astros me deja a las puertas del verano. Anteayer empezó en el calendario, ayer fue santo Tomás Moro y hoy haré el último examen de recuperación, de modo que esta tarde será ya verano para mí.

Y he recordado un versículo de Luis Rosales, que me viene como anillo al dedo:

Escribir es la cita que todos los veranos tengo conmigo mismo

No olvido --haciendo un juego de palabras en honor de AnaCó-- que no hay Rosales sin espinas, o sea, sin algo punzante y doloroso. En este versículo, tal vez se deba al hecho de que la escritura resulta sólo un fruto de estación, porque antes no hay tiempo, ni silencio, ni paz, puede que ni ganas. O quizá --con más dramatismo-- a que el poeta se siente existencialmente perdido durante el resto del año.

Pero Rosales da siempre su perfume. Qué preciosa verdad poética: escribir es encontrarse con uno mismo; es una esperanza a punto de cumplirse...

¿Acudiré yo estos dos meses a mi cita conmigo? Y que el paciente lector no proteste diciendo: "pero si no paras, grafómano, entre el blogg, los artículos, las críticas..." No: escribir, escribir es escribir poesía.

¿Y acudirá ella a la cita?

jueves, 22 de junio de 2006

Poesía y prosa

Ayer me enviaron un gran artículo de Jon Juaristi. Lo pueden leer aquí. A medida que yo lo hacía, me fui dando cuenta de que el artículo era la reescritura exacta, sólo que en prosa, para la prensa, de un poema suyo. Compararlos puede ser interesante. (Y así de paso, los volvemos a leer, que no está de más en estos tiempos donde la gente confunde no dedicarse a la política con mirar para otro lado.)

El poema, muy conocido, es:

SPOON RIVER, EUSKADI

¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.

La diferencia más evidente es el tamaño. El poema, breve y esencial: una verdad desnuda con un tono visionario. El artículo, largo y narrativo, de tono biográfico. Uno es memorable, el otro es memorístico. Cuando se leen juntos, se piensa que el artículo podría ser la nota al pie que explicase qué hechos concretos están debajo de aquellos tres versos. Sosteniéndolos, porque sin esa experiencia previa el poema no habría sido concebido.

Técnicamente, tiene interés el uso tan diverso que se hace de la tradición literaria. El título del poema se refiere al del poemario de Edgar Lee Masters, Spoon River Anthology, que es una colección de epitafios. Juaristi no pretende perpetrar un culteranismo, sino propiciar una evocación emocional. Nombrar Spoon River nos sitúa en el marco de un cementerio (allí ocurre todo aquel libro) y nos introduce en un mundo de reproches (que es, principalmente, a lo que se dedican los personajes de Masters). En el artículo se acaba haciendo, es cierto, una paráfrasis de un verso de Cernuda —que posiblemente ayudó a Jon Juaristi a concebir la idea del poema—, pero el uso esta vez no es evocativo sino discursivo, para volverlo del revés y explicarlo.

Mientras que en "Breve historia de una saga sabinista" el autor nos cuenta una historia en la que él juega, como es lógico, un papel clave como testigo; en "Spoon River, Euskadi", el poeta —a pesar de la (mala) fama de los vates en este sentido— brilla por su ausencia. El personaje central del poema --quien tiene que entender-- es el “viajero”, o sea, el lector. Y la voz, una de ultratumba.

No podemos olvidarnos del tiempo. La enseñanza también es nítida: en el poema el tiempo es un futuro abstracto (casi un destino) que se basa, puenteando al presente, en un pasado mítico. El tiempo de la prosa es el presente que se abre paso entre una maraña de causas y de efectos. Ambos textos son complementarios.

miércoles, 21 de junio de 2006

En tres líneas

Entre líneas, en mi artículo de hoy, resuena un marmóreo lema estoico: "Hacer de la necesidad virtud".
*
Yo diría que el Cristianismo propone, entre otras cosas, lo contrario: "Hacer de la virtud necesidad". Pablo de Tarso, más atrevido, prefirió decir: "Hacer de la necedad virtud, como del escándalo" (1Cor 1,18-23) .
*
Lo que motivó la actuación del Grande-Marlaska contra ETA fue una portada de periódico. Qué muestra del inmenso poder de los medios... El mismo daimon juguetón me susurra al oído: "Claro, el poder de los fines está desaparecido".

martes, 20 de junio de 2006

La realidad y la poesía

La etiqueta de “poesía de la experiencia” me parece bien, sobre todo porque no es más que eso: una etiqueta, y alguna hay que tener. Y desde que mis colegas huyen de ella como si fuese una estrella amarilla, la miro con más simpatía.

Más fundamento tiene si aplicada a la lectura. La buena poesía enriquece al lector mientras que un buen lector enriquece al poema, en lo que la gente llamaría un círculo vicioso, pero que es una espiral benéfica. Cuando un poema me habla de lo que no viví, aumenta mi experiencia, y cuando habla de algo que conozco es mi vida pasada la que da sentido y matices al poema, que vuelve a influir sobre uno con renovado vigor. Suena complejo, pero todo lector de poesía ha pasado por esa experiencia. Ahora bien, para que el mecanismo gire, tiene que rodar sobre el eje fijo de la realidad, que es la tierra firme que comparten poeta, lenguaje, lector y tema del texto.

Dos pequeñas anécdotas reafirman la teoría. La primera, la flor del asagao. Miguel d’Ors reprodujo en su Sol de noviembre un haiku de Basho que a mí, en principio, me dejaba frío:

Yo soy un hombre
que come su arroz
ante la flor de asagao.

A Arp, sin embargo, le gustó muchísimo y, con instinto de filólogo, se puso a investigar qué flor era el asagao. Pensó que la prímula, y yo seguí quedándome frío: una flor bonita pero cursi que no me decía nada. En Arp se puede confiar, no porque no se equivoque a veces, sino porque rectifica enseguida. A los pocos días nos informaba de que la flor de asagao es, en realidad, nuestra corregüela. Y, entonces, cuando el haiku de Basho arraigó en la tierra de su verdad, me emocionó: la corregüela es una flor silvestre, humilde y feraz, delicada sin embargo. Una flor delante de la cual el hecho de comer arroz es significativo.

Chiyo también habla de la flor del asagao. Este haiku, en cambio, siempre me había gustado mucho por esa sensibilidad femenina que prefiere salir a pedir agua antes que arrancar unas plantas.
Cegado el pozo
por la flor de asagao,
salgo a por agua.
Conociendo la florecilla que merece su misericordia, llega más hondo aún.

Ahora, cuando veo corregüelas por los arcenes y en las vallas de las casas viejas, me fijo más, y recuerdo a los maestros.

La otra experiencia tiene que ver con las cigarras. Su música, siendo sinceros, no es más que un ruido chirriante, valga la recurrente y socorrida aliteración. Le prestamos oídos —además de porque no nos queda otro remedio— por su prestigio literario y su reversible moraleja, que Inma nos recuerda. Así las cosas, cuando leí Partitura de la cigarra, de Eugenio Montejo, me pareció que la poesía del gran venezolano estaba muy por encima de su tema y de su título.

Hasta que hace unos días cayó en mis manos esta contestación de Jean-Claude Roché (célebre bioacústico o, como él prefiere, ornitomelólogo) a una pregunta sobre el canto de las cigarras: “cantan muy bien. Pero los cantos que resultan realmente hermosos son los de las cigarras de países tropicales, como las de Venezuela o Malasia, por ejemplo. Es extraordinario, porque todas cantan por la tarde, pero, a su vez, cada especie tiene su momento exacto. Hay una que canta a las cinco y media; otra a las seis menos veinte; otra a las seis menos cinco… nunca juntas. Cada cual respeta su turno, con una precisión tal, que podría poner mi grabadora en el momento exacto en que quisiera grabar una.”

Los subrayados son míos. Y la nueva emoción con la que he vuelto a Montejo también.

domingo, 18 de junio de 2006

Fun & Beauty

Si yo fuera aficionado, me tatuaba sin pensarlo dos veces esta frase de Hilarie Belloc. Como no, me la grabo a fuego en la memoria:
We hobble through this difficult world with the aid of two crutches: Fun & Beauty.
[Unamuno pensaba que no era necesario traducir de los idiomas que se estudiaban en el bachillerato. Como soy profesor de instituto, no comparto el optimismo del Rector de Salamanca y ofrezco una versión de la frase de Belloc: "Renqueamos a través de este mundo complicado con la ayuda de dos muletas: la diversión y la belleza".]

viernes, 16 de junio de 2006

Cómo pensar de los demás sin equivocarse

A Pemán o Alberti --los escritores que conocí en la infancia y que me pellizcaron graciosamente el sonrosado cachete-- puedo permitirme la familiaridad de darles un íntimo tirón de orejas. Don José María se lo merece por buena persona. Es peligroso serlo cuando se es una figura pública, porque entonces, como uno es bueno, procura hacer el bien a la gente y acaba predicando. En concreto, Pemán bajó la vista al refranero y descubrió aquél que dice:
Piensa mal y acertarás.
No le gustó. Y aprovechando su tribuna para mejorar los usos y costumbres, se aventuró a corregir al genio (o el mal genio) del pueblo y propuso:
Prefiero pensar bien, aunque me equivoque.
A primera vista, la propuesta pemaniana era estupenda. De segundas, plantea el problema de que nuestra inteligencia siente una repugnancia prácticamente invencible ante cualquier equivocación. No creo, siendo honestos, que esta versión lograse desactivar el refrán tradicional en muchas conciencias.

Afortunadamente, Jorge Luis Borges, conociendo el intento de Pemán o sólo lo que postula el refranero, cinceló una frase definitiva que convence, porque vence las resistencias de la realidad y las reticencias de la razón. No sé qué pensarán ustedes, pero desde mi punto de vista este argumento es inapelable:
Piensa que los otros son justos, y si no es así, el error no es tuyo.

jueves, 15 de junio de 2006

Los frutos del bien

Al barbero del rey del Suecia siempre le pareció una torpeza de don José María Pemán aquel título de uno de sus poemarios, Las flores del bien. Meterse en florituras para medirse con el autor de Las flores del mal era jugar en su propio terreno o jardín o arriate. Ya puestos a la moralina, hay que hacerla a fondo: lo mejor habría sido titular el libro Los frutos del bien.

Mañana seguiremos hablando de Pemán, pero ahora el barbero se alegra mucho de que no cayera en la cuenta, porque realmente los frutos del bien se pueden cosechar en los dos libros de notas del propio Charles Baudelaire, Cohetes y Mi corazón al desnudo. Véanse:

La franqueza absoluta, medio de originalidad.
*

El espíritu de burla puede no excluir la caridad, aunque es raro.
*

El trono y el altar, máxima revolucionaria.
*

En la plegaria hay una operación mágica. La plegaria es una de las grandes fuerzas de la dinámica intelectual. Hay en ella como una corriente eléctrica.
*

El rosario es un médium, un vehículo: la oración al alcance de todos.
*

España pone en la religión la ferocidad natural del amor.
*

El primero que llegue, con tal que sepa divertir, tiene derecho a hablar de sí mismo.
*


La agudeza es una obra maestra.
*

Las naciones no tienen grandes hombres más que a pesar suyo. Por lo tanto, el gran hombre es el vencedor de toda su nación.
*

Hay que trabajar, si no por gusto, por desesperación, ya que está comprobado que trabajar es menos fastidioso que divertirse.
*

Los abolicionistas de almas (materialistas) son necesariamente los abolicionistas del infierno: están, a buen seguro, interesados.
*

Teoría de la verdadera civilización. No está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas giratorias. Está en la disminución de las huellas del pecado original.
*

Siempre el gobierno anterior es el responsable de las costumbres del siguiente, en la medida que un gobierno pueda serlo de alguna cosa.
*

No comprendo cómo una mano pura pueda tocar un diario sin una convulsión de asco.
*

Ser rico y amar el trabajo.
*

No hay trabajo más largo que aquel que uno no se atreve a empezar. Se vuelve pesadilla.
*

Sé siempre poeta, hasta en prosa.
*

Encontrar el frenesí diario.
*

Una sabiduría abreviada. Aseo, oración, trabajo.

miércoles, 14 de junio de 2006

Tal como fue

A veces la anécdota o la idea o las palabras que dan origen a un poema o a un artículo terminan por no salir a la superficie, o por pudor o por incapacidad de expresarlas bien o por la misma evolución del texto. ¿Cómo es posible —preguntará alguno— si el primer verso es el que dan los dioses? Cierto, pero de los dones de los dioses no hay por qué hacer alarde, o no se está a la altura. Cuenta González-Ruano que él siempre eliminaba el primer párrafo de sus artículos, que ya es sistematizar. En cualquier caso, lo importante no es lo que está dicho, sino lo que está. Y que puede estar entre líneas, como sombra, dando fuerza o gracia a lo explícito. He vuelto a pensar en todo esto porque en el artículo de hoy, al final, no entró la idea que lo inspiró, que no era mía, y que ojalá sí esté.

La idea nos la explicó la víctima del terrorismo con la que cenamos después de la concentración del 10 de junio. Él decía que, si pudiera, borraría el sintagma “la sinrazón del terrorismo”: los asesinos tenían muy bien previstas las consecuencias, las ventajas que sacarían de los crímenes; y si no tuvieron razones, ahora el Gobierno, al negociar, se las iba dando.

martes, 13 de junio de 2006

Tortuga

He vuelto a mi infancia gracias a la lectura de los Poemas para sobrinos de Inmaculada Moreno y Canto y cuento de José Mateos, que acaban de salir en Hiperión, en la colección de poesía infantil "Ajonjolí".

Uno de mis recuerdos es mi padre leyéndome poemas de Marinero en tierra antes de dormirme. Le pedía obsesivamente la “Nana de la tortuga” y comenzaba así mi camino de poeta. Y renunciaba a la carrera de novelista, pues los cuentos no me interesaban tanto. Mi padre --imagino ahora que con gran paciencia-- me leía la nana una y otra vez y yo tengo grabada para siempre la música del verso en su voz varonil.

Hace dos o tres años, en una incursión de saqueo en la biblioteca paterna, di con la poesía completa de Alberti en la preciosa edición de Aguilar. La abrí y me encontré con que la cinta marcadora roja estaba aún en el viejo poema de la tortuga. Había dejado una marca sobre el papel y desteñido un poco. Aquello fue un golpe de emoción y memoria como de magdalena de Proust. Devolví el libro a su sitio, porque lo mejor me lo había llevado hacía muchos años.

NANA DE LA TORTUGA

Verde, lenta, la tortuga.
¡Ya se comió el perejil,
la hojita de la lechuga!

¡Al agua, que el baño está
rebosando!

¡Al agua,
pato!

Y sí que nos gusta a mí
y al niño ver la tortuga
tontita y sola nadando.


Y ahora caigo en que quizá mi lentitud para todo la aprendiese igualmente de aquella tortuga. Aunque no sé si hay que llevar las influencias hasta tan lejos: el perejil, por ejemplo, me deja frío…

domingo, 11 de junio de 2006

Masa


Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.


Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...


[César Vallejo. España, aparta de mí este cáliz]

sábado, 10 de junio de 2006

En marcha

A la del alba, con un pie en el estribo, dejo estas líneas. El Congreso Totum Revolutum se pone en marcha. Hubo un momento en que pareció que íbamos a ser los Trece de la Fama, pero la vida es dura, y han ido cayendo, por razones del trabajo (que el corazón no entiende) o por bacterias varias, algunos de los llamados. Los elegidos, al final, somos media docena más uno; cinco, andaluces. Por eso, no iremos, como estaba planeado, en la furgonoeta, sino en mi humilde coche, que no tiene ni juego de palabras. No importa. Por palabras, viniendo Beades, no va a quedar.

Yo para acompañar mi amargo café de madrugada, musito en la memoria estos versos de Sir John Harrington que tradujo Almuzara el Breve:
¿Por qué nunca prospera la traición?
Porque cuando prospera
nadie sigue llamándola traición.

Tres versos así despiertan y animan a un muerto. Y a medida que vaya recogiendo colegas-y-sin-embargo-amigos los poemas de la memoria serán más y más alegres.

viernes, 9 de junio de 2006

Rota; Castillo de Luna


Aun a riesgo de ser pesado con Chesterton —valga la redundancia, diría él—, contaré algo de la presentación de anoche de La superstición del divorcio. Mi función se limitó a poner en hora este libro escrito en 1920, cuando en Inglaterra se discutía la admisión de una ley de divorcio. No fue difícil: apenas ha atrasado. (Lo de la sincronización es importante porque llevamos entre manos una bomba de relojería contra el discurso de valores dominantes.)

Lo curioso es que ese aspecto explosivo del propio Chesterton, que hoy parece desactivado por la imagen, igualmente cierta, de un escritor gordo, jovial y divertido, estaba muy presente para sus contemporáneos y hasta para él mismo. Dorothy L. Sayers, la impagable traductora de la Divina Commedia, explicó en 1952, en su prólogo a La sorpresa: “Para los jóvenes de mi generación G. K. C. fue una especie de libertador cristiano. Como una bomba beneficiosa […]” Justo esa misma imagen es la que utilizó el propio Chesterton para hablar de él y sus amigos, cuando parodió (sin entenderlo del todo, me temo) el poema "The Hollow Men", de T. S. Eliot, donde se leía que “el mundo no acabará con una explosión sino con un quejido”. Con el pretexto de caricaturizar al grupo Bloomsbury, se hizo este sonoro autorretrato:

La de ellos es desdén, risillas y gemidos;
fue nuestra juventud carcajada y canción.
Ellos quizá terminen con un leve quejido,
nuestro final será, seguro, una explosión.

Para defender el matrimonio, recurre constantemente a un ejemplo que pone melancólico: el del patriotismo. Chesterton argumenta que si somos capaces de dar la vida por la patria (y más cuando está más postrada), por qué no por esa pequeña nación que es la familia, que además sí hemos elegido. Hoy en día con qué lealtad, con qué heroísmo se podría comparar el sacrificio por la familia. Con el patriotismo, no. Lo triste es que nada está desconectado: en la sociedad no hay compartimentos estancos --y por eso se hunde tan rápidamente. Cuando las ideas de sacrificio y de entrega se desmoronan en todos los órdenes, ¿podrían mantenerse en el matrimonio?

Afortunadamente, con Chesterton, la melancolía dura poco. No ataca a los divorciados. Hace un profundo análisis del matrimonio indisoluble y de las razones por las que compensa defenderlo, luchar por él. La clave es su belleza superior. Las películas y las canciones se fijan usualmente en el enamoramiento porque el amor constante es más difícil: demasiado grande y a la vez demasiado sutil para filmarlo o cantarlo. Tenemos por delante toda una tarea cultural pendiente, amigos. En este sentido, Chesterton también es un adelantado. Escribió un poema ejemplar sobre el romanticismo de envejecer juntos, disfrutando desde los cambios más pequeños (en el vestuario o en el tinte del pelo) hasta los de la edad. Y frente a los cambios, lo que no cambia:

EL ÚLTIMO DISFRAZ

Tiñes tu blusa blanca con un verde más suave
como cuando volviste tu melena castaña,
y entonces brotó en mí esta oración tan rara,
la más rara que nunca haya dicho un amante:

“Que yo que vi tu juventud brillar
—arco iris cambiante de unas ropas a otras—
pueda verte en la tierra ciñendo la corona
de plata de la edad.

Empolvarás tu pelo de forma sorprendente,
maquillarás tu cara con pinturas muy pálidas;
pero, alegres, detrás del velo y de la máscara,
tus ojos inmortales mirarán como siempre.”

[Traducción de J. J. Cabanillas]

jueves, 8 de junio de 2006

Palabras para Julia

Si últimamente ando dando vueltas alrededor del matrimonio, no es porque haya perdido el rumbo, sino porque me han encargado una conferencia sobre el divorcio en Rota (pueblo, no tribunal, ojo). El evento es esta noche a las nueve, en el Castillo de la Luna. La ocasión roteña la aprovecharemos para presentar La superstición del divorcio, de G. K. Chesterton, que acabamos de editar Abel Feu y yo.

Mientras releía ese libro, me he dado cuenta de que fui injusto con Julia. Ocurrió en casa de Ana Có. Julia defendía que todos los matrimonios son por amor; yo tan lewisiano como Beades, salí al paso; ella replicó que eran matrimonios por amor también si por amor propio; y entonces, ay, me sonreí y la acusé de no ser tan romántica como parecía. Pues bien, Chesterton, que es todo un caballero —una vez se levantó en el tranvía y dejó asiento a dos o tres señoras—, acude en auxilio de Julia y me desarma. Sostiene que a los que no cumplen su palabra de amarse hasta la muerte les falta amor (propio), y se burlan de sí mismos por la espalda. La paradoja resulta muy romántica: el amor propio como sólido sillar del amor matrimonial, el orgullo como razón de la entrega. Y yo, cortado, le ofrezco a Julia un ramillete de violetas o coloradas disculpas. A la romántica Julia.

miércoles, 7 de junio de 2006

El matrimonio y la muerte

Hace dos días, mientras escribía mi artículo de hoy, me vino una idea más visionaria que lógica. Fue al rematar esta frase: “la reforma conocida familiarmente como divorcio exprés lo convierte en el modo más sencillo de finalizar un matrimonio”. La idea no entró en la columna, pero aquí, en confianza, la confieso: lo que irrita más de la indisolubilidad del matrimonio es eso de “hasta que la muerte os separe”.

Hoy la mención a la muerte no hay quien la resista y la frase, ciertamente, impresiona. Tal vez no habría que buscar métodos de disolución exprés si se dijera: “hasta que la eutanasia ponga fin a vuestro sufrimiento” o “hasta que os fundáis con la energía cósmica en plenitud”. Pero no lo creo: a la muerte le sientan mal los eufemismos. Por eso nos refugiamos en el divorcio, que remeda la rueda del eterno retorno o las reencarnaciones.

martes, 6 de junio de 2006

Soleá (¿o alegría?)

Entre las letras flamencas de José Luis Tejada hay maravillas. Una:
Que te la perdone Dios
que tu fartita es mu grande
pa perdonártela yo.
Teológicamente es impecable: Dios es misericordioso y, sobre todo, la fuente verdadera del perdón. Por otra parte, tiene mucho encanto la humildad cabreada del poeta, que se considera más pequeño, no ya que Dios, desde luego, sino que la propia ofensa. Detalle ése por el que sangra la herida. Otro matiz: presupone una conversación y que el ofensor —la ofensora, parece, en este caso— ha pedido perdón, sin lo cual no habría nada que hacer. Finalmente, el secreto de la soleá (¿o es una alegría?) consiste en que quien desea que Dios perdone a alguien lo está perdonando ya, aunque diga que no. En el contraste entre lo que se dice y lo que se desea palpita la fuerza poética de estos versos. Y la prueba de que el poeta, en el fondo, ha perdonado es el sobrentendido, pudoroso diminitivo, aderezado con la sal de la pronunciación: fartita.

lunes, 5 de junio de 2006

Valientes socialistas

Leonor [la primera lectora entre varias de mi blogg] tiene, ya a las 6:30 de la mañana, la cabeza tan despejada y fría como para hacer un sutil análisis semántico. Repite Zapatero en la radio que los socialistas vascos son unos valientes por reunirse con Batasuna-ETA. Mi mujer, mientras apuramos el amargo café, musita: “Valientes sinvergüenzas…”

domingo, 4 de junio de 2006

La mejor angustia

Escribe Ernesto Giménez Caballero en "Junto a la tumba de Larra":
El estandarte lo enarbola un joven: el mejor heredero --en la nueva generación-- de la sustancia larresca: José Ortega y Gasset heredaba --junto a la tumba de Larra-- el gaje del orgullo y de la melancolía, la mirada imperial y desencatada, la voluntad lírica de remozar este país tan viejo y el ansia íntima de vivir una vida noble, alta, exaltada, sutuaria, dandynesca. Heredaba Ortega la mejor angustia de Larra: la angustia de la cultura y salvación de España.

Heredaba más: la ilusión típicamente figarina de poseer un periódico propio, un órgano de expresión --ilusión máxima de propiedad de un escritor--. Ilusión superior a la de poseer un reino político. Fígaro murió en 1837 a punto de conseguir un periódico --"Fígaro"-- que hubiera sido su "Boletín de teatros, música, modas, Bellas Artes, costumbres, amena literatura, política, Cortes, noticias, anuncios, etc.".
¿Y no nos cumplen a nosotros los blogs esa ilusión máxima, superior a la de poseer un reino político?

sábado, 3 de junio de 2006

El Barbero del Rey de Suecia (IV)

Llevaba tiempo sin aparecer por aquí, y es que hemos tenido un conflicto laboral. El Barbero del Rey quería ser Notario del Reino, como tonto. Notario, le recordé, querríamos ser todos, o Registradores de la Propiedad.

Él quería ser notario para levantar acta y dar fe de que Pasos, de Mario Míguez (Pre-Textos, 2006) es un poemario espléndido, que no se puede resumir. Yo le avisé que su trabajo es quitarnos trabajo, no dárnoslo. Si Pasos es tan bueno, poco a poco se abrirá camino: el boca a boca es el medio de difusión más eficaz de la literatura.

Al final, la lectura de la poesía del cordobés Mario López le ha traído de nuevo a Rayos y Truenos. Otro visitante anónimo de este blogg (no quiso que su mano derecha supiese lo que hacía la izquierda) nos lo recomendó. Se trata, efectivamente, de un poeta muy recomendable: a pesar del grupo Cántico, que era el suyo, fue una especie de Francis Jammes ceceante o un Thomas Hardy cetrino o un Fernando Fortún con buena salud o, incluso, un Luis Felipe Vivanco senequista. Tiene estupendos poemas camperos y habla mucho de caza. ¡Lo que habría disfrutado Pukka con un poeta así!

El barbero nos ofrece estos mechones fundamentales:
Es robusto y moreno como un hombre de campo [hablando del Ángel Custodio]
*
cuando junio derrama su avispero de estrellas
*
Teje el lugar común su telaraña
*
la sonrisa te anudas igual que la corbata
*
¿Qué ríos nuestras vidas que en Dios no desemboquen…?
*
[la lluvia] hasta dejar el campo encharcado y absorto
*
[La campiña] Inauguran las liebres la mañana
*
Las silenciosas lluvias franciscanas han vuelto

viernes, 2 de junio de 2006

Elogio de la tautología

"El bien es bien y el mal es mal", acaba un tango que recita en su blog Juan Ignacio. ¿Qué está pasando -me pregunto- para que esas dos tautologías me traigan, sin embargo, tal sensación de frescura, de novedad, de atrevimiento?

La perra es Pukka


Para no darle ni un solo motivo al usuario anónimo que me acusó con bastante gracia y/o mala leche de querer aristocracia para todos pero pedigrí para mi perro, traigo hoy al blogg a Pukka. Si no escribí antes de ella, no es porque su árbol genealógico sea menos frondoso que el de Carbón, sino porque nos trae de cabeza con sus escapadas venatorias. Los gatos del barrio están al borde de un ataque de nervios; como los vecinos, porque la muy perra acompaña sus hazañas de todo un recital de ladridos, gruñidos y latidos. Una vez, incluso, trincó una gaviota en la playa y la dejó moribunda, en la orilla. Tuve que aplicarle la eutanasia ante la mirada atenta de varios paseantes. A veces, cuando Pukka te hace unas cuantas jugarretas seguidas, acumulas cierto rencor. Una vez, mientras la perdonaba, le escribí este epitafio:
Descansarán, por fin, los pobres gatos,
las ratas, los vecinos, las gaviotas.
Solamente sus dueños, medio idiotas,
de menos echarán los malos ratos.
Tal vez extrañe a algún usuario anónimo que lo escribiese con la previsión propia del Ocaso S.A. Podrá parecer despiadado o morboso, pero yo también me he aplicado el cuento y he dedicado varios poemas a mi propio tránsito. Incluso hay quien proclama eso tan profundo de que todo poema es, en realidad, un epitafio. Los míos lo son stricto sensu, pues opino que es mejor no mezclar géneros. Cuando esté muerto (de cansancio), sin ganas de escribir nada nuevo, colgaré alguno aquí.

jueves, 1 de junio de 2006

El huésped indigno

Aquella torre tuvo muchos dueños;
pero todos se hacían a la torre,
la torre los hacía semejantes.
Cierta vez fue ocupada por un hombre
que no gustaba de la acción guerrera;
llenó de libros los desnudos muros
e hizo llevar al sótano las armas
.
Aquel hombre creía ser un sabio,
creía que los sabios eran justos
y dictaba sentencias comedidas.
Pero dentro del hombre había un monstruo.


Julio Martínez Mesanza