miércoles, 31 de marzo de 2010

lunes, 29 de marzo de 2010

Acantilado Rojo

Qué providente es la casualidad, Dios se lo pague. Si no llega a salir de la caja 17 de JMM un versículo mío, quizá no hubiese visto, o no tan claro, la clave de la película.

domingo, 28 de marzo de 2010

Zas

El artículo quizás peque de heterogéneo, de mezclar las churras con las merinas, pero es que ahora la gente se escandaliza por todo. De fondo, una de las imágenes más impresionantes de la pasión de Jesús: los que se rasgan las vestiduras son siempre los otros, encima.

sábado, 27 de marzo de 2010

La la, sí, la la, no

Yo marcaba el femenino de los apellidos anteponiéndoles el artículo “la”. Decía: la Pardo Bazán, la Bergman, la Callas. Pero hablé en un artículo de la Szymborska, y un amigo del que me fio me lo ha afeado: “Suena a machismo. Nadie dice el Pérez Galdós ni el Bogart ni el Pavarotti”. Ustedes, ¿qué opinan? Lo pregunto en serio. Y tanto que voy a abrir nueva sección del blogg, titulada S.O.S. para entradas como ésta, en las que pido socorro.

En legítima defensa diré que mi intención sólo es dejar muy claro que hablo de una mujer. Los nombres propios distinguen entre masculino y femenino, y algunos idiomas, como el ruso, hacen con los apellidos lo mismo con la absoluta naturalidad de su gramática. Qué envidia.

No se trata de un capricho. Se escribe con todo el cuerpo, como defendía Machado, y un dato esencial de nuestra corporeidad es el sexo, que va mucho más allá de las dimensiones meramente biológicas. Lo ha explicado el profesor Viladrich: “Atañe la distinción sexual a aspectos más amplios y profundos de la persona: temperamento, sensibilidad, mentalidad, estructura psíquica, etc.”

La literatura no es asexuada, como no lo es el alma. Discrepo de Mario Quintana, que escribió que “lo más desconcertante de la muerte es cuando la gente descubre que el alma no tiene sexo”, y estoy con Joubert: “Dicen que las almas no tienen sexo, pero por supuesto que lo tienen”. Por eso me cuesta tanto escribir una sola línea sobre una mujer que no transparente de un modo u otro su femineidad.

Según con qué tipo de feministas discreparé más o menos, pero en algo me encontrarán siempre con ellas: ser mujer es un valor fundamental en sí mismo. Desde mi pre-adolescencia, si no antes, lo tengo clarísimo (en la teoría y en la práctica). Paradójicamente, esta sociedad híper-sexual es a la vez furiosamente alérgica a las diferencias inherentes a la condición sexuada de las personas.

Si a pesar de este alegato, ustedes deciden que el “la” es una expresión machista, renunciaré a ella. El machismo no es lo mío. Pero entonces daré vueltas, circunloquios, usaré el nombre (Emilia, Ingrid, María, Wislawa), antepondré “la escritora, la actriz, la soprano”, lo que sea… Todo antes de dejar de inclinarme, levemente, al paso de una señora.

viernes, 26 de marzo de 2010

Heráclito me da un baño (en el mismo río)

No tengo remedio. Nunca seré un erudito ni, siquiera, un lector voraz. Empiezo entusiasta Más virutas de taller de Miguel d’Ors, pero enseguida me entretengo entrelíneas.

En la página 11 encuentro esta anotación:

Si “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río” es porque los ríos y nosotros mismos estamos en constante transformación.
Así que, Heráclito, te quedaste corto: “Nadie puede bañarse ni siquiera una vez en el mismo río”.
Le hice, me digo, un comentario a Miguel cuando me mandó esta viruta en una carta, pero no lo recuerdo bien, y hago varios intentos de reconstrucción. No, no era eso, no. Desesperado por mi mala memoria, al cabo de un rato, me rindo y vuelvo a la lectura.
POST SCRIPTUM. Enrique García-Máiquez lee la nota anterior y me sugiere otro corolario posible: “Así que, Heráclito, te quedaste corto: ‘Nadie se baña dos veces’”.
Vuelvo a interrumpir la lectura, medio ahogado ahora entre la sorpresa y la vanidad. Ah, don Miguel me escucha, oh. Enseguida, sin embargo, me inquieta algo y vuelvo corriendo al post scriptum. Um, yo tendría que haber dicho: “Heráclito, te pasaste de largo: ‘Nadie se baña dos veces’”. Qué fallo. Pero un retintín sigue silbándome aún en los oídos, como la risita burlona de un riachuelo de aguas cristalinas.

Y de pronto caigo en el río, plof, y quedo calado hasta los cuernos.

La frase de Heráclito el Oscuro está clarísima y Borges la vio mejor que nadie (y Jorge Manrique). El río es una metáfora transparente del tiempo, donde nos bañamos o, mejor dicho, nos sumergimos. No cruza el río por el aforismo para darle un toque bucólico, sino para que contemplemos y sintamos físicamente (como la cercanía del mar) lo que puntualiza Miguel: “que estamos en constante transformación”. Si queremos sustituir con una explicación analítica el símbolo de Heráclito hay que hacerlo con todas las de la ley y entonces su frase sale seca y pulida como un canto rodado: “Nadie dos veces”.

Y todo lo demás, nosotros incluidos, por supuesto, se va río abajo y se disuelve…

Qué baño me ha dado Heráclito, con ahogadilla y todo.

POST SCRIPTUM.- Sin embargo el baño me lo ha dado Heráclito en su mismo río y, cada vez que lo pienso, zas, la ahogadilla es la misma. Eso, como recalca la misma CB en su comentario, es un dato de experiencia inapelable. Samuel Johnson demostraba la libertad por el mismo método práctico, y punto. Pero sin salirnos del subyugante símbolo de Heráclito, hay, implícita, una alusión fundamental: las riberas. El río transcurre, nunca igual, por entre un paisaje y eso hace que el río sea el río y que nosotros también seamos. Fuera del río, a ambos lados, la tierra firme es la eternidad. Si no me ahogo, siempre salgo yo del mismo río.

jueves, 25 de marzo de 2010

De más

La punzante sensación de que aquí sobra alguien… y estoy solo.
*
Lo peor de la palabrería es que ni siquiera el silencio la salva, sólo la remedia. A la palabrería la redimen las palabras esenciales, nada más.
*
Escala de valores, de menos a más: 1) más, 2) más o menos, 3) menos, 4) nada, y 5) ni más ni menos.

viernes, 19 de marzo de 2010

Paco

Paco el albañil ha venido por lo de las humedades. Ha roto de cuatro martillazos secos, que parecía que me los daba a mí, el techo de escayola del baño y ha visto que estaba tó calao. Eso también se veía, la verdad, por fuera. Luego se ha subido al tejado y ha estado un buen rato —cobra por horas— limpiando la pinocha y los jaramagos. Las tejas están muy bien puestas. Yo he aprendido que unas se llaman cobijas y otras canales, que son las fundamentales, y luego está el mortero, que lleva mucha cal, y el canalón. Como la humedad no podía ser del tejado, Paco se ha rascado la cabeza y ha dictaminado que era:
Mu raro, mu raro, mu raro, mu raro, mu raro, mu raro.
A mí me ha distraído de mi problema la música de su frase, cuya entonación, por desgracia, no os he podido grabar. Qué sosos me han parecido de pronto mis pobres superlativos. Yo hubiese dicho “rarísimo” o incluso “insólito”. He pensado, con envidia, en la musa popular, en el aire de un cante de ida y vuelta o en el eco de copla de carnaval, pero no. Como lo ha repetido otra vez:
Mu raro, mu raro, mu raro, mu raro, mu raro, mu raro.
me ha dado tiempo a reflexionar, y he caído en que era la música del hexámetro, y se oía clarísima (dentro de lo que yo puedo saber de la música del hexámetro). No hay que olvidar, me he dicho para reforzar mi teoría, que El Puerto lo fundó Menesteo. La gracia desde luego no estaba en el tema, que a mí me horroriza, y más aún cuando al principio le confesé mis miedos a Paco y él, en vez de consolarme, puso cara de circunstancias, se rascó y dijo: “En las casas, el agua es lo peor”. Pero a pesar de lo peor, el ritmo de su frase me ha encantado (literalmente) e, incapaz de imitarlo, me he puesto a ver si conseguía al menos un aforismo: “Las humedades son los fantasmas de las casas burguesas”, por ejemplo. Como me he quedado un buen rato callado, ensimismado, medio sonriendo, la última vez que Paco ha dicho:
Mu raro, mu raro, mu raro, mu raro, mu raro, mu raro.
no sé ya si estaba hablando de la humedad o del dueño. Me miraba.

jueves, 18 de marzo de 2010

El origen

Sólo con una madre puede hablarse incansablemente de uno mismo sin ser egoísta. Lo sabía desde hace años. Hoy he visto cómo empezó todo: la embarazada se mira el ombligo constantemente con una generosidad sin límites.

Estos son sus poderes

Ayer, en el almuerzo, nuestra prima Alicia Delkader, que será la madrina de Carmencita y ya ejerce, comentó que dEl rompehoras de las Españas le había gustado mucho el encuentro con José Cereijo. Le alabo el gusto: en ese café de la estación se paró el tiempo extrañamente.

Por la tarde, leyendo los tres cuentos semi inéditos o camuflados que me regaló Cereijo, me entró el pasmo. Allí se desvela el misterio. En el último cuento expresaba un deseo: “Cuánto daría yo porque esos cincuenta y tres días se volvieran de pronto cincuenta y tres años”. Lo estremecedor, sin embargo, estaba antes, en el primero y en el segundo:
Al cabo de bastante tiempo, cosa de media hora...

La entrevista fue larga; hay quienes han llegado a hablar de más de dos horas, pero parece razonable atenerse a la estimación, más prudente, de unos treinta minutos.
Que aquella media hora nuestra (¡media hora exacta!) cundiese tanto no fue una percepción mía ni una casualidad. Para Cereijo, en 30 minutos de nada cabe todo un mundo. Su visión transforma la realidad: a su alrededor los relojes se ralentizan. Qué poderosa es la buena literatura.

Se encuentra

Tardamos veinte minutos en encontrar a la autora que había ignorado durante veinte años. El poema lo había escrito María García Amilburu, gracias le sean dadas. Y hemos tardado sólo diecisiete días en disponer de la versión original exacta:
No hay ausencias
Cerca,
porque tengo tanto tuyo en mi interior,
que estando yo conmigo
te encuentras tú presente.
Mi memoria lo había, supongo que poco a poco, convertido en un tanka. Sólo se resistía un poco el primer verso: "No hay ausencia. Cerca", donde había que tirar de demasiada sinalefa, pero estaba a punto de conseguirlo. Bueno: no sólo de métrica (japonesa) vive el hombre.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El ruido y lo fucsia

Después de tanto follón como hubo en aquel viaje, al único al que se le ha ido la mano ha sido a mí, ay, que presumía de ecuánime. Se me ha ido al rosa fucsia. Con la excusa de que hay que acostumbrarse al nuevo costumbrismo, de frivolidad en frivolidad, he acabado helado. Lo avisó don Antonio: "Qué difícil es..."

martes, 16 de marzo de 2010

La profecía

Mi corazón de piedra
a duras penas ama
y poco y solo a ratos.

La caridad cristiana
la conozco de oídas,
la mística, de páginas
de san Juan de la Cruz
y la piedad, de nada.

Alrededor hay gentes
mejor cualificadas:
son sabias, son sensibles,
son suaves, solidarias...

Podrían, si quisieran,
pero de Dios no hablan;
y ya lo dijo Cristo:
"Si estos callan --y callan--
me aclamarán las piedras".

Mi corazón le canta.

domingo, 14 de marzo de 2010

El rompehoras de las Españas

El día va a ser tan largo que empezó anoche y acabará mañana. Eso fue lo que pensé cuando a las 6:15 abrí un ojo y vi los dos de Leonor mirándome fijamente. Dijo: “Dentro de cinco minutos sonará el despertador” “Ya para qué, eh”, repliqué, poniéndome de pie. El día, en realidad, había empezado anoche, cuando ella clamaba al cielo con un puño cerrado: “Menos mal que no voy, menos mal que no voy”. Se estaba enterando de todos los planes que había hecho para mis horas en Madrid (viaje de ida y vuelta en el día) y pensaba que aquello era imposible y, por tanto, que no podía ser. Su alegría por no venir era muy curiosa: se parecía bastante al enfado. Me hizo llamar para tratar de cancelar alguna cita. Sin éxito, afortunadamente.

A las 6: 30, mientras me desayunaba un plátano y un café (1º) y luego otro (2º), mandé mi artículo al Diario, y dejé en el blogg un exagerado montón de enlaces, por si perdía el tren de vuelta y tardaba en volver no dejaros con Franco frente a frente.

A las 7: 30 estaba en carretera y a las 8:10 en autopista (de peaje). A las 9:00 en punto llegaba a Santa Justa, ante el asombro de Abel Feu por mi puntualidad. Aparqué junto a su coche y pasamos rápidamente de su maletero al mío unas cajas con el nuevo libro de d'Ors: Más virutas de taller. Parecíamos contrabandistas. Luego entramos a tomar un café (3º) a la estación. Aunque iba a pasar un día, yo llevaba dos maletas: un maletín grande, con libros, papeles, revistas, el ordenador y dos insólitos sándwiches que me había preparado Leonor con ese instinto maternal que se le dispara por días; y un maletón chico que llevaba vacío para llenarlo en casa de mi suegra con la ropa que le está comprando a Carmencita, con un instinto de abuela que se le dispara por días. Abel no dijo nada, pero yo me acordé de las veces que nos ha contado aquel viaje a un congreso de poetas en Granada que hizo con X y como éste apareció con un boli y un cuaderno. Abel pensó: “Quillo, ¿y la maleta?”, y no había maleta. Ahora estaría pensando: “Ni tanto ni tan calvo, tú, que vuelves esta noche”.

En el AVE me tocó al lado de un señor recortadito con la barba recortadita que se estaba estudiando El País. Fui a por un café (4º). En la cafetería leí El País (¿reflejo mimético?) y a la vuelta allí seguía, como un muñeco de cera, casi inmóvil, leyendo El País. En un momento dado, me llamó mi amigo Antonio Romero-Haupold, y yo, muy ufano, nada recortadito, más bien desparramado por los bordes, le dije: “Me pillas en el AVE: voy [tatatachán] a Madrid a dar una conferencia”. Y miré con el rabillo del ojo a mi acompañante, para estudiar la impresión causada. No mucha. A los cinco minutos (o menos) le llama un tal Jerónimo, al que cuenta que viene de Jerez de dar una conferencia y le pregunta si va a ir a la de esta tarde en Madrid. Jerónimo asiente, por supuesto, y entonces mi vecino de asiento le informa con toda la naturalidad del mundo: “Pues te harán falta entradas. Hay un aforo de 650 personas y me han dicho que habrá lleno. A mí todavía me queda alguna”. Qué poco dura la vanidad en la casa del pobre. Él, ricamente, dobló entonces con mucho cuidado El País y, justo cuando me debatía entre pulsiones cainitas, sacó Caín de Saramago.

En Atocha, a las 12:20 en punto me esperaba José Cereijo. Me hizo una ilusión grande llegar a Madrid y tener a un amigo entre ese grupo de gente que siempre espera a los viajeros. No se conocen de nada, pero están juntitos, apiñados, como si el cariño, que no es mutuo, sino a los que vienen, hiciese, en cualquier caso, su trabajo, y les uniera. Me dio calorcito ver entre ellos a mi viejo amigo, uno de los más antiguos que tengo de la poesía. En la misma estación nos tomamos un café (5º). Hablamos de Borges, de Panero, de Trapiello, de Lostalé, de Urcelay, de San Juan de la Cruz, de d’Ors, de Eloy Sánchez Rosillo, de Leopardi, de Carlos Javier Morales, de García Martín, de Antonio Moreno y, sobre todo, de la Musa y del barón de Münchhausen. Lo asombroso es que sólo estuvimos media hora y que diese para tanto y tan hondo y tan tranquilos.

Me monté en un taxi y fui a casa de mi suegra, a rellenar la maleta con ropa para Carmencita. No ha nacido, y ya es una fashion victim. Se habla mucho últimamente por teléfono en mi entorno sobre faldones, capotas, encajes, lazos y zapatitos, y ya tiene un un fondo de armario profundísimo. La ropa que mi suegra le ha comprado y que va de los dos meses a los dos años, de trajes de fiesta a abrigos de pre-esquí, no cupo en la maleta, de modo que hubo que habilitar una bolsa más.

Con los nuevos bultos, bajé a la esquina de Ferraz con Marqués de Quintana, donde me recogió Kiko Méndez-Monasterio. Educadísimo, le pareció lo más natural del mundo que uno vaya a Madrid a pasar el día con tres bultos inmensos; e hizo sitio, con esfuerzo, en el maletero de su coche. La casa de Kiko es luminosa y pasé en ella unas horas espléndidas. Me hizo bien al cuerpo y al alma. Centrémonos en el alma (no sin antes alabar la comida). La gente me ha metido mucho miedo con el follón de la paternidad y, sin embargo, allí, con dos niñas pequeñas y que según los padres se estaban portando fatal, se respiraba una paz deliciosa, casi cartujana. A Leonor le habría encantado estar allí. En la sobremesa, renuncié a otro café (no quería acabar dando saltos en el aula de la conferencia), y abrí mi correo para asegurarme de la hora exacta del evento. Entonces vi que Ignacio Peyró había reseñado Lo que ha llovido. Me pareció poco conveniente decir: “Amigos, interrumpamos cinco minutos esta apacible tertulia, que voy a leer(me)le ”, y me quedé con la ilusión y a la expectativa.

En la UFV me recibieron con los brazos abiertos, como siempre. Hablaba de poesía, como siempre, pero ante un público más juvenil, no el del Master de Humanidades, sino el de un curso que tienen de liderazgo para universitarios, patrocinado por el Banco de Santander (¡gracias!, que no todo va a ser la Fórmula 1). Lo había pasado tan bien en casa de los M-M y los muchachos estaban tan divertidos con su fin de semana cultural que una cosa contagió a la otra, y la conferencia salió más risueña de lo que pide la poesía, que es alada y graciosa, pero no desternillante. Aunque bien está lo que bien acaba: les había dado el soneto 76 de Shakespeare y cinco traducciones distintas, para que eligiesen la mejor. Se trataba de afilar su sentido crítico. Una chica levantó la mano, ufana: “Ya sé cuál es la mejor”. “Bien, ¿cuál?”. “El soneto 76”. Como todos eran el soneto 76 pensé por un instante que se estaba quedando conmigo. No. La equivocación tenía su motivo: una vez detectado el mejor, había leído atropelladamente el título; pero con explicación y todo fue un momento de jolgorio perfecto. Yo me senti muy solidario pues hasta entonces creí que esas cosas sólo me pasaban a mí y, por otra parte, puso un broche festivo a la conferencia. A Shakespeare me pega que le habría hecho mucha gracia. Está en la línea de su humor.

Con el taxista que me llevaba a Atocha, sin embargo, perdí una oportunidad de oro. Hablamos de Delibes. Una muerte como la suya, con la obra cumplida, la familia alrededor, el aprecio de todos, no es un drama, le dije. Un escritor casi no se muere. Y él, que cogió la idea y le pareció bien, añadió: “Así es. A un tuercebotas [sic] como yo, en cambio, cuando muere se le olvida, no queda nada”. Parecía el epitafio de Portocarrero. Yo, entonces, tendría que haberle explicado que “la muerte no interrumpe nada” y hablarle de Dios y de la vida eterna, porque lo tenía a huevo, y de la grandeza que todos tenemos y tendremos a sus ojos. Pero a esas alturas del día estaba muy cansado y me impresionó verme tan bien entendido por el taxista y esa palabra, sobre todo, “tuercebotas”. Me quedé pasmado.

En el AVE de vuelta iba en preferente, para que cenase allí (¡gracias, UFV!), aunque lo de menos fue la cena. Qué diversión de vagón, mejor que la televisión. Detrás de mí se sentó una folclórica famosa (por el porte lo digo, porque yo no la conocía) y su hija. A ellas sus billetes se los había pagado, precisamente, la televisión, y protestaban porque le habían sacado asientos diferentes. Por lo visto, en RTVE cada vez hacen peor las cosas. La hija le preguntó a la madre algo impresionante: “¿Acaso soy yo menos artista que mi hermano?” La sombra de Caín cruza errante por la red ferroviaria española.

Así las cosas, la quijada no tardó en aparecer. En mi coche iba la Princesa de Tracia, su novio o amigo o acompañante, que es podólogo, y un tal Enrique, del que quedó meridianamente claro que es homosexual y que trabaja en algún programa del corazón. Yo esos datos los desconocía. Pero allí se pusieron a gritarse, con un impresionante desmelene, la Princesa y el periodista a cuenta de la autenticidad de sus respectivos títulos, y nos enteramos de todo con pelos y señales. Era asistir en primera fila a un programa del corazón. La sangre, prácticamente, nos salpicaba. Quiero contarlo en mi artículo del miércoles, pero si no me sale, volveré sobre mis pasos, para dar aquí todo lujo (es un decir) de detalles. Me tomé mi sexto café. Como iba en preferente, pude saborearlo sin perderme nada de aquella escena de Almodóvar en directo.

En Sevilla, a las 11:20 tenía aún por delante una buena hora de AP-4 y ya nada podría mejorar el día, me dije, resignado. Todo sería decadencia y cansancio… Pero volví oyendo a Mozart, entusiasmado. A la altura del peaje, lamenté que no se hubiese ocurrido un mísero verso, que es una tradición ya, y entre el barón de Münchhausen y yo garrapateamos este:

En la autopista
ni un solo haiku: bueno,
un viaje zen.
Pero en el último momento, a 1000 metros de la salida, me adelantó un coche con un conductor solitario y, zas, inesperadamente, la Musa.

Leonor había salido a cenar con unos amigos y me pasé a recogerla. No tuve que bajarme del coche. Bastó una llamada de las llamadas gitanas (con perdón), y salió… ¡corriendo! Por Dios, cuidado, que con tanta lluvia hay mucho verdín en las calles.

En casa, tras los saludos saltarines de los perros, pude entrar en Internet para leer la reseña de Peyró (¡gracias, Peyró!) y colgar mi haiku. Leonor esta vez no me afeó el vicio informático porque estaba (01:25 de la madrugada) sacando y contemplando y ponderando y colgando la ropita de Carmen. ¡Qué de favores me está haciendo esa criatura desde el principio, madre! Leí también el artículo de Luis Suárez sobre el descubrimiento de El Lazarillo. Yo soy de los que está muy contento de que se le haya descubierto la noble paternidad, por múltiples razones que debería desgranar en otro artículo, pero no tenía el pequeño dato del Gran Puerto de Santa María. Nada como estar de nuevo en casa.

Adelantamiento


"El de ese coche,
¿qué irá pensando?", irá pensando
el de ese coche.

sábado, 13 de marzo de 2010

Contiene spoilers

Estoy encantado con el nuevo encargo que me han hecho en Alba. Consiste en comentar muy a mi aire las películas que veo en el cine. La sección se va a llamar "Contiene spoilers", porque quien avisa no es traidor. Aprovechan en Alba el primer párrafo para ponerlo de entradilla en la página principal y luego no lo reproducen en el texto principal. Por eso, las críticas comienzan algo abruptamente: algo así como llegar cinco minutos tarde al cine. Para evitarles las molestias, las aprovecho yo mismo de trampolínks.

Mi película preferida ha sido An Education. El comentario se me quedó muy corto, ay:
Una de las iniciativas más interesantes de la sociedad civil actual son las escuelas de padres y los cursos de orientación familiar. Ante la creciente, agobiante presión exterior, muchos matrimonios acuden a ellos en busca de criterios y habilidades para educar a sus hijos. El método didáctico suele ser el estudio, el posterior debate y la puesta en común de un caso. La película An Education resultaría perfecta como caso práctico en esos cursos.
La reseña que mejor me ha quedado fue la de Precious:
En una de las últimas escenas de la película, Precious, una chica negra de 16 años con obesidad mórbida, le dice a la desbordada asistente social Mrs. Weiss, que acaba de conocer toda su terrible historia de violencia y abusos: “Me caes bien, pero esto te supera”. También nos lo está diciendo a todos los espectadores y yo, al menos, no tengo inconveniente en reconocer que estoy exactamente igual que Mrs. Wise: superado. La historia es durísima.
También hice la de Invictus, que fue la que más le gustó a mi jefe.
Mientras que los romanos concibieron el deporte como un espectáculo y una distracción del pueblo para que no se preocupase por la política (el archiconocido panem et circenses), los griegos lo entendieron como un rito religioso y un elemento de cohesión nacional. Nosotros, herederos de ambos, nos debatimos entre ambas concepciones. Invictus, la última película de Clint Eastwood, basada en un libro John Carlin, apuesta decididamente por la visión griega.
La de Up in the Air, que, en contra de la opinión general, me interesó bastante:
Qué pena no haber estado haciendo estas crónicas de cine cuando Jason Reitman, director de Up in the Air, estrenó Juno. Hubiese llenado mi crítica de signos de admiración. Con esta película no llegaré a tanto, pero alguna exclamación sí que se me escapará. Los que odian los spoilers, pueden dejar de leerme cuando se acaben las negritas, e irse a verla. Más tarde hablamos. De la película se sale con unas ganas locas de comentarla.
Y la de Avatar, que fue la primera, y como estaba inseguro, me cogí de la mano de Alejandro Martín Navarro de forma descarada (le debo un café, o, para ser justos, un almuerzo.)
La mejor imagen de Avatar de James Cameron, la película más taquillera de la historia de España, la pone en realidad el público. Al ser una película en 3D a los asistentes nos colocan a la entrada unas grandes gafas, talmente unas anteojeras. Anteojeras que te imponen, ojo, los colores: uno rojo, otro verde. Consiguen así una imagen de una impresionante justicia poética. Imposible no rendir un recuerdo a Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira”.

viernes, 12 de marzo de 2010

Memoria histórica

Tras la guerra civil, Juan Gil-Albert se exilió en México y sólo volvió a España en 1947 a tirones de una nostalgia irresistible por su tierra, y para encerrarse en lo que se llamó el exilio interior. Releyéndole con gusto, como siempre, me ha sorprendido su poema “Apetencia”. Es muy bonito, pero lo suelen ser los suyos, así que la sorpresa no venía por el lado de la estética. La sorpresa venía del lado de la memoria histórica.

El poema está fechado en los versos 4 y 5: “veintisiete de mayo/ del año del Señor cincuenta y ocho”. Estamos en uno de esos años que el poeta Miguel d’Ors sitúa con ironía “allá por el cincuentayfranco”. Gil-Albert, sin embargo, no gasta ironías, él va a lo suyo.

Pero nosotros no podemos evitar leerle en el año del Señor dos mil diez, y por tanto nos chocan enseguida los versos del 19 al 29: “Los primerizos coches, camiones, / inician su diario desconcierto / con rutina afanosa. / ¿Qué otra cosa se puede en nuestros días / hacer que trabajar? / Es santo y seña. / Trabajan los honrados y los lerdos, / trabajan los sagaces y malvados. / Todos responden hoy a esa llamada / del deber. / Ya no se ven mendigos”. Desde esta España en paro uno se para al leer eso. Lo mismo que en las épocas de hambre la gente se desentendía del argumento de la película y contemplaba arrobada lo que comían los lujosos protagonistas, no se me van ahora de la cabeza unos versos que, como quien no quiere la cosa, retratan una sociedad de pleno empleo.

Lejos de la intención de Gil-Albert hacer propaganda de los logros sociales del franquismo y lejos de mí tergiversar su poesía. En el poema, hace una defensa de su ocio aristocratizante, y se permite cierto desprecio a “los que piden un sueldo y un estadio / donde gritar unidos como un hombre”. Pero tampoco le gustaría al poeta alicantino que pusiésemos en duda su testimonio y comprendería que uno, con la que está cayendo, se admire ante esos dos versos inauditos, casi increíbles: “¿Qué otra cosa se puede en nuestros días / hacer que trabajar?”. Qué cosas.

jueves, 11 de marzo de 2010

Trabalenguas trágico

El drama del hombre moderno —leo— es que ignora que no todo lo que puede hacerse debe hacerse. Bien, pero mi tragedia personal es otra: saber que no puedo hacer todo lo que debo.

lunes, 8 de marzo de 2010

Bebés

Personalmente estoy muy predispuesto, como es natural, y socialmente también: es el tema candente. Pero escojo estos dos poemas, además, porque siempre me han entusiasmado, me han fascinado, he agradecido hasta hincarme de rodillas, me han maravillado las deliciosas diferencias entre hombres y mujeres. Vean lo que dice cada uno frente a un bebé.

Pilar Pardo, Temporada de fresas, Siltolá, 2010, p. 48:

......................RECIÉN NACIDO

Tu boca es una rosa
de agua que ensaliva
todo lo que se acerca.

Tu propia indefensión
te convierte en sagrado
.


Y Antonio Casado da Rocha, Filósofos y películas, Birmingham, 2007, pp. 60-1:
.................MILLION DOLLAR BABY

No es la cigüeña
(diurna grúa de caña)
quien trae los niños,

sino una lechuza
silenciosa y nocturna.

La he visto hoy
(mancha fugaz a oscuras)
al encontrarme

con un bebé dormido
en nuestra habitación.

Puños cerrados,
respirando tan rápido
como un boxeador

(cuatro kilos de peso,
novecientos gramos y

con calzón blanco,
Mo Cuishle escrito
en el albornoz)

noqueado en la lona.
¿Quién lo ha dejado aquí?

Tantas apuestas
y resulta que hemos
ganado todo

un humano completo
con su viaje al futuro

desconocido.
Es, como suelen decir,
un milagro.

Pero antes de dormirme
(no era hora de toma)

pienso que todos,
hasta el más hijoputa,
hemos sido eso:

un paquete increíble
traído por un pájaro

hasta tu nido,
para que duermas menos
y te despiertes

y te duermas otra vez
más confuso que antes.

domingo, 7 de marzo de 2010

Escritor hasta la muerte

El artículo de hoy es testimonial, columna protesta o propuesta, si se me permite, al final. La literatura era la última de mis preocupaciones cuando lo escribí. Sin embargo, a mí, caso perdido, lo que más me gusta son dos pequeños trazos de escritor, sabiendo que lo más importante, por esta vez, es el fondo de la cuestión.

Primer trazo: los paréntesis del primer párrafo que dibujan el perfil de dos embarazadas, sobre todo el segundo (con su punto dentro.) Cada vez que lo leo, me entra un estremecimiento lírico. Qué hermoso caligrama, me digo.

Y como yo me lo digo todo, mi otra felicidad es más combativa. Más que felicidad, jolgorio o, incluso, cachondeo: un epigrama, vamos. Un adjetivo tan redondo, al menos en el sentido literal, que no se sabe si califica a su derecha o a su izquierda o a ambas en una confusión enorme, parecida a la que tienen: "Es una mentira de las gordas de las abortistas".

(No todas las abortistas --véanse las ministras-- están gordas, pero por ahí se entiende. Ni yo estoy muy en línea, desde luego, pero es que cuando uno escribe es la línea sobre el papel o el bolígrafo que la traza, y esos sí que son finos, o deberían.)

viernes, 5 de marzo de 2010

Se busca

He convivido con la duda más de veinte años. Estando yo en primero o segundo de Derecho, ganó el premio de poesía de la Universidad de Navarra este poema:

NO HAY AUSENCIA

...............Cerca.
Tengo tanto de ti
en mi interior
que estando yo conmigo
tú estás siempre presente.

Ni lo leí. Alguien me lo recitó y se quedó grabado ipso facto en mi generalmente mala memoria. En aquellos tiempos no era tan forofo de la poesía como después, no tenía ni idea de lo que era un tanka, eso lo aprendí años más tarde y tardé más aún en descubrir que ésa era, más o menos, la forma del poema, y no había pasado por la experiencia vital que refleja. Lo tomé por un poema romántico y nada más, quizá con un punto místico, que está muy bien. Tras la muerte de mi madre, estos cinco versos me han revelado su honda verdad inagotable. Hasta genéticamente tengo un 50 % de ella en mi interior, aunque eso importa mucho menos que su permanente presencia.

Mi duda no es por qué me lo aprendí entonces de memoria si lo necesitaba ahora, cuatro lustros después. La poesía se gasta esos misterios y esos caminos secretos. Se trata de ver si ustedes me ayudan a localizar al autor del poema, cuyo nombre olvidé o no supe nunca.

Estoy muy agradecido: quisiera saber a quién.

jueves, 4 de marzo de 2010

Gaya, Panero y yo

Me he llevado una sorpresa y una alegría muy grande al descubrir que Ramón Gaya había leído a Leopoldo Panero, y tan cuidadosamente como para matizarlo. En El silencio del arte, dice: “Lo mejor del hombre es la creencia; se ha dicho que era el dolor, pero el dolor es un medio para llegar a la creencia”. Si no estoy equivocado, eso contesta directamente al verso: “Lo mejor de mi vida es el dolor”, del poema “El templo vacío” de Escrito a cada instante. La figura de Gaya nunca deja de crecer, porque qué atención más viva a la poesía demuestra esa cita (espléndida, por otra parte, como siempre) y a la poesía estrictamente contemporánea, y qué bien leída, con qué seriedad y hondura. A Panero, por otra parte, tener como interlocutor a Gaya, como interlocutor que le toma tan en cuenta, también le engrandece. De ese encuentro todos salimos ganando.

**
También he tenido yo mi pequeño encuentro con Panero. Leyendo la antología que ha hecho José Cereijo, titulada Memoria del corazón, llegué a la página 176 y me di con el “Canto al Teleno V”, que reza:
Te vi tras las ventanas del colegio,
aun inconsciente a tu belleza entonces
o ignorando que al verte iba amansando
hora tras hora el corazón riqueza
que no se agota nunca.

Yo lo que veía tras las ventanas del colegio, aún inconsciente a su belleza entonces, quizá inconsciente hasta hoy mismo que lo he recordado a la sombra del Teleno, era el azulmorado del mar más hermoso del mundo (JRJ --que tanto lo vio desde las ventanas de su colegio del Puerto-- dixit), y a la luz más clara y más honda del invierno. Y aquello, es verdad, es verdad, no se agota nunca.

Me entristece, mientras pienso sin cesar en la hija que ya tengo, saber que en estos treinta años, entre entonces y ahora, construyeron pisos y construyeron apartamentos de playa y más pisos y ya no se ve el mar desde las ventanas de mi colegio ni, me temo, desde el colegio de las niñas, que está bastante cerca y a la misma altura. Los han cegado.

Siempre podré, por supuesto, llevar a mi hija de la mano hasta el Paseo Marítimo, pero eso no es lo mismo. Lo suyo son las ventanas del colegio y la inconsciencia, sobre todo la inconsciencia. Menos mal que, venciendo la melancolía, sigo leyendo, y sigue Panero:

… Un poco de ti existe,
por mí llevado como lleva el río
la nieve derretida, en las pupilas
de mis hijos. Un poco en su mirada
Ah, bien.
***
De aquella lectura de Memoria del corazón, esta reseña; aunque no os sintáis en la obligación de leerla, eh. Lo advierto: sólo es para los muy apasionados por la poesía.

martes, 2 de marzo de 2010

Sabines me salvó

Anoche me acosté más bien rendido. No había pasado nada grave, pero poco a poco el día había ido comiéndome la moral con un goteo intermitente e ininterrumpido como la gotera que ha salido en el cuarto de baño, estaba de prosa hasta el punto y coma, todas las gestiones se congestionaron, sólo Juan Ignacio me celebró la exégesis evangélica, Leonor estaba empeñada en que cuelgue más cuadros aún... En el último momento, al borde mismo de la escalera se me ocurrió echar mano de Jaime Sabines, aunque como estaba sin fuerzas, sólo me sentí capaz de acarrear su antología Uno es el poeta, publicada en Visor. Y fue mano de santo. Media hora después estaba en la gloria. Dormí como un bendito. Dios (y su tía Chofi) se lo paguen.

El amor es el silencio más fino.
***
Cita de Heráclito: Penoso es luchar con el corazón. Cada uno de nuestros deseos se compra al precio de nuestra alma.
***
Hiciste bien en morirte, tía Chofi,
[...]
... y a leguas se miraba
que querías morirte y te aguantabas.
[...]
Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso
[...]
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido.
Nunca ha sido tan real eso en lo que creíste.
Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos.
[...]
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
[...]
Vas a ser olvidada de todos
como los lirios del campo,
como las estrellas solitarias;
[...]
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.
[...]
y bajo la hierba, que te hace una cortina para mirar al mundo.
***
¡De pie, esqueletos!
Tenemos las sonrisas por amuletos.
¡Entremos en la danza,
en las cuencas los ojos de la esperanza!
***
Tú estás cantando siempre sin darte cuenta. Eres igual que el agua.
***
Cuando tengas ganas de morirte
[...]
Quédate dos días sin comer
y verás que hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
***
"Lo mejor de la escuela es el recreo"
dice Judit, y pienso:
¿cuándo la vida me dará un recreo?
¡Carajo! Estoy cansado. Necesito
morirme siquiera una semana.
***
Si te sacas los ojos y los lavas
en el agua purísima del llanto,
¿por qué no el corazón
ponerlo al aire, al sol, un rato?
***
¡Maldito el que crea que esto es un poema!
***
Morir es retirarse, hacerse a un lado
[...]
y estar en todas partes en secreto.
***
Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega. Y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna y nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.

Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.

A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!

Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento. Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

lunes, 1 de marzo de 2010

Capítulo 8

Pocas lecturas con más gracia —en todos los sentidos— que los Evangelios. Hay quien no la ve porque no la escucha, y es lógico: lo evangélico no son las estentóreas carcajadas, sino la sonrisa, que es silenciosa y transversal. Pero ahí está la gracia. Por ejemplo, en el capítulo 8 de san Mateo, titulado “Los milagros del Mesías”. La curación de la suegra de Pedro, sobre todo si uno se fija bien en cómo está enmarcada, es muy divertida. El primer milagro de la serie se lo ruega un leproso, que se postra ante Jesús; el segundo, un centurión romano, nada menos, que después de suplicarle que sane a su criado, da una lección de humildad y de fe al decirle que no hace falta que entre en su casa. Y entonces llega el golpe de la suegra. “Al llegar Jesús a casa de Pedro vio a la suegra de éste en la cama con fiebre. La tomó de la mano y le desapareció la fiebre”. Ea. Pero, ¿se han fijado ustedes en el silencio de Pedro, que no pide ni mu? Hasta los demonios gadarenos (Mt 8, 11) le rogaban... “Menos mal —comentaría después la suegra— que me vio Jesús, porque si llega a ser por éste". Y luego, cuando lo de la tormenta, despiertan enseguida al Maestro, y eso que acaba de decir (en el párrafo anterior) que no tiene donde reposar la cabeza. Y a grito limpio le despiertan los tíos, histéricos: “¡Sálvanos, sálvanos, que perecemos!”, y se supone que Pedro el primero. Normal que les riñera un poco Jesús y con la mirada le diría a Pedro: “Y con tu suegra, qué calladito estabas, eh, pillín”.