jueves, 31 de julio de 2014

Humildad, 3


Un susto de espanto. ¿Puse una tilde de más y entonces mi pío en twitter quedó absurdamente vanidoso? ¿O no se la puse a "aun"? Llego corriendo al móvil. Uf, qué alivio. 




Salir en Cátedra. Letras Hispánicas: la consagración... aun en la bibliografía. Antología de Sánchez Rosillo, eh.
*
Otro espanto, en sentido doble, a la castellana —de horror— y a la portuguesa —de asombro—. Cada vez que un amigo, conocido o saludado se molesta conmigo por algo que he dicho en un artículo. Yo tan en serio no me tomaría.
*
Pero no es virtud, aviso. La humildad virtuosa debe de ser (y debe ser) una fuente inagotable de alegría. Yo soy muy humilde, sí, muchísimo, pero tristón, reconcomido, tensionado. Y esa humildad no es.


miércoles, 30 de julio de 2014

Reacción


Tenemos que reaccionar contra esta costumbre de que, a partir de cierta edad, los cumpleaños en vez de una celebración exijan una consolación. 

Le debemos tanto a los años, 40 cumple Leonor. Tanto: 

Aquel camino de piedra 
entre tu puerta y la mía 
ya es un camino de arena. 

martes, 29 de julio de 2014

Siesta


Algún jaleo en la calle 
nos despertó de la siesta; 
y vimos que es verdad que 
no hay mal que por bien no venga. 



lunes, 28 de julio de 2014

El arte es heroísmo por excelencia, trabajo sin descanso


El título de esta entrada es, por supuesto, de JRJ. Y es, además, lo único que me puede consolar de la pregunta que Enriquito me lanzó ayer, metiéndose debajo de la sombrilla donde leo en la playa. 




Quería subir conmigo a la piscina y le contesté que vale, pero cuando acabase un capítulo del libro que tenía entre manos, que me quedaba poco. La pregunta —si no me engaña la pasión de padre— le salió con una espontaneidad tan asombrosa como su razonamiento y como su retórica, si se fijan. (Si en el vídeo ha perdido el efecto sorpresa y algo de naturalidad es porque le pedí que me la repitiese palabra por palabra, para inmortalizarla.)

Por la tarde, trabajando en casa vi los dos autorretratos que se pintó Bécquer, con seis años de diferencia —y la boda y los hijos por medio— y volví sobre el asunto. En "El poeta y las Musas" (1860), delicioso, no parece que el poeta esté trabajando demasiado. Yo me recuerdo mucho así. 



En "La Musa y el niño llorón" (1866) se le ve desesperado de verdad. 



La cara de horror de la musa es, en cambio, de una comicidad indudable. El niño llorón no le ha salido excesivamente bien, pero se le ve, al pobre, sin nadie, ni musa ni poeta, que le consuele.  


Creo que entre la relajación del 60 y la desesperación del 66, habría que ser capaces de encontrar un milagroso término medio, como si abriésemos un pequeño resquicio entre el trabajo sin descanso y el heroísmo por excelencia de JRJ. Si yo pudiese, que no creo, si pudiera, sería porque Enriquito me ayudará a abrirlo. 


domingo, 27 de julio de 2014

sábado, 26 de julio de 2014

Se acaba el curso


DICIEMBRE

Se acaba el año y casi nada hiciste
de lo que en este tiempo, vagamente,
te proponías hacer. Pero has escrito
unos cuantos poemas.
-____---------------------(Sé sincero
y di que lo demás no te importaba.)

Eloy Sánchez Rosillo

viernes, 25 de julio de 2014

Bien y mal


Pongo música clásica en el coche. Carmen dice: "Es música de Cenicienta". Ah, ése es el reducto de la música clásica, me entristezco. "Me gusta". Me esperanzo. "Es música con buenos y malos", comenta, y exulto. En el gran arte siempre hay una tensión moral, que en el mediano y en el pequeñito no, y Carmen (cuatro años) lo percibe. Quique asiente.


jueves, 24 de julio de 2014

Caí en Las Redes


Hace unos meses asistí a un curso sobre cómo hablar en público. Al empezar la primera clase se nos dijo categóricamente que el método tenía dos pilares: la autoestima y el hecho fehaciente de que el conferenciante sabe más que nadie de su tema. Acabáramos. La autoestima o es vanidad o es orgullo. Si lo primero, es dubitativa y tartamuda por naturaleza. Si lo segundo, se confunde con el segundo pilar del método, que queda entonces cojo, haciendo equilibrismos sobre una sola pata. Que tampoco sostiene, porque a ver de qué sabemos nosotros más que nadie y cómo sabemos, además, que lo sabemos. 

Ayer, sin ir más lejos, di una charla en el club Las Redes sobre Literatura del siglo XX y conversión. Bibliografía no me faltaba, pero, como en todas mis charlas, podía ir viendo como, entre el público, se iban encendiendo con grácil alternancia lucecitas sobre las cabezas de aquellos que saben sobradamente más que yo del punto en particular que estoy tocando en cada momento. No es metáfora. Yo veo esas lucecitas. Las veo siempre, pero más cuando la charla es en mi pueblo, donde nos conocemos todos. 

A la salida, amables saludos. Una señora se me presenta como profesora del colegio de Leonor. Muy sonriente. Dos besos. Adiós, adiós. Saliendo, Leonor me cuenta que esa profesora suya es inglesa y... conversa. Ah, ahí me falló la lucecita, pero qué luz. Cegadora, para ser más precisos. Quizá por eso me falló el fogonazo, por misericordia, para no haber sido tumbado del atril como san Pablo del caballo. Saber más que nadie, ja. Ja. 


miércoles, 23 de julio de 2014

Plancton


El PCPI no es el partido comunista de los pueblos ibéricos, como parece, sino esto. Sus alumnos despiertan la desazonada curiosidad de todos, profesores y otros alumnos, que los vemos por libre, haciendo pandillas, gritones y peleones. Uno de ellos muy bajito, muy redondeado y muy chulito llamó mi atención. Ejerce un inexplicable liderazgo entre tantos grandullones. Una especie de Humphry Bogart de barrio, pensé al principio, pero luego me fui fijando más y con esa pinta de malote, rapado y de mirar esquinado, terminé pescándole el verdadero parecido: Plancton. 


Una mañana le oí repetir y repetir un refrán a voz en grito, y comprendí la potencia de la rima.  ¡Qué poeta oculto!, pensé medio en broma. Me hubiese gustado traer aquel refrán al blogg, pero, cuando he querido, ya lo había olvidado. Otro día estaba, de nuevo, en la puerta del despacho del director, seguramente por otro parte de comportamiento, esperando quizá una expulsión. 

El orientador del centro se había parado a darle una charla pedagógica, ejerciendo de psicólogo: "No puedes seguir así, vas por mal camino, la vida te va a pasar por encima si continuas empeñado en cruzar a tu aire, etc". Lo sorprendente fue la respuesta que dio el pequeño alumno, angustiado, con las lágrimas saltadas: "Yo sólo necesito una mujer a mi lado". 

martes, 22 de julio de 2014

Salióme tan çierto


Hoy hace un soneto de años —contad si son catorce— que nos casamos. El día de la Magdalena. Y tenía previsto llorar aquí al menos el estropicio de la Thermomix, que ocurrió hace dos días. Fue un regalo de boda, justamente, y muy especial, porque nos lo hizo mi abuela materna, a sugerencia, por supuesto, de mi madre, que qué sabía mi abuela de thermomixes. Ninguna de ellas está ya aquí. Como parece que la boda fue ayer, se me han abierto las heridas. La Thermomix, qué cosas, ha funcionado como un correlato objetivo, que explicaba T. S. Eliot. 

Quizá por esa preparación previa, esta mañana, en el desayuno, al hablar de nuestros catorce años, me ha entrado una tristeza honda del tiempo que se nos ha escapado entre los dedos, tanta felicidad ya por detrás. Tan poquísimo elegíaco como soy, nunca había sentido nada parecido en ningún cumpleaños, jamás, con lo que tal vez pueda afirmar que quiero a Leonor más que a mi vida, si no es pasarme. Y con eso puede que compense esta maravillosa canción tradicional que leí el otro día, tan antirromántica, o, mejor dicho, tan prerrománica, y tan ajustada, sin embargo, a mi experiencia. Vaya la una por lo otro:


El bien que elegí 
salióme tan çierto 
que amor está muerto 
de envidia de mí. 



lunes, 21 de julio de 2014

El Cristo de la Calavera. [Más Bécquer y más Girard]


Nos pasmábamos ayer de la lectura girardiana que hacía Gustavo Adolfo Bécquer de un sucedido de su tiempo, y nos guardábamos en la manga la sospecha de que la carta IX de Cartas desde mi celda, dedicada a la Virgen María no dejaba de tener relación (una relación curativa) con la crisis mimética descrita en las dos cartas anteriores. La lectura de la leyenda "El Cristo de la Calavera" nos confirma en nuestras suposiciones de que Bécquer estaba, como Cervantes, como Shakespeare, como Proust, como Dostoyevski, como todos los grandes, en el secreto. Para empezar con la leyenda en cuestión, las tensiones entre los jóvenes Lope y Alonso, viejos amigos, a cuenta de su amor por la hermosa Inés, son una descripción detallada y perfecta del paso del deseo mimético a la rivalidad mimética. Juzguen ustedes: 


… junto al sitial donde ella se reclinó un instante después de haber dado una vuelta por los salones, comenzaron una elegante lucha de frases enamoradas e ingeniosas o epigramas embozados y agudos. Los astros menores de esta brillante constelación, formando un dorado semicírculo en torno de ambos galanes [Alonso y Lope], reían y esforzaban las delicadas burlas; y la hermosa, objeto de aquel torneo de palabras, aprobaba con una imperceptible sonrisa los conceptos escogidos o llenos de intención que, ora salían de los labios de sus adoradores como una ligera onda de perfume que halagaba su vanidad, ora partían como una saeta aguda que iba a buscar, para clavarse en él, el punto más vulnerable del contrario: su amor propio. Ya el cortesano combate de ingenio y galanura comenzaba a hacerse de cada vez más crudo; las frases eran aún corteses en la forma, pero breves, secas, y al pronunciarlas, si bien las acompañaba una ligera dilatación de los labios, semejante a una sonrisa, los ligeros relámpagos de los ojos, imposibles de ocultar, demostraban que la cólera hervía comprimida en el seno de ambos rivales.
La cosa va a terminar en un duelo, naturalmente. Pero está Toledo tan oscuro que ni los rivales se distinguen a sí mismos y así el enfrentamiento a muerte no puede celebrarse en ningún lugar. Hasta que encuentran la vela que ilumina al Cristo de la Calavera, y allí se disponen a luchar. Cada vez que cruzan los aceros, se apaga la vela. Cuando bajan las espadas, vuelve a encenderse. Tras varias repeticiones del prodigio, entienden y se abrazan, con palabras de una claridad diáfana propia del último Girard:  
Dios no quiere permitir este combate, porque es una lucha fratricida; porque un combate entre nosotros ofende al cielo, ante el cual nos hemos jurado cien veces una amistad eterna.
Y más aún, pues ahora existe, no ya un deseo enfrentado, sino un deseo unánime que nace de la amistad: una rivalidad mimética invertida (o enderezada) por el amor mutuo. Propone Alonso que sea Inés la que escoja amador. La respuesta no puede ser más luminosa: 
—Pues tú lo quieres, sea —contestó Lope.
Y, entonces, el final, deslumbradoramente feliz, gracioso, con una estruendosa carcajada, incluso, y con un rubor nada romántico, sin mentira romántica, con verdad novelesca. Yo me lo leería. O releería


Mientras


Mientras hago tiempo para la entrada de mañana, esto que me ha dicho Carmen esta mañana: "Cuando te hagas mayor del todo..."


sábado, 19 de julio de 2014

Que trabajen otros


Que otros hablen del gobierno

Y hagan poesía.

Y pedagogía. (En el mejor sentido.)

Y crítica literaria

Y antropología moral

Y, para cerrar el abanico de mis intereses, de mi familia, que hable Carmen. "Qué guapa estás. Vamos a mandarle una foto a mamá al trabajo para que te vea". "No hace falta, papá. Mi madre ya sabe que soy guapa". 

Qué bien. 

miércoles, 16 de julio de 2014

Profundidad de la piscina de los pequeños


Vigilo en la piscina de los pequeños. Desde mi hamaca en la sombra, intento adivinar qué futuro de ellos saldrá de esta tarde de juegos, risas, peleas y esquinas solitarias. No lo logro. Tampoco ellos lograrán atisbar, desde el futuro de cada uno, las hondas raíces que lleguen —llegarán— a estas tardes de juegos, risas, peleas y esquinas solitarias en la piscina de los pequeños. 


martes, 15 de julio de 2014

Jo, qué imagen


De "Prólogo y logomaquia" de Escaparate de venenos, esta imagen de Felipe Benítez Reyes: 
O bien como la mar, que, cuando sube, 
crecida en su delirio, parece más pequeña.
Delirio aparte, cuántas horas de contemplación de auténtico indígena hay detrás de esa observación que desafía las leyes de la lógica y que es tan verdadera. Con marea baja, el mar parece mayor. ¿Hay una hipálage cósmica y, siendo la playa más ancha, vemos el crecimiento en el mar o es que, de verdad, menos es más o resulta que todo se agranda cuando miramos por encima del horizonte? 

Me quedan tres cuartos de verano para pensarlo muy despaciosamente, al ritmo de las mareas. 
 PD.- Un informado comentarista me ha dejado sin materia para mis dudas este verano, pero la explicación es tan preciosa y el efecto, ahora con respaldo científico, tan hermoso, que me quedan tres cuartos de verano para la admiración. 



lunes, 14 de julio de 2014

Bécquer para girardianos


Esta entrada es sólo para girardianos. A los que pasmará la descripción que hace nuestro dulce Gustavo Adolfo Bécquer en las cartas VII y VIII de Cartas desde mi celda de un suceso real ocurrido en el mismísimo siglo XIXEs la resolución sacrificial de una crisis mimética con todas las de la ley. La comparación con las descritas por Girard en Veo a Satán caer como el relámpago pasman, especialmente con el milagro de Apolonio de Tiana, según narración de Flavio Filóstrato. Vean. Los lugareños persiguen a una vieja acusada de brujería, a la que culpan de la muerte de las ovejas o de la soltería de algunas mozas o del mal sueño de los niños, de todo, de cualquier cosa. 

[Ella se retuerce] para evitar los cantazos que le arrojaban. Sin duda no traía el bote de sus endiablados untos, porque, a traerlo, seguro que habría atravesado al vuelo la cortadura, dejando a sus perseguidores burlados y jadeantes como lebreles que pierden la pista. ¡Dios no lo quiso así, permitiendo que de una vez pagara todas sus maldades!
[...]
"No tengo hijos ni parientes que me vengan a amparar; ¡perdonadme, tened compasión de mí!», aullaba la bruja
 [...]

Unos aseguran que hablaba en latín, otros que en una lengua salvaje y desconocida, no faltando quien pudo comprender que en efecto rezaba, aunque diciendo las oraciones al revés, como es costumbre de estas malas mujeres.
 [...]

Yo lo confieso con toda franqueza: llegué a tener miedo. ¿Quién sabía si la bruja aprovechaba aquellos instantes para hacer uno de esos terribles conjuros que sacan a los muertos de sus sepulturas, estremecen el fondo de los abismos y traen a la superficie de la tierra, obedientes a sus imprecaciones, hasta a los más rebeldes espíritus infernales? La vieja rezaba, rezaba sin parar; los mozos permanecían en tanto inmóviles cual si estuviesen encadenados por su sortilegio, y las nieblas oscuras seguían avanzando y envolviendo las peñas en derredor de las cuales fingían mil figuras extrañas como de monstruos deformes, cocodrilos rojos y negros, bultos colosales de mujeres envueltas en paños blancos y listas largas de vapor que, heridas por la última luz del crepúsculo, semejaban inmensas serpientes de colores. Fija la mirada en aquel fantástico ejército de nubes que parecían correr al asalto de la peña sobre cuyo pico iba a morir la bruja...
[...]
La vieja, entonces, tan humilde, tan hipocritona hasta aquel punto, se puso de pie con un movimiento tan rápido como el de una culebra enroscada a la que se pisa y despliega sus anillos irguiéndose llena de cólera.
[...]
Pero aún no había pronunciado estas palabras, abalanzándose a sus perseguidores, fuera de sí, con las greñas sueltas, los ojos inyectados en sangre y la hedionda boca entreabierta y llena de espuma, cuando la oí arrojar un alarido espantoso, llevarse por dos o tres veces las manos al costado con grande precipitación, mirárselas y volvérselas a mirar maquinalmente, y por último, dando tres o cuatro pasos vacilantes como si estuviese borracha, la vimos caer al derrumbadero. [Un mozo más osado la ha acuchillado.]
[...]
[cae por el cortado, pero] quedó suspendida de uno de los picos que erizan la cortadura, barajando y retorciéndose allí como un reptil colgado por la cola. ¡Dios! ¡Cómo blasfemaba! ¡Qué imprecaciones tan horribles salían de su boca! [para que no suba, la apedrean desde arriba, hasta que cae al fondo del barranco.]
[...]

Parece por algunos momentos que el propio Bécquer va a caer víctima del contagio mimético. Eso, al lector avisado por Girard y que ama a Bécquer, le llena de espanto. En las últimas líneas, sin embargo, imagina a la bruja acurrucada, haciendo alguno de sus temibles hechizos o untos en una marmita. Pero, con un toque magistral, vivísimo, piadoso, desgarrador en su finura, apunta:

Al calor de la lumbre hervía yo no sé qué en un cacharro, que de tiempo en tiempo removía la vieja con una cuchara. Tal vez sería un guiso de patatas para la cena.

domingo, 13 de julio de 2014

Las irreverentes limpiezas


Bécquer, mon semblable, mon frère, protesta de "las irreverentes limpiezas, los temibles y frecuentes arreglos de cuarto de mis patronas". Y elogia el desorden de su despacho: "sobre aquella tabla, cubiertos de polvo, pero con las mismas señales y colocados en el orden en que yo los tenía, están aún mis libros y mis papeles."

Tengo que enseñarle esta cita a Leonor, por lo menos para que escuche en mis lamentos un eco romántico.




sábado, 12 de julio de 2014

Vuelta a la épica, pasando por la lírica


Oh luna, 
el escudo de Arquíloco 
que recojo del cielo. 


Gastroscopia (y 2)


Todo fue bien. El procedimiento y los resultados. Muchas gracias. Me impresionó la sedación, todavía me la estaban inyectando y ya me dormía, el líquido blanquísimo entraba en la vía y yo entraba en un sueño blanquísimo. Me desperté y le pedí educadamente a la enfermera que aumentara la dosis, que estaba demasiado consciente. No me dijo nada, sonrió. Resulta que ya había pasado todo hacía un buen rato. La vergüenza —y la sospecha de haberme convertido en un yonki de la sedación— me ayudaron a despejarme.

Me pasé el día muy contento con mi recuperada salud, nunca perdida sino en mis peores presagios. En la cola de la comunión, por la tarde, tuve otro acceso de vergüenza. ¿Cómo no celebro lo mismo. lo menos, la entrada en la Vida, ¡y eterna!, de cada día? Habría que ser un poeta de la talla de G. M. Hopkins para hilvanar todo esto en una imagen poética y hablar de la Eucaristía como una gastroscopia de salud infinita.




viernes, 11 de julio de 2014

Gastroscopias


La primera fue regular. Me habían dicho: "No comas nada en 12 horas" y yo entendí: "No comas nada desde las 12", con lo que me planté allí dos horas y medias después de darme un lunch como God manda. Arcadas aparte, me llevé, además de un diagnóstico de hernia de hiato —propia de un poeta, que si fuésemos músicos, Abel dixit, tendríamos hernia de disco—, la inquietante sensación de ser muy hueco por dentro. Me entraron metros de manguera. 

La segunda me la hicieron anestesiado y yo no recuerdo nada. Pero cuando llegó el informe decía que no habían podido tomar ninguna muestra por la feroz resistencia del anestesiado. 

A las 9, tengo la tercera. 


miércoles, 9 de julio de 2014

¿Por qué, por qué?


A pesar del título de la entrada, no voy a hablar de mis hijos, sino para lamentar que teniendo tan presente, gracias a ellos, el recordatorio constante de que hay que dar el por qué, no lo haya dado del todo de mi artículo kierkegaardiano. ¿Por qué el libro es tan bueno, por qué ayuda tan altamente, por qué nos hace mejores, por qué, por qué? Van los porqués:


  1. El —y eso sí lo digo en el artículo— fundamento. Se deja de rollos, y va directo al Evangelio. 
  2. El interlocutor. Como se trata de defender la alegría, se dirige al más desgraciado y forja lo que Chesterton (que parece que ha bebido bastante de aquí) llamaría después: "un optimismo de mínimos". 
  3. Detecta (qué admirable es Kierkegaard) que todos los problemas arrancan de las odiosas comparaciones, que tan infelices nos hacen. Él lo diagnostica con una palabra maravillosa: "El cotejo". Es la rivalidad mimética de Girard, antes que Girard. Y remata: "Toda preocupación mundana se basa en que un hombre no quiere contentarse con ser hombre".
  4. Como buen discípulo del Maestro, recurre a las parábolas. (Si no me hubiese avisado antes contra el cotejo, yo ahora le envidiaría amargamente esa habilidad). Esta parábola tan chula, por ejemplo, que nos anima a vivir el hoy: "Si se tratara de dos muchachas y la una le preguntara a su amado: '¿Volverás nuevamente mañana?' y la otra le dijese: '¡Gracias, amado, porque has venido hoy!', ¿cuál de estas dos muchachas estaría más convencida de que su amado volvería nuevamente mañana?"
  5. Cuánta alegría le provoca el "Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria", que me ha recordado la emoción profundísima que me produjo oírselo rezar a Leonor una de las primeras veces que, novia reciente, me acompañó a misa. 
  6.  Esta idea: "El que una doctrina sea sencilla no estriba tanto en que emplee palabras sencillas y corrientes o pomposas y eruditas, sino que la sencillez se debe a que el maestro es él mismo lo que enseña".
  7. Culmina su defensa del hoy con el único cierre auténtico del Carpe diem. La promesa que le coge las vueltas a la muerte: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Y subraya —sorprendente, luminosa, magistralmente— el hoy. 

martes, 8 de julio de 2014

Pukka


Leonor, de formación científica y trabajo ejecutivo, tiene, no obstante tanta modernidad, una superstición. Una sola. Consiste en que no le gusta decir ni oír decir lo que nos va bien porque le parece que es tentar  a la suerte. "Nunca nos peleamos", observo, y eso me cuesta una bronca, no vaya a ser que a partir de ahora discutamos. "Este año los niños no se han puesto malitos", y me mira con ojos asesinos, como si estuviese poniendo en peligro la integridad de la prole. Y así. La cosa tendría menos importancia si yo no fuese un tipo celebrativo, de esos que se pasa el día diciendo "Qué bien". Un tipo que cree, además, en el poder creador de las palabras. 


Lo último que ha pasado me da la razón, siento decirlo. El viernes estaba en Madrid, como sabéis, entre otras cosas porque la mitad de los lectores de este blogg estábamos allí, y comenté que nuestra perra Pukka tiene quince años y que nos los ha dado uno tras otro con sus instintos de cazadora de gatos y de ratas, que me obligó una vez a rematar en la atestada orilla a una gaviota enorme a la que había averiado, que ha molestado a los vecinos y ha vuelto locos a sus dueños. Tanto que, en un momento de desesperación, le escribí este epitafio para ir ganando tiempo: 

Descansarán por fin los pobres gatos,  
las ratas, los vecinos, las gaviotas. 
Solamente sus dueños, medio idiotas, 
de menos echarán tan malos ratos.

Llegué, derrengado, el sábado. El domingo por la mañana la perra estaba muy malita, echando espuma por la boca. Me temí que le había echado el mal de ojo. Mientras Leonor distraía a los niños, la llevé al veterinario de guardia. El diagnóstico no pudo ser peor. Estaba infectada por un cáncer enorme. Nosotros habíamos pensado que estaba tan gordita porque los niños le dan de comer sin solución de continuidad, chucherías incluidas, y porque ya no corría tanto. Y no era eso, no. Estaba hinchada.

El veterinario me propuso la inyección letal, y no sé si me negué por rechazo analógico de la eutanasia o porque a ver cómo les contaba a mis amigos, después de las bravatas del viernes, que la perra había muerto el domingo. Hubiese resultado sospechoso. 

Ayer volví a llevarla, y ya la atendió la veterinaria, que es amiga mía desde mi primera pandilla mixta, hace dos siglos. Vio con la ecografía una mínima posibilidad de operarla y se lanzó, dándome todas las desesperanzas posibles. La operación, sin embargo, ha salido muy bien y parece que han podido limpiarle todos los órganos vitales y que sólo le han extirpado el bazo, que está para eso. 

La leyenda continúa. El epitafio sigue esperando. Todo en orden. 


lunes, 7 de julio de 2014

Lady Catherine de Bourgh


Me paso la vida recomendando a jóvenes y adolescentes que lean a Jane Austen. Quizá sea todavía más urgente que lo lean los mayores. Ayer me crucé con una vieja conocida de mi primera adolescencia. Ya entonces apuntaba maneras, pero, tras varios avatares vitales bastante afortunados, se ha convertido en el vivo retrato de Lady Catherine de Bourgh, de Orgullo y prejuicio. De haber leído y entendido a Jane Austen, podría haberse evitado el resultado, desde luego. Aunque, por otro lado, yo habría perdido una ocasión de reírme a mandíbula batiente, gozoso, epigramático, riendo hasta las lágrimas. Qué exactitud en el parecido, ay, ja, ja. 


jueves, 3 de julio de 2014

La d'Orsiada. Entrada en marcha.


Ya saben los lectores de RyT que el viaje por antonomasia de este autor es a Madrid. Como periplo heroico, me basta. Es un viaje al centro. 
*
Empieza la noche antes, haciendo las maletas. Leonor me riñe ritualmente, como antes de cada viaje, por la poca ropa que tengo, en especial zapatos. Cierto que mi relación con la moda consiste en tratar de burlarla un año más y no comprar nada nuevo. Pero ayer descubrí que la bronca de Leonor tiene una razón más de fondo. Como en algunas especies, la madre se pone arisca y gruñona para hacer más fácil a los cachorros abandonar la guarida o, en el caso de las aves, el nido. "Ja, ja", la miraba de reojo, mientras ella refunfuñaba, "ja, ja, a mí no me engañas". 
Acabo de regar las plantas. Tampoco es sólo el gesto previsor del que va a estar tres días fuera. Ahí un mensaje claro (y fresco) a las raíces, que se quedan aquí, mes semblables, mes frères
*
En la estación, el padre de un niño de la clase de Carmen, que es, naturalmente, mucho más joven que yo. Viene a saludarme corriendo desde lejos, ágilmente, con la peculiaridad de que lleva dos muletas.
Me explica luego que va a Madrid a operarse de dos meniscos, y que por eso. Pero la imagen del tipo saltando como un gamo con dos muletas a las ocho y media en la estación del Puerto, me ha encantado. "Suerte", le deseo, que ya ha llegado el tren. Se aleja a toda prisa a su coche.
En el asiento de al lado, una chica gordísima. Como soy muy tímido, miro al suelo. Y tiene un pie precioso, muy fino, en una sandalia muy elegante. Otro contraste extremo, que me gusta. Luego me fijo y es guapa. Cambiamos unas pocas palabras y estreno privilegio: el del señor mayor, fuera ya de toda sospecha.
*
Recuerdo este poema y pienso en Leonor o viceversa, no sé.
 Ojos que no ven 
lo que ver desean, 
¿qué verán 
que vean?
*

Hace años escribí

ORSTODOXIA
 
Primero, Eugenio.
Después, don Álvaro. 
Ahora, Miguel.


No hay d'Ors sin tres.
Yendo a recitarlo a Madrid, en el tren recibo esta noticia. Yo le leí (y coincido), mas soy más papista que el Papa, así que revisito mi poemilla:

Hay que sumar a Pablo:
 
¡no hay d'Ors sin cuatro!
*

Madrid me recibe con lluvia y frío y una calurosa bienvenida de un nuevo amigo. Otro enorme contraste, que me encanta. Qué extremoso día, qué bien. 
*
Había bromeado con él diciendo que nos reconoceríamos en la estación por el aura de poetas. No hizo falta, menos mal. Sin embargo, en misa, la señora del banco de adelante se la debió de ver, porque no dejaba de volverse a mirarle, insistente. 
*
Yo venía con alpargatas a la capital, como Miguel Hernández. La lluvia las hincha, las enfría, las endurece. Ando como un pato. 
*
En mi charla sobre d'Ors con d'Ors delante, cito el poema "Lo mejor que me queda" para otra cosa. Pero, de golpe veo, en medio de mi perorata que ese aroma / nocturno del jazmín para el que no hay alambradas, atraviesa también (¡y sobre todo!) las alambradas de la actualidad que el poema levanta ante nuestros ojos, y que resultan entonces hermosamente impotentes. "Ah", me digo. Tengo un satori en el momento menos oportuno, después de haber leído tantas veces el poema y el haiku. 
*
A  continuación recita d'Ors. Me pide que le despeje un poco la mesa, y veo que he dejado un devastado campo de batalla, lleno de papeles pintarrajeados, marcapáginas desparramados, un sobre vacío de Neurofren, dos vasos de plástico a medio beber, bolígrafos, lápiz, gadgets varios... Durante la lectura, por contraste y vergüenza, me fijé bien en que tras leer cada poema suyo, Miguel d'Ors recogía cuidadosamente el papelillo que señalaba cada poema, abría su portafolios y lo metía cuidadosamente en un bolsillo ad hoc

Símbolos de algo nuestro, desde luego. 

*
Cuenta d'Ors que Átomos y galaxias tiene cien poemas porque le animó a ello su editora, no porque, como se ha dicho, haga un guiño a los cien cantos de la Divina Comedia. (Me sonrío. Me recuerdo animando repetidamente a la editora a que le animase a la centena por subrayar el paralelismo con Dante, oportuno entre dos libros que pretendían la totalidad trascendente. 

La vida es un profuso laberinto.)
*
La cena que sigue resulta animadísima. Hablamos de Scott Derrickson que ha confesado que "está a un libro de Chesterton de convertirse al catolicismo". Celebramos la frase y, acto seguido, historias de conversos. Cito esta frase redonda: "Hay más alegría en el Cielo por un inglés que se convierte que por cien irlandeses que perseveran". Gran éxito. No recuerdo el autor y se lanzan las más variadas conjeturas. Desde aquí subsano mi imperdonable mala memoria: es de Ignacio Peyró. 
*
La cena sigue animadísima y sigue y sigue. Los camareros nos invitan a irnos. Para d'Ors, no sé, pero para mí es una fiesta que me cierren los garitos. No me pasaba desde la adolescencia, si me pasó alguna vez y no lo ha inventado mi fantasía. 
*
Del salón del desayuno del hotel también nos echan, tan animados retomamos la conversación de anoche. Guasón, d'Ors me pregunta si me ha dejado dormir bien la angustia de las influencias (que era el tema de mi conferencia) o si he sufrido pesadillas. 
*
Me cuenta que Víctor Botas sufrió un grave infarto y cuando le bajaban en la camilla a la ambulancia, sacó la mano y vio que caían cuatro gotas: "A ver si me resfrío", se asustó el hipocondríaco insobornable. Temía una gripe in articulo mortis, glosa Miguel y nos reímos, recordando, enternecidos, al poeta. Pienso que es una prueba inconsciente de la creencia arraigada en la inmortalidad. No tiene ninguna gracia entrar en la gloria constipado, desde luego. 
*
Conozco a un viejo amigo. De mar a mar, a lo Alberti, el mar del norte, por un lado, y la marecita del sur, por el mío, hemos quedado en el medio, tierra adentro. Pero, ah, sin haberlo previsto, es Neptuno el que, desde su plaza, preside nuestro abrazo. 
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Hay algo al final intensamente corporal en las amistades virtuales. Cuando te conoces, en personal los cuerpos adquieren un extraordinario protagonismo. Con ningún amigo analógico se le ocurriría a nadie comentar de sopetón su aspecto físico y menos celebrarlo. Lo cual tiene, por supuesto, su honda lectura antropológica. 
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Aunque aún no lo sospechamos, por la noche, cenaremos con el pintor Presas y nos comentará algo muy agudo. A diferencia de la música y de la literatura, la pintura no impone un marco temporal para su disfrute. De modo, me digo, que al ver cuadros el tiempo es algo que tenemos que poner nosotros bajo nuestra entera responsabilidad. Ahora, viendo cuadros en El Prado, el marco temporal lo ponen —lo entenderé por la noche— los generosos comentarios de mi hermano Jaime, el tiempo de más que un amigo u otro se detiene delante de una obra que iba a pasarnos desapercibida, la conversación sobre cualquier cosa que nos hace pararnos por azar ante otro cuadro. Se va imponiendo un ritmo. 
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La majestuosa desnudez del cuadro de "Carlos V en Mülhberg". Comparado con él, el vigoroso desnudo del emperador en la estatua de Leone Leoni parece, como su propio nombre indica, redundante, cargado de invisibles ropajes excesivos.
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En el laboratorio de Restauración, nos enseñan la cata microscópica que toman de un cuadro para analizar sus componentes. Es un trabajo minucioso, de policía científica, pero los visitantes nos deslizamos a la mística. Tener una milimétrica muestra de un Velázquez, ¿no es tener un Velázquez? Para los eucarísticos, sí, en cada fragmento, Dios. Y metafóricamente para los poetas: en cada rosa están todas las rosas. Y eso es el blogg o lo pretende: mínimos fragmentos dando cuenta de una vida entera. Oh, la casi invisible muestra de Rubens que, protegida por una cubierta de plástico, tenemos entre nuestros dedos...
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La comida, y otro contraste. Enorme pesimismo con el mundo político, cultural, literario, social, periodístico, con el mundo en general, vaya; y qué felices de estar juntos, sin embargo. 
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Visita al Museo Naval para una cosa. Pero David Arias ya nos ha invitado al jardín de su casa y todos, menos yo, que sigo en modo épico, han puesto el modo bucólico. No hay manera.
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  Cuando estoy cansado, presumo. 
(Es horrible, lo sé.)
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Durante estos días, hasta cuatro personas distintas, cuatro, me van recordando en unos sitios y otros la entrada de la piñata. Conclusiones: 

1- Qué generosa es la gente.
2- Lo mejor nuestro siempre es de otros. 
3- Escribir es perseverar en sostener (mánchandola un poco) la hoja en blanco para cuando a veces llegue la gracia. 
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Curioso denominador común. 
Repaso todas las conversaciones que he tenido aquí y allá, públicas y privadas, paseos y coches, comidas, cafés y copas, y siempre en todas hemos hablado algo de Jon Juaristi. Qué feliz casualidad. 
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A veces no logro seguir las conversaciones. Tanta bibliografía que apuntar en el móvil. 
Como si no tuviese suficientes dificultades para exponer mi hipótesis, entre tartamudeces y titubeos, datos por contrastar y flecos deshilachados, me distraigo a media explicación a recordar una tarde en la que Francisco Bejarano nos explicaba una teoría suya a trompicones aproximativos, aunque, lógicamente, delicados, como suyos. Viendo nuestras caras de incredulidad, con un insuperable desdén, zanjó: "Escribiré un artículo y lo haré indiscutible". 
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Una adolescente sensación de haber sido pillado con el carrito del helado, con el carrito del helado 2.0, cuando Ángel Ruiz y yo hemos de confesar que nuestra vieja amistad, que salta a la vista, ha dado dos encuentros personales en ¡doce años! Y acelerados. 
Llego a casa de mi hermano Jaime tardísimo, derrengado, avergonzado de despertarles, fuera de mí. Pero entro en el cuarto de invitados y hay un sofá de casa de mi madre. Una oleada de emoción. De quedarme algo de fuerzas, escribiría ahora mismo el "Elogio de la partición de la herencia". 
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Escribo esta mañana en casa de mi hermano, con la ventana abierta. Descubro otra ventaja de Madrid. Yo, que leo mucho mejor en los bares, concentrándome en aislarme, aquí no tendría que salir de casa. Qué descomunal jaleo. 
Una última comida de trabajo. Fecundísima, y eso sin contar con el lechón y el cochinillo. 
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"Muy gentil", me dice el señor obispo (no sé cuál) al que ayudo a subir las maletas en el AVE. 
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Se me cierran los ojos, pero me despierta una llamada de Leonor... para informarme que esta noche tenemos una barbacoa en caso de los Merello. Eh. Uh. Ah. Oh. Y qué bien para practicar este consejo de Nicolás Gómez Dávila que acabo de leer en Twitter: 

“Socialmente el artista debe ser tan sólo un hombre bien educado que lleva una vida doble”

En casa, la sorpresa mayúscula del recibimiento. Han brotado las semillas de hacaranda que cogí, saltando al pie del árbol, y planté con Carmen y Enrique el otro día. Qué bien. Amén. 

martes, 1 de julio de 2014

Errores que han roído los ratones


Yo soy muy de los errores. Véase el cuadro de Carmen y díganme si el encanto de la familia de ratones podría superarse por más exactitud iconográfica o, al revés, por una desviación del modelo querida y rebuscada. 

Lo mismo en el lenguaje y la cita. Mi hermano Jaime de pequeño rezaba así el segundo misterio gozoso del Rosario: "La Visita de nuestra Señora a nuestra prima santa Isabel", gracias a lo cual hemos ganado un parentesco del que nos enorgullecemos. Mis hijos rezan con deliciosos errores. En esta plegaria del alba, que nos transmitió Ignacio Trujillo:



Bendita sea la luz 
y la Santa Vera Cruz 
y el Señor de la verdad 
y la Santa Trinidad. 
Bendita sea el alba 
y el Señor que nos la manda. 
Bendito sea el día 
y el Señor que nos lo envía. 
Amén.

introduje una variación en el verso final: "y la Virgen María", pues el Señor ya salía antes y un ofrecimiento sin Ella no me convencía del todo. Carmen ha detectado sola otra redundancia entre el alba y el día, y ha cortado por lo sano y lo madrugador. Reza ella: "Bendita sea el alma / y el Señor que nos la manda", con lo que también corrige lo de los dos envíos, poniendo nuestro espíritu a las órdenes de Jesús, que está muy bien. Y Quique se equivoca sobre equivocación y remata: "Bendita sea el alma / y el Señor que nos la salva". 

Quique también canta una canción que le han enseñado en el colegio llamada "Virgencita de todos los niños". En la v.o. se dice: "Que estás en el Cielo, / rogando por mí". Quique cambia: "Que estás en el Cielo, / robando por mí". No se puede ser más contrarreformista y defensor del papel de intercesora de la Madre, eh. En la oración al Ángel de la Guarda, en vez de "no me dejes solo / que si no me perdería", él dice: "No me dejes solo / que si no me casaría". 

Yo y mi dislexia también tenemos lo nuestro. El poema de Aquilino Duque reza: "Sólo el que miente insiste", pero yo insisto en una equivocación en la que me he empestillado: "Todo el que insiste miente", avisándome de subconsciente a subconsciente de que, sin intención, por pura reincidencia, puedo también acabar, yo, tan jartible, chafando la verdad. Ella está para decirla, o sugerirla, y ya. Se defiende sola.