Como habrán adivinado por el título, esta columna va sobre los nacionalistas. Desde los cuentos de la buena pipa no habíamos visto nada tan aburrido. Siempre igual, obsesionados con lo suyo y su mecanismo bobo: exigen competencias que exceden la Constitución o la comprometen, el presidente se niega, ellos se enfadan, el presidente vacila, algunos como Bono o Ibarra protestan, los nacionalistas lloriquean y/o amenazan, los socialistas contestones se acallan, el presidente cede, la Comisión Constitucional ratifica…, y vuelta a empezar con nuevas exigencias.
Se podría hacer el documental más somnífero narrando como esto se ha repetido en nuestra democracia hasta la extenuación. (Hasta la extenuación también de nuestra democracia.) Los nacionalistas recuerdan a los niños mimados que lo consiguen todo. Ahora, ya crecidos, desarrollan el síndrome del emperador y, en justo pago, acaban maltratando a sus débiles progenitores.
Se hace tan pesado que resulta más estimulante divagar sobre el aburrimiento. Que por otra parte tiene su importancia, puesto que el ansia por escapar de él está en la raíz de nuestra vida pública y otras calamidades. Lo sabía el impagable Pascal cuando alababa a quienes son capaces de disfrutar tranquilamente en sus cuartos, sin inventar conflictos ni follones por pasar el tiempo. Lástima grande que casi nadie lea a Pascal.
Son follones interminables, además, porque el aburrimiento no tiene remedio. En el Diccionario del diablo, Ambrose Bierce define así los pasatiempos: “Un dispositivo para promover la depresión. Ejercicio suave para la debilidad intelectual”. El aburrimiento tiene algo de nudo corredizo, que cuanto más se intenta soltar más se aprieta. Hay, por ejemplo, quienes piensan que los libros lo alivian: son los que nunca leen. Un libro aumenta la diversión, que es exactamente lo contrario.
Y es que el aburrimiento viene a ser la cadena perpetua del aburrido. El problema, en realidad, es personal y no se arregla tanto cambiando de actividad como de actitud. Todo tiene interés para quien sabe mirarlo; nada para el que no. Un poemita de Javier Almuzara lo explica: “Mirando las nubes/ el hombre se asombra/ y el burro se aburre”. Y Max Jacob lo reafirma con un recuerdo de su infancia: “—Mamá, me aburro. —Hijo mío, sólo los idiotas se aburren…”
Esto me inquieta. ¿Será por debilidad intelectual que no le veo el chiste a los nacionalistas? Desde luego, es posible; aunque tampoco quisiera acercarme mucho a ellos, porque el aburrimiento se contagia. A los aburridos, los colombianos, que hablan el mejor español del mundo, les llaman aburridores. Qué acierto. Sin ir más lejos, observen a Zapatero, que era un político que vendía ilusión al por mayor, y que desde que lleva dos años tomando café con esa gente, ha dejado de dedicarse a lo que de verdad nos interesa. Ahora se pasa las noches con la reforma del Estatuto. Ufff.
(Columna publicada en el "Diario de Cádiz")
Dice Oscar Wilde: "El nacionalismo es la virtud de los depravados".
ResponderEliminarY añade Josep Pla: "El nacionalismo es como un pedo. Sólo le gusta al que se lo tira."