POR fin en España hay unanimidad en algo: en que la tregua etarra ha de valorarse con esperanza y cautela. Las diferencias, no obstante, reaparecen según a qué platillo de la valoración se incline cada uno, quién a la esperanza, quién a la cautela.
Yo, a la cautela. Inconvenientes, supongo, de haber leído a los estoicos. No puedo dejar de repetirme esta frase del Edipo de Séneca: "Aditum nocendi perfido praestat fides". O sea, que quien presta su confianza al pérfido abre la puerta al daño.
Con esto en la cabeza, comprenderá el señor Rubalcaba que yo no sonría. Nunca se consideró prudente vender la piel del oso antes de cazarlo. Con ETA, además, hay que tener en cuenta que es una serpiente y no un oso, y que ésas mudan de piel cada cierto tiempo. No puede descartarse que se nos esté vendiendo un despojo, una muda sucia.
Y conviene siempre saber el precio antes de sonreír. El crédito de ETA es escaso, pero el margen de actuación del Gobierno tampoco es ilimitado. Pagar un precio político (reconocer la autodeterminación, disponer del futuro de Navarra o abrir fisuras en la soberanía nacional) significaría legitimar el uso del terror, además de que no tendría encaje constitucional. Por otra parte, ciertos beneficios penitenciarios a los criminales repugnarían a la justicia, ofenderían a las víctimas y crearían un agravio comparativo con los llamados presos comunes, que todo el mundo olvida.
Aunque el asunto muestra múltiples aristas, en lo esencial sólo caben tres posibilidades. La primera, la mejor: ETA arrepentida de sus asesinatos y extorsiones, convencida por el talante de Zapatero, entrega las armas, asume sus obligaciones penales y económicas y deja su reivindicación en manos de un partido político. En la segunda, ETA, al no recibir recompensa alguna, abandona las negociaciones. La última posibilidad es que, con la complicidad de Rajoy y de los otros poderes, el presidente demuestre menos sentido del Estado que de la estadística, y pensando en las elecciones, con tal de colgarse la medalla de la pacificación, haga o haya hecho ya cesiones más o menos disimuladas. Eso supondría el fiasco general del Estado, que no es Conde-Pumpido, sino una voltereta con respecto a los principios con los que debe tratarse al terrorismo. Y no olvidemos que una voltereta no es más que una elevación del culo y una inclinación de la cabeza.
Pero que la cautela no se nos convierta en pesimismo. Sólo en este último supuesto triunfarían los terroristas. En los dos primeros, sobre todo en el primero, pero también en el segundo, ganaría la democracia y la figura de Zapatero se engrandecería. Esperemos. Lo único indudable es que aquí nadie puede quedar subcampeón, como decían los argentinos que habían quedado ellos en la guerra de las Malvinas. O gana el Estado de Derecho o perdemos todos.
[Publicado en Diario de Cádiz]
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