Es sólo una anécdota, pero asusta. Ayer fuimos a tomar una copa después de cenar a un apacible chiringuito. A la salida, vi que un coche encerraba al mío sin dejarle ninguna posibilidad de escapatoria. Acompañado por el bueno de Federico de la Calle, bajamos de nuevo al chiringuito a preguntar grupo por grupo si un Golf rojo era de ellos. Las respuestas fueron desoladoras. Casi todos decían enseguida: “Ojalá fuera mío”, y bastantes añadían: “Ráyalo", o "Pínchale las ruedas”. Nadie lamentó mi suerte ni se condolió. Tuvimos que dejar mi coche allá, con la inquietud de que atrajese la atención de alguno y/o pensara que le molestaba: visto lo oído, podían hacerle cualquier trastada.
Ya sé que sólo una anécdota, pero justo después de pasarme el día hablando de René Girard, asistir a ese cocktail de deseo y violencia en un tranquilo chiringuito para treintañeros a pie de playa, impresiona.
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