Pero como lo de la oración puede sonar increíble, lo documentaré. Lo afirman Robert Marrast (Rafael Alberti. Marinero en tierra. La amante. El alba del alhelí. Clásicos Castalia. Madrid. 1972) y Dámaso Alonso (Poetas españoles contemporáneos. Tercera edición aumentada y corregida. Gredos. Madrid, 1969). La historia es como sigue: durante el viaje por Castilla que daría lugar a La amante, Alberti pasa por el Monasterio de Santo Domingo de Silos, donde hace amistad con fray Justo Pérez de Urbel. Allí recita a los monjes los tres sonetos de su “Triduo de alba”, y el Abad (hombre de buen gusto poético, por lo visto) queda tan impresionado que, haciendo uso de una antigua potestad, concede ciento cincuenta días de indulgencia a todo aquel que los leyera o recitara con devoción. Concluye Dámaso Alonso: “Yo que los sé de memoria, los he dicho tantas veces, que de indulgencias me he debido ganar por lo menos varios años: no dejarán de venirme bien.”
No conozco otros poemas contemporáneos que se hayan incorporado de una manera tan canónica al devocionario cristiano. Esto otorga una graciosa singularidad al “Triduo de alba” dentro de la obra completa de Alberti, que no es, por otra parte, contra lo que pudiese parecer, ajena a la temática religiosa (véase, para una relación exhaustiva, el libro Alberti, poesía religiosa de Agustín Castro Merello, S.J. Fundación Mapfre Guanartene, 1997).
Para mi sorpresa, he comprobado que no es fácil encontrar en internet los tres sonetos. Paso a ofrecerlos, con la recomendación de que, ya puestos, se lean eso, con devoción.
TRIDUO DEL ALBA
I. Día de coronación
Sobre el mar que le da su brazo al río
de mi país, te nombran capitana
de los mares, la voz de la mañana
y la sirena azul de mi navío.
Los faros verdes pasan su diana
por el quieto arenal del playerío.
Del fondo de la mar, el vocerío
sube, en tu honor --¡tin, tan!--, de una campana.
¡Campanita de iglesia submarina,
quién te tañera y bajo ti ayudara
una misa a la Virgen del Carmelo
ya generala y sol de la marina!
La cúpula del mar, como tiara,
y como nimbo la ilusión del cielo.
II. Día de amor y bonanza
Que eres loba de mar y remadora,
Virgen del Carmen, y patrona mía,
escrito está en la frente de la aurora
cuyo manto es el mar de mi bahía.
Que eres mi timonel, que eres la guía
de mi oculta sirena cantadora,
escrito está en la frente de la prora
de mi navío, al sol del mediodía.
Que tú me salvarás, ¡oh marinera
Virgen del Carmen!, cuando la escollera
parta la frente en dos de mi navío,
loba de espuma azul de los altares,
con agua amarga y dulce de los mares,
escrito está en el fiero pecho mío.
y III. Día de tribulación
¡Oh Virgen remadora, ya clarea
la alba azul sobre el llanto de los mares!
Contra mis casi hundidos tajamares,
arremete el mastín de la marea.
Mi barca sin timón, caracolea
sobre el tumulto gris de los azares.
Deje tu pie, descalzo, sus altares,
y la mar negra verde pronto sea.
Toquen mis manos el cuadrado anzuelo
-tu escapulario-, Virgen del Carmelo,
y hazme delfín, Señora, tú que puedes...
Sobre mis hombros te llevaré a nado
a las más hondas grutas del pescado,
donde nunca jamás llegan las redes.
Si quiere remitirse a Garcilaso, la comparación no hace más que perjudicarle: este poema palidece mucho enfrentado al original. Aquí lo pongo, como ilustración:
ResponderEliminarEscrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribistes, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
No sé, no me convence nada, aunque estoy seguro de que si nos lo desmenuzas bien hasta a mí me puede gustar ese poema. Sólo un poquito el tono popular (pero para ese viaje no necesitamos las alforjas de un poeta del 27). Lo de loba de mar no me gusta nada y (lo diré) huele a retórica.
Abrazos desde Austria: me voy al centro de Graz a ilustrarme.
Qué interesante, no deja de ser paradójico que sean precisamente unos versos de Alberti los que hayan recibido este privilegio. Me alegra saberlo. Y gracias por seguir con la cátedra virtual de poesía.
ResponderEliminarDesde mi punto de vista, AnaCó clava el adjetivo: el "Triduo" es "interesante". Con eso es suficiente, creo.
ResponderEliminarArp, por su parte, me da una cura de humildad desde Austria, porque no había caído yo en el parentesco con el soneto de Garcilaso y su "Escrito está", que es evidente. Siempre aprendiendo...
Sobre la calidad de los sonetos, habría mucho que hablar. Así que vamos...
Mi preferido, precisamente, es el nº II, el garcilasista, digamos. El motivo de mi predilección, además de poético, es personalista. En "La arboleda perdida" se nos dan datos que permiten este tipo de lectura. Se habla del “Triduo de alba a la Virgen del Carmen” como una obra escrita inmediatamente después de que Alberti descubra que su libro “comenzaba a ser una fiesta, una regata centelleante movida por los soles del sur”. La cita relata con pasión el estado eufórico del poeta en aquellos días.
Después añade: “dediqué [el “Triduo”] a mi madre, la que se conmovió profundamente, deduciendo que con aquellas líricas oraciones mi ya advertida indiferencia religiosa se avivaba”.
No dice más, pero es mucho. Por un lado, es muy preciso al declarar que estos poemas eran oraciones y que era por entonces cuando su indiferencia religiosa empezaba a ser notada. Por otro lado, me parece atisbar una intencionada ambigüedad al no decirnos si la conmovida deducción de su madre tuvo o no tuvo fundamento.
Como no podía ser de otra forma, el poema es mucho más explícito. Se titula, para empezar, “Día de amor y de bonanza”, de modo que tal vez nos destaca tanto la bondad y el amor que embargan al poeta como su carácter temporal: se trata, ya lo dice, de un día.
La fe se alude con la frente, lugar donde se alojan los pensamientos y las creencias. En el soneto aparecen tres “frentes”. En las dos primeras, hablando del tiempo presente, es –justamente en ellas- donde están escritas las glorias y los títulos de la Virgen del Carmen. La última frente, la más propia del poeta, se romperá contra la escollera y la referencia a la Virgen pasa, entonces, a escribirse en el “fiero pecho”.
Si mi interpretación es correcta, esa frente rota representa la fe, que pronto estará irremediablemente perdida. Contra ese futuro tormentoso (si se relaciona con los otros dos sonetos del “Triduo” se ve inmediatamente que al día de amor y bonanza sigue la tribulación, y que, mientras que en este soneto la Virgen del Carmen aparece como timonel, en el III la barca del poeta no tiene timón), se alza ella, poderosa y marinera, tal y como está escrito en el fiero pecho albertiano.
El pecho está relacionado con el uso del escapulario, pero creo que es legítimo leerlo también el como un símbolo del sentimiento, como un símbolo típicamente contrario a la “frente” del pensamiento.
Este soneto, que es una delicada canción popular, entronca así, a mi entender, con esa tradición literaria en la que se debaten agónicamente la fe y la duda, el corazón y la razón. Pero lo hace de una forma airosa y gaditana, como vio Dámaso Alonso.
A mí por eso me gusta, aunque no sé si habré convencido a Arp, que sabe tela marinera de esto...
Releo mi apología y compruebo que se me ha escorado la nave hacia lo biográfico-argumental. Para equilibrarme, señalaré tres aciertos del soneto puramente literarios, después de reconocer que tiene también sus rellenos ripiosos y su retórica como escolar.
ResponderEliminarPrimer acierto: la imagen de la bahía como manto de la aurora.
Segundo acierto: los encabalgamientos del primer terceto, que representan a la perfección las zozobras y los vaivenes de una barquilla en la tormenta.
Tercer acierto: esa inexplicable "agua dulce" casi al final, que remite a una ternura ignota.
Creo que al justificar sus sonetos a la Virgen en "La arboleda perdida", Alberti se expresó mal, pues el Triduo de alba no llevaba precisamente a avivar su ya «advertida indiferencia religiosa»; más bien parece que su madre dedujo que con aquellas oraciones líricas se avivaba, no la indiferencia, sino la fe de su hijo, como si lo que se avivara fueran los rescoldos de una fe que todavía no había desaparecido.
ResponderEliminarLo que el tercer soneto del Triduo de alba (Día de la tribulación) parece indicar (o del que se puede deducir) es que todavía Alberti, consciente de su deslizamiento hacia la indiferencia religiosa, acude a ponerse bajo el amparo de la Virgen como tabla de salvación.
Desconocía este triduo carmelitano, del que me gustan algunos destellos aunque no su tono, algo afectado en mi opinión.
ResponderEliminarPero más que estos versos me gusta la suma de opiniones, la sinceridad y los conocimientos con que se exponen. Se aprende en el fondo y en las formas. Tertulia de voces diversas pero en armonía, así da gusto.
Cierto, Carlos, hoy está saliendo una tertulia vivísima. Y se aprende.
ResponderEliminar¡Hay que ver el magnífico "lapsus lingue" que F. Suárez le ha pescado a Alberti en "La arboleda perdida"!
Me sé del todo indigno de participar en una tertulia de este nivel, pero claramente estoy con Arp. Alberti me parece aquí especialmente fingidor.
ResponderEliminarAdemás, si Garcilaso volviera, estoy seguro de que Alberti no sería su escudero, precisamente porque buen caballero (español)era. Tomaría antes por tal al buen y más afín Enrique, por mucho que aquél sea del 27 y éste se considere, al menos en algún poema, un poeta menor (extremo de los que muchos discrepamos).
Ser un poeta menor no es tan malo, hombre. Ojalá. Y a lo de escudero de Garcilaso sí que me apuntaba, gracias.
ResponderEliminarReleyendo el triduo, que es muy lindo, veo que dice "prora" (II, 2, v. 3). Y eso rima con "cantadora", pero ¿qué quiere decir? Sería proa, ¿no? Aunque se va la rima consonante...
ResponderEliminarLo de prora es, observador J. I., un arcaísmo traído por los pelos, o mejor dicho, que hace aguas. Como es para mantener la rima consonante, estamos un ejemplo claro de lo que es un ripio.
ResponderEliminarinteresante... y raro triduo, es cierto, e interesante discusión. Sólo quería señalar una cosita: esa fresca manía de Alberti de invitar cariñosamente a todos los santos con los que topaba (María y Pedro, que yo recuerde) a bajarse de los altares e irse a la mar, el mar... (que es el morir)
ResponderEliminarLo de loba rechina, si, pero también puede estar aludiendo a Luperca la loba que amamanto a Rómulo y Remo y por ese lado una de las figuras maternas que podamos tener más imbricada en nuestra consciencia colectiva.
ResponderEliminarMi dispiace, ma...Garcilaso sale perdiendo en la desafortunada comparación con su escudero. Para empezar, están las asonancias en los cuartetos y parte de los tercetos. El joven imitador anduvo más inspirado que el imitado, entre otrs cosas, porque la inspiración le venía desde más arriba.
ResponderEliminarHola, te he he encontrado por tu artículo de Alba de esta semana. Aunque haya sonetos mejores éstos sean mejorables, bienvenidas las indulgencias :)
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
Saludos
Muchas honrado por la visita, AE. Aquí y en Alba. Que se repita cada vez que quiera.
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