Como la fortuna de una nación se construye sobre el heroísmo de los soldados desconocidos (y de los ciudadanos anónimos), una buena poesía se levanta sobre poemas felizmente tirados a la papelera. Un país que prefiere honrar a sus famosos de papel couché más que a sus secretos pilares está enfermo; y una literatura sana, entre homenaje y homenaje a Caballero Bonald, también debería acordarse de la papelera o de la opción "¿eliminar? Sí" de Word, esas benefactoras de la humanidad. Por eso, me sumo desde aquí a la propuesta de
Llir entre cards de incluir en el santoral laico un día por el poema fallido. En la ofrenda floral ante el monumento, podríamos recitar, emocionados, este poema de Mario Quintana:
LA MISA DE LOS INOCENTES
Si no fuese abusar de la paciencia divina
encargaría una misa por mis poemas que no llegaron más allá de la tercera o cuarta línea,
víctimas de esa mortalidad infantil que, por ignorancia de los padres,
diezma a las criaturitas inocentes, las pobres…
¡Tanto azul en los ojos,
tanto que dar al mundo!
Yo encargaría el réquiem más profundo
no sólo por los míos sino también por todos los poemas que, inválidos, se arrastran por el mundo…,
cuya conmovedora belleza sobrepasa la de los otros
porque estáen su intangible anhelo de belleza.
Genial el poema de Quintana. Me recuerda a uno que escribi hace tiempo: "A los versos olvidados."
ResponderEliminarMuchas gracias Enrique por darme a conocer este maravilloso poema de Quintana; me sumo a esa propuesta de celebración por los poemas fallidos, hemos sido muchos los que como decían los secretos en esa canción cuyo nombre no hace falta recordar "he roto todos mis poemas, los de tristezas y de penas". Seguro que algunos los podríamos haber salvado igual que se salvaron algunos libros de la quema en el Quijote.
ResponderEliminarSalU2!!
Y también cabe acordarse, por qué no, de los artículos fallidos, o esbozos de tal.
ResponderEliminarComo le dije a Llir en su día: venga, vamos a ponerle fecha y quizá el año que viene podemos celebrarlo con esa antología que a Enrique Baltanás le gustaría editar, y a todos nosotros leer!
ResponderEliminarEl monumento a los poemas fallidos, J. S. R., es la prensa diaria, si se me permite la boutade.
ResponderEliminarY el problema AnaCó es encontrar el día. El de los inocentes es bonito, si no fuera mucho más urgente dedicarlo a las víctimas del aborto. Por otro lado, la antología de poemas buenos de poetas malos, que propuso Baltanás, serviría para rendir el homenaje, aunque no es exactamente eso. No recuerdo si Miguel d'Ors o García Martín, pero alguien tenía ya título para una antología de esas: El burro flautista. Lo malo es quién le pone el cascabel al gato (o al burro): ¡leer a los horripilantes para salvarles un poema! Eso, más que heroísmo, es masoquismo.
Genial el poema de Quintana, Enrique. Acabaré sumándome a la pena por los poemas tirados a la papelera, que hasta ahora nunca he sentido.
ResponderEliminarPor favor, Eddie, no tengas pena. Sin papelera, no se es poeta; y de ti esperamos grandes cosas. Por los poemas (?) tirados hay que tener piedad, pero sobre todo alegría, como en toda renuncia necesaria.
ResponderEliminarLos poemas fallidos, como los logrados, suelen ser el borrador de alguno que llega a la recta final. Pero al cruzar la línea de meta se tranforman, de nuevo, en el esbozo de un poema (quizá del mismo poema que lo engendra) que pide por su verdadera y definitiva escrituración. Vale la pena erigirles monumentos como fúnebres ofrendas que desafíen al frío y a las palomas.
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