Con esta preciosa ilustración de su hijo, Miguel d'Ors me felicita, pero de villancico nada. Por detrás, sólo dos palabras: "¡Feliz Navidad!" Antes de lamentarme aquí, hojeo su prólogo al libro que me envía, Obra Poética (1950-2006), de Jesús Górriz Lerga, y me encuentro con estas líneas navideñas, que coronan con un toque estudioso la antología de villancicos 2006 que hemos venido haciendo en este blogg:
Memorial del gozo es una colección de villancicos (en el hoy usual sentido navideño el término), que prolonga una tradición, casi tan antigua como la poesía española misma, en que brilla una larga teoría de figuras ilustres, desde Gómez Manrique, Fray Ambrosio Montesino, Fray Íñigo de Mendoza, Juan del Encina y otros poetas de hacia 1500 —de nombre conocido o no— influidos por el franciscanismo y la devotio moderna hasta contemporáneos jóvenes, como José Mateos o Abel Feu, pasando por Lope de Vega, Góngora, Gerardo Diego, Luis Rosales, Aquilino Duque o los hermanos Murciano; una tradición —no puedo dejar de notarlo— considerablemente viva entre los poetas navarros de la segunda mitad del siglo XX, supongo que en gran parte a causa del fuerte sustrato católico, y aun sacerdotal en no pocos casos, que los caracteriza.
De lo anterior se deduce fácilmente que el villancico, como todos los subgéneros literarios muy frecuentados, ha llegado a nuestros días con un alto grado de "institucionalización": tan larga y sólida tradición ha ido estableciendo un modelo —temas, motivos, tono, métrica, estilo...— al que resulta sumamente difícil aportar algo nuevo. Esto no se le escapa a Jesús Górriz:
Los villancicos tienen
el consabido son
de la ilusión que canta
al son de la ilusión.
nos avisa ya, metapoéticamente, el primero de este volumen, "Villancico que trata de villancicos". Pero ¿merece de veras la pena apartarse de ese "consabido son"? Cristo nos advierte, desde el Evangelio, que sólo haciéndonos como niños podremos entrar en el Reino de los Cielos. ¿No es una de las posibles maneras de hacerse como niños el escribir villancicos? A mi entender lo es, y no sólo porque únicamente con la Fe vigorosa de la infancia podrá tener alguien la ocurrencia de acercarse cantando jubiloso y esperanzado al Portal de Belén, sino también porque, en un plano más literario, el cerrar los ojos al evidente convencionalismo de esta clase de poesía y seguir componiendo villancicos como si uno fuese el primero que lo hace es igualmente un modo de identificarse con los niños, que son los humanos con menos conciencia del pasado:
Belén no era antes Belén,
que fue Belén desde el día
en que tuviera María
al Niño Jesús. Amén.
¡Qué buen texto! (Y qué magnífica ilustración, ¿qué edad tiene ese hijo?)
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