Mientras yo fui joven, no me gustó la nostalgia. Consideraba una pérdida de tiempo lamentar un pasado irrecuperable. Todavía hoy mi respeto por las tradiciones (en el que también habrá dejado huella mi paso por Pamplona) consiste precisamente en el intento de impedir que pase lo más valioso: en vez de llorarlo con melancolía, conservarlo con pasión.
Pero los espejos y el paso de los años me van demostrando que algunas cosas no pueden detenerse. Sobre todo lo más fugaz, que es uno mismo. Para aquella petulancia mía que apostaba por un presente perpetuo, tengo excusa: apenas poseía entonces un pasado propio que contemplar. Ahora estoy aprendiendo que la nostalgia es otra forma de dicha, quizá menos exultante, más interior, pero igual de intensa. Sigue siendo una celebración, aunque llegue con retraso, como un eco. La vida así dura más y gana perspectivas.
Uno es lo que recuerda. En la actual política española o ibérica o lo que sea, oímos a muchos hablando del franquismo o de la guerra civil, en parte para insultar y en parte porque sus fijaciones van por ahí. Muy significativamente mi primer recuerdo público, como el de toda mi generación, es la muerte de Franco. Luego vino la democracia que aún tenemos; y tal vez por eso mis añoranzas son más académicas que políticas.
No es que yo presuma de exquisito: aunque claro que me emocioné con los senderos que recorren el campus, con el recuerdo de las clases de don Álvaro d’Ors o con ciertos rincones secretamente líricos de una ciudad por la que dancé bastante, el mayor ataque de emoción lo tuve en un cuarto de baño de la Universidad. De pronto me vi, veinte años atrás, minutos antes de entrar al examen de ingreso; o cursos después, echándome agua en la nuca tras una noche de estudio; o entre clase y clase, con prisa.
Duchamp cogió un urinario y lo plantó en medio de un museo para escándalo de burgueses y aplauso de simples. Aquello sacaba el urinario de la vida cuando lo que emociona es justo lo contrario: entrar en un baño normal y corriente, y recuperar, de golpe, una parte de tu existencia, feliz aunque lo ignorases.
Contra lo que pensaba, la nostalgia no te distrae de vivir. Te apremia. La última lección que he aprendido en mi Universidad es que de la intensidad de nuestro presente dependerá, más tarde, la dulzura de nuestra nostalgia.
[Grupo Joly]
Es verdad esa solemne y preciosa afirmación. "De la intensidad de nuestro presente dependerá, más tarde, la dulzura de nuestra nostalgia."
ResponderEliminarPero no tengas prisa por alimentar la nostalgia. El pasado se va tiñendo siempre de rosa, y uno corre el riesgo de obsesionarse con el espejo retrovisor. Yo, que empiezo a ser viejo, veo cada vez claro ese peligro.
Precioso artículo. Y un bonito piropo a tu universidad...no es poco que una institución tan maltratada consiga que sus alumnos sigan aprendiendo con sólo pasear por el campus...claro que también hay alumnos y alumnos.
ResponderEliminarBonito artículo. Me ha emocionado la escena lírica del cuarto de baño. Y la frase final, que me ha recordado aquellas tierras de penumbra de Beades: "El dolor de ahora es parte del amor de entonces".
ResponderEliminarEs verdad lo del cuarto de baño: el último momento de estar solo antes de meterse en la lotería del examen.
ResponderEliminarAy, Pamplona... Pampaluna. El final, como dice don Enrique, es genial.
ResponderEliminarGracias por esta entrada, Enrique ¡Me ha emocionado!
ResponderEliminarAl regresar de Pamplona -hace ya doce años- permanecí todo un curso en estado de nostalgia enfermiza. Hay que decir que di con mis huesos en Huelva y el contraste fue brutal.
Me curé cuando volví y comprobé que lo vivido permanecía en mi recuerdo. Allí estaban la Universidad (siempre abierta a los antiguos alumnos), los profesores, tantos lugares queridos, pero mi tiempo ya no le pertenecía. Todo aquello era mío, pero de otra manera.
Adquirí una nostalgia más dulce, más agradecida. Lo pude comprobar este verano, cuando volví a la Uni, con más tiempo para revivir.
Frase que anoto, y me "apropio" siguiendo tu procedimiento: "Contra lo que pensaba, la nostalgia no te distrae de vivir. Te apremia".
ResponderEliminarMagnífico artículo. Al leerlo, me he acordado de esa otra verdad: el mismo Enrique que paseaba por el campus de Pamplona es el que ahora recuerda ese pasado con nostalgia. Me impresiona ese "continuum" que es nuestra vida, y me apremia, de otra manera, a imprimirle a la mía unidad, coherencia, sustancia. Alvaro D'Ors lo diría mucho mejor.
PD: Lo del cuarto de baño, también para el recuerdo (y el robo intelectual).
Del Grupo Joly y très jolie. Genial entrada, ascendente en continuo y remate inolvidable. (Si hasta me dio nostalgia... y nunca estuve nunca en la Universidad de Navarra).
ResponderEliminarMe hace feliz conocer este elogio (y rescate) de la nostalgia. Lo necesitaba. (Lo complemento con la lectura que estoy haciendo por primera vez de la "nostalgiosa" Retorno a Brideshead).
Enrique, vaya entradón!!! Mañana cuando vaya a la Facultad la miraré con otros ojos. Con posts como este, da gusto leer y después irse a la cama a descansar. Muchas gracias!!!
ResponderEliminarQué bonito verso el de Beades. Aunque probablemente lo tuviese como poso, el que sí tuve presente al escribir este artículo es el de d'Ors a Granada en el que viene a decir que toda esa realidad será mañana materia de su melancolía y que por eso tiene que mirarla bien, más o menos, cito de (mala) memoria.
ResponderEliminar"...la obstinada materia de tus sueños", se decía Miguel d'ORs.
ResponderEliminarEs de premio Cavia, lo que yo te diga.
ResponderEliminarEnrique, como todos, te digo también que gracias. Primero porque me has aliviado un poco la nostalgia que a veces sale (D. Enrique, la nostalgia a veces parece que se alimenta sola... ¡hasta que se encuentra una entrada así, en la que todos estamos ilustrados, y adiós nostalgia!). Y luego porque parece que es verdad que eso de vivir intensamente es una forma indirecta de empeñarse en tener buenos recuerdos.
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