domingo, 29 de abril de 2007

Crítica poétílica

El último acto de la Feria del Libro de Jerez se celebró en un establecimiento de ocio: Poesía joven en los bares, se llama el ciclo. En el de ayer, interbebían Fruela Fernández [en los carteles: Fruel A. Fernández, escrito con la misma lógica aplastante con la que se dice el afoto] y Jaime García-Máiquez [en los carteles con guión y los acentos incluso bien puestos, que para algo jugaba casi en casa]. Interbebían entre verso y verso sendos gin tonics.

Con el ruido de vasos, risas, otra ronda y vámonos que nos vamos, no había manera de escuchar los poemas, sobre todo los de Fruel A., que recita bajo y sigue el minimalismo de los más jóvenes poetas cordobeses (con lo que fue Córdoba, oh Góngora, oh García Baena, oh tempora, oh mores). No los entendí y tampoco aunque me hubiesen hecho un esquema, porque ya son un esquema. Jaime forzó las cuerdas vocales meritoriamente.

Sin embargo, el que se llevó el gato al agua no fue ninguno de los dos, sino Fernando López de Artieta, que ése sí que jugaba en casa: los bares son su medio ambiente. Se habla mucho de la novia de los toreros, pero ser novia de poeta tampoco es un plato de gusto. Allí estaba la encantadora de Jaime, en la primera lectura suya a la que asistía, oyendo un poema a una antiquísima novia y otro, de F. L. de A. al amor, que a todos los demás nos hizo mucha gracia:
Ir a malas películas
de cine, y llegar tarde.
No salir, por cenar
en casa de tus padres.
Quedar con tus amigas.
No poder concentrarme
en perpetrar poemas.
Pagar en restaurantes.
Tener que aguantar
que elogies a Aleixandre
o, de pronto, prefieras
un Poussin que un Velázquez.
Hacerme el ciego, el sordo,
el tonto: "despistarme".
Escuchar. Perdonar.
Pedir perdón. Callarme.
Estar siempre dispuesto.
Sonreír. Ser amable.
Constantemente dar.
Acabar entregándome.
En fin, no cabe duda,

amar es suicidarse.
Por lo visto (de reojo), no cabe duda de que tampoco este poema le afectaba mucho a ella, tal vez porque esté inspirado en la vieja novia o seguramente porque se sienta retratada como todos (y todas) en esa resistencia a la entrega. Cualquier enamorado de veras la siente: es lo que le da fuerza y verdad al Amo et odi de Catulo.

Ser hermano del artista no es tan tremendo, aunque un poco se sufre. Me acordé entonces de alguien que, cuando se cerró el programa de la Feria del Libro, vino a extrañárseme amablemente de que no me hubiesen incluido en el ciclo de poetas jóvenes. Yo le enseñé el DNI; pero ayer, con la experiencia de los bares y el humo y el ruido, le habría enseñado mi Salvago:
La juventud se fue.
Bien está lo que acaba.
No volveré a ser joven,
a Dios gracias.

7 comentarios:

  1. Esta crónica de ambiente y recitante te ha salido estupenda. ¡Muchas gracias!

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  2. Yo también le doy gracias a Dios, como Salvago.
    Excelente entrada, magnífica, esplendorosa, sabe a poco.

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  3. Anónimo11:00 p. m.

    Me sumo a los comentarios de Anacó y de Arp. En efecto, sabe a poco. O lo que es lo mismo, queremos más, más, más, más...

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  4. Anónimo9:49 a. m.

    ...y más; que digo yo.

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  5. Ayyyy duele la poesía o la ausencia de recital. Gracias y más.

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  6. Hola Enrique, como de vez en cuando suelo leerte el blog (me gusta precisamente porque piensas lo contrario que yo acerca de casi todo, y es un contraste que me interesa) no resistí a la tentación de ver tu crónica del recital. Comprendo que no te dijeran demasiado los poemas, de hecho me habría sorprendido lo contrario; creo que con la mayor parte del público pasó lo mismo. Pero ya contaba con ello, y no es problema, porque es parte de la convivencia social del poema.

    Con lo que no estoy del todo de acuerdo es la relación Córdoba de hoy - Góngora de ayer: no sólo porque son cantidades muy diversas y aún prematuras, como ponerse a decir Alberti - El Puerto o Cernuda - Sevilla, sino, sobre todo, porque no pienso que la poesía de hoy que más me interesa sea minimalista, muy al contrario, es barroca, pero un barroco nuevo. Dámaso Alonso señalaba en alguno de sus ensayos que el 27 sintió la fascinación del Barroco justamente porque el paso del tiempo había anulado las referencias que hacían comprensible las imágenes, volviéndolas casi inconscientes. Me parece que gente como Carlos Pardo, Abraham Gragera o Jorge Gimeno están en esa idea del barroco; también en la postura - muy gongorina - del poema al que se le pone un final puramente aleatorio, determinado por la estructura elegida. El barroco que me interesa, y el que creo que le interesa a mis poetas preferidos, tiene esa conciencia del poema que puede terminar en cualquier momento.

    A ver cuando coincidimos de nuevo. Me divertí mucho.
    Un saludo,

    Fruela

    (El blog mío está un poco descuidado y antiguo, por eso no recomiendo demasiado la visita).

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  7. Muchas gracias, encantador Mr. Froy. Y entono el mea culpa: el contraste con Góngora, al que -excepción hecha de su veta popular- no aprecio desmesuradamente, todo hay que decirlo, fue apresurado y sólo por motivos cuantitativos. Tienes toda la razón (y te agradezco muchísimo el dato) en que cualitativa, intencionalmente no están tan lejos.

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