viernes, 13 de julio de 2007
Cunegunda
Anoche, a las tres y media, llegaba a casa de una juerga lírica, cuando... [voy a por un Alka-Seltzer, a pedir un café, a pagar -qué dolor, y no sólo de cabeza- otro impuesto en el Ayuntamiento, éste llamado de primera ocupación, a tomarme otro café, y luego sigo. Disculpen mis molestias.] ... digo que en llegando a mi casa, en silencio, no queriendo despertar a Leonor, descubro que Carbón no ha llegado aún. A mediodía un golpe de viento [hace en El Puerto un levante de todos los demonios] abrió de golpe [valga la redundancia] la cancela y los dos perros cogieron puerta [cancela, en este caso]. Pukka, que es más lista, volvió a las dos horas, con el fresco [es un decir] tomado. Cuando a las 9:10 yo salía para recoger a Ángel Mendoza [había quedado con él a las 9 menos cuarto], de Carbón no teníamos noticias. En el acto de Jerez, me olvidé del perro [hay que reconocerlo] y más a medida que la noche se ponía poética. Recién regresado, a las tres y treinta y cinco, pensé salir a buscar al perro por ahí: estaba optimista, porque no todas las noches acaban con un editor entusiasmado recitando a las tres de la mañana en la puerta del hotel Trypp Jerez poemas de un tal padre Placencia [mejicano de Guadalajara, Arp]. A las tres y treinta y siete, arranqué mi moto y me dispuse a recorrer el barrio en busca del perro perdido. Cuatro calles más allá me crucé con un señor mayor, esto es, más o menos de mi edad, gordo, esto es, más o menos de mi peso, en bermudas, con gafas, esto es, más o menos de mi vista, pedaleando enérgicamente en una bici que le quedaba ostensiblemente pequeña. Apenas me miró, no sé si por la miopía o por el esfuerzo pedaleante. Tampoco sé si buscaba un gato siamés o si estaba afectado [como suele ocurrir en estas fechas] por el Tour de Francia. Lo que sí sé es que fue el único encuentro digno [e indigno, el único] de unas vueltas que me fueron hundiendo en los más negros presagios. El levante, furioso, arrastraba bolsas de plástico que unos minutos antes parecían, al borde la carretera, el cuerpo yacente de un fox-terrier de pelo corto y rabo largo. Yo había concebido la nostálgica esperanza de cruzarme al menos con las motos de la disipada juventud que tendría que haber estado a esas horas de un jueves de julio quemando caucho por la urbanización, como en mis tempora, o mores. Pero los tiempos han cambiado, porque no había un alma. Con la excepción de la mía, que llevaba en un puño, pensando en el perro y en el disgusto de mi mujer si le pasaba algo al mamífero. Me olvidé del padre Plasencia. Y empecé a lamentarme, sobre todo, de la de mi mujer, pobrecita, y de mi perra suerte, mientras circulaba en motocicleta, a las cuatro de la mañana, buscando a un perro o, en su defecto, al colega de la bici para que me contase qué tal. Encima era mi santo, y vaya cómo empezaba. Decidí volver a casa y confieso que en ese momento me puse [metafóricamente] de rodillas y recé [sin metáforas que valgan]. No a san Enrique, que un emperador, aunque sea tocayo y santo, impresiona mucho, y el perro por otra parte no era ni siquiera un pastor alemán, sino a su señora, que siempre se me han dado mejor ellas, incluso la mía. Santa Cunegunda, por razones que están en la mente de todos los que conozcan el santoral y tengan ciertos rudimentos de psicología matrimonial, tendría perros seguro. Así llegué a mi adosado. Y aparqué la moto, vencido. De pronto, a lo lejos [lejos] oí unos ladridos agudos. No sonaban a Carbón, pero podía haberse quedado sin voz de tanto ladrar [ay, los vecinos]. A las cuatro y cuarto, eché a andar, adivinando la dirección de los ladridos, que volteaba el viento de levante de acá para allá. ¿Qué hubiese pensado el de la bicicleta si me ve con la cara levantada, oteando auditivamente el horizonte? Anduve para allá: no, cada vez más débiles. Para acá y sí, caliente, caliente. Después de tres o cuatro manzanas, tras la verja de un parque que cierran cada noche, estaba Carbón, al borde de su voz, dando saltos de alegría y sorpresa. Durante una media hora más estuvimos recorriendo, cada uno a su ladito de la valla, el perímetro del parque en busca de un boquete. Nada de nada: qué solidez. Al final tuve que escarbar [las cinco de la mañana] y levantar la valla por abajo, para que el perro reptara. Murphy está definitivamente de vacaciones en julio, porque lo suyo hubiera sido que justo en ese momento de esa noche solitaria apareciese un coche patrulla cargado de policías locales. Llegamos sanos y salvos a casa, como dos balas perdidas, cogidos por el hombro. Cuando entré en el cuarto, Leonor, en duerme-vela nerviosa, dijo: “Qué-hora-es--Se-nos-ha-perdido-el-perro”. Respondí, ufano: “Te lo he encontrado. Bueno, lo encontramos a medias entre Cunegunda y yo”. “¿Cunecurda?”, preguntó Leonor mientras se hundía en un sueño ya más plácido y tranquilo.
¿El Alka-Seltzer sigue existiendo? No sé qué es, pero es un producto muy literario.
ResponderEliminarBueno, en realidad yo venía aquí para felicitar el santo: pues eso, muchas felicidades.
¡Felicidades! Hoy es tu santo, si no me equivoco.
ResponderEliminarEnriquecete Enriquito y en vez de un Alka-Seltzer tomate un blodymary.
ResponderEliminar¡Felicidades! Y consuélate que tu Santo también era de hombre de múltiples ocupaciones. La primera de ellas, según cuentan las crónicas, la de vencerse a sí mismo (que, si lo miras bien, es una especie de auto-impuesto), y las restantes, las de vencer a todos los demás, como compete a un Emperador del Sacro Imperio (y eso sin Alka-Seltzer, para que te sigas consolando).
ResponderEliminarUn abrazo
Supongo que esta entrada es efecto del hablar durante media velada de los diarios de X., y de la misma surrealista situación. Felicidades.
ResponderEliminarLo que me he reído, Enrique... Me sumo a las felicitaciones.
ResponderEliminarOsea que a la mañana siguiente cuando hubiesen abierto el parqué Carbón habría vuelto a casa.
ResponderEliminarMuchas felicidades.
Me he reído mucho [de verdad]. Casi tanto como cuando leí 'El hombre que fue Jueves'. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias. Hoy es día de su santo, y es usted el que hace los regalos.
ResponderEliminarHe disfrutado como una niña, su relato.
Que santa Cunegunda, me lo gurade y me lo bendiga, en atención al día de su esposo. (que seguro tambien ella, dormía plácido mientras san Enrique se desvelaba y rescataba a los pobres inocentes de las garras de ... sabe Dios que cosas, en esos tiempos)
Creo que esta mañana me perdí la mayor parte del relato. Me quedé en el Alka-Seltzer y tus molestias disculpadas. Sería por culpa de Murphy, supongo.
ResponderEliminarMemorable. Lo mejor, lo de los dos balas perdidas tras el rescate y Santa Cunegunda. Después de haber conocido a Carbón, yo también hubiera lamentado su pérdida.
Te coge Scorsese y filma un "Jo, qué noche" versión gaditana.
ResponderEliminarEl encuentro con el tipo de la bici ¿estás seguro de que fue real?
Gracias, Enrique, por tu felicitación. Ya esta mañana, en el curso de esta entrada in fieri, o in status nascendi (estábamos en que tenías que ir al Ayuntamiento), te felicité doblemente, por la onomástica, y por la genial entrada, que luego he leído ya completa y me ha parecido aún más genial. Sin embargo, el comentario no ha aparecido, no sé si por algún duende informático (o que yo me equivoqué de botón)o porque el moderador no consideró oportuno publicarlo (en lo cual me sumo a su criterio). En todo caso, eso: felicidades en el día de S. E. y S. C.
ResponderEliminarSeguro, Dal. Lo único que he cambiado es que estaba más gordo que yo. Ni he puesto que llevaba calcetines azules.
ResponderEliminarNo sé qué pasó con tu entrada, pero la cosa me inquieta, porque un conocido me comentó que también se han perdido comentarios suyos. A ver si estoy pasando como el Inquisidor mayor de la blogosfera, con lo mal que queda eso.
ResponderEliminarY luego Enrique, ¿cuándo vienes a conferenciar a mi pueblo? Tenemos que celebrar entonces a nuestro común santo, eh.
Me encanta cómo escribes
ResponderEliminarY a mí cómo me animas. Gracias a todos por las felicitaciones. Esta noche me enriqueceré siguiendo los sabios consejos del anónimo. Los que tengan hijos llamados Enrique (y hay dos, hasta donde yo sé) que los feliciten también de mi parte.
ResponderEliminarTe re-felicito. Yo, como Batiscafo, me quedé por la mañana en el Alka-Seltzer y ahora he pasado un rato estupendo. Esta entrada es de un optimismo desbordante y contagioso. Ahora mismito me echo a la calle a dar un paseo nocturno. Es probable que escuche los ladridos de Carbón...
ResponderEliminarGracias, Enrique, felicitado está. Pobre perro, qué mala noche pasaría preocupado por sus dueños y oteando auditivamente tu moto arriba y abajo. Lástima que el de la bici no fuera un videoaficionado insomne, porque por verte escarbando y la cabeza de Carbón asomando del agujero, creo que muchos pagaríamos.
ResponderEliminarBien por Santa Cunegunda ¿Cómo no iba a ayudarlo llamándose "Carbón", ella, pobre mía, que también pasó lo suyo con los carbones?
¡Qué historia! Felicitaciones (por el santo y por encontrarlo; a vos y a santa Cunegunda).
ResponderEliminarInenarrable. La mejor entrada que podía leer a mi regreso...
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