La primera impresión, por sorpresa, es un escalofrío. O quizá un calambrazo. Como entonces, me aguanto y no me quejo: lo comento, sí, con los demás (y ahora con vosotros). Luego empiezo a sentir yo solo un calor extraño, como que palpita, medio doloroso, medio melancólico, medio feliz, si cabe. Se concentra la nostalgia en un punto: parece que se hincha. Me la acaricio y parece que se alivia. Qué vívida nostalgia ésta de veranos antiguos, cuando de niño andaba descalzo y de pronto sentía, como hoy, la picadura de una avispa.
¿Del pinchazo a la magdalena?
ResponderEliminarQué genial.
ResponderEliminarQuizás de aquí podríamos tomar algún consuelo para los niños: cuando seas grande te acordarás con cariño, aunque ahora llores.
No, no lo entenderían...