Como no podía llevársela por la mañana, había quedado con el mecánico en que aparcaría la moto a la puerta del taller esa noche. Luego metería la llave por la ranura y él ya se encargaría de todo al día siguiente. Y ahora yo estaba allí, esperando que Leonor me recogiese, un poco inquieto de dejar mi moto en un callejón tan oscuro y solitario. De pronto, salió de no sé dónde una sombra: el yonqui que pide en el semáforo de la avenida Valdés. En los pueblos se conoce de vista hasta a los marginados. Ése, una vez, le tiró a la cara a un amigo de mi padre la moneda de diez céntimos que le había dado. Ahora, desde lejos, me pedía un cigarro. “No fumo”, contesté mientras me guardaba la PDA en el fondo del bolsillo. Vino hacia mí con la mirada gacha, diciendo: “No hay que asustarse…” “¿Asustarme yo?”, pensé en un ataque de orgullo, “…te doy con el casco y, y...” “No hay que asustarse”, insistió él, “de fumarse esta colilla del suelo”, y se agachó casi a mis pies, “que el cuidado no sirve de nada, que uno coge lo que tiene que coger, si lo sabré yo, picha”. Y se alejaba calle abajo.
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Eso fue antes de anoche. Ayer por la mañana iba al Instituto, pero me animé con la bruma tan bonita de noviembre y entré a tomarme un café rápido en un hotel de la playa, dispuesto a leer un poco de La piel de los tomates, de Jiménez Lozano. Aprovechando la temporada baja, había allí un grupo de disminuidos, con sillas de ruedas unos, otros con muletas. Pedí muy serio mi café y con el rabillo del ojo observaba a una madre con su hijo, más o menos de mi edad, Marcelino le llamaba. La señora había olvidado algo en la habitación y le dijo a Marcelino, gesticulando mucho, que esperara quieto. Se fue. Marcelino sin perder un minuto se acercó a mi mesa, cojeando, y agarró la PDA con su mano buena. Con la otra tocaba la pantalla y le hacía gracia que se encendiera, que cambiase de función. “Ten cuidado”, le pedí, “es un aparatito muy delicado”. No me contestó. “¿De dónde eres?” Tampoco. “¡Cómo le obsede la PDA a Marcelino!”, pensé. Le invité a sentarse, en parte por educación, yo ahí sentado y él de pie, y en parte por la PDA, para que cayese de menos altura. Tampoco se inmutó. Le separé la silla y entonces, sonriendo, sí que se sentó. Dejó la PDA en la mesa y se puso a mirarme con su único ojo bueno. Se le veía contento. Entonces, por fin, me volví a mi café, que todavía estaba hirviendo. Llamé al camarero, para pedir leche fría, y naturalmente ni caso. Volví a llamarlo, y Marcelino, de repente, tomó un enorme interés, que emocionaba, en avisar para mí al camarero. La que llegó corriendo entonces fue la madre: “¿Qué haces aquí sentado, Marcelino!”, y se volvió hacia mí: “Es sordo también”.
¿Qué significa "obsede", pardiez?
ResponderEliminarGracias por contarlo...
ResponderEliminarPues en el diccionario no viene. Sea lo que sea, un poco obsedido con la PDA esa también se te ve, eh... ¿No se pone celosa tu mujer?
ResponderEliminarOtra cosa, yo creo que el yonki te lee ¿no te dijo eso el día que colgaste el "Quejío"?
En francés, obsédé - obseso, maníaco
ResponderEliminarOcurrente y bueno. Hay gente que en dos años viven una vida y otros que en una vida no viven dos años.
ResponderEliminarEL PASAJERO
ResponderEliminar¡Tengo rota la vida! En el combate
de tantos años ya mi aliento cede,
y al orgulloso pensamiento abate
la idea de la muerte, que lo obsede.
Quisiera entrar en mí, vivir conmigo,
poder hacer la cruz sobre mi frente,
y sin saber de amigo ni enemigo,
apartado, vivir devotamente.
¿Dónde la verde quiebra de la altura
con rebaños y músicos pastores?
¿Dónde gozar de la visión tan pura
que hace hermanas las almas y las flores?
¿Dónde cavar en paz la sepultura
y hacer místico pan con mis dolores?
¡Lo encontré!: "obsedere"= asediar (de ahí, en sentido figurado, la obsesión). Pero qué culto eres que hasta piensas en latín.
ResponderEliminarMe olvidé antes de decir que me maravilla cómo usas el "también". Nunca vi "tambienes" tan llenos, parecen el bolso de Mary Poppins.
Yo soy partidario de reprobar 'obsede'; más a mi favor si la palabra la usa Valle-Inclán (por cierto que qué manera de cargarse a fray Luis).
ResponderEliminarObsidere en latin (de donde viene obseso, obsesión) es asediar, pero no se usa en español (salvo en el pseudo-español de Valle), lo que debe de pasar es que Enrique le habrá cogido cariño a esa aliteración: "Cómo le obsede la PDA a Marcelino" (si se pronuncia a la andaluza más aliteración todavía). Vamos, digo yo, que Enrique no da puntada sin hilo.
A mí en especial me obsede
ResponderEliminarde este relato tan chulo
una duda que formulo
por si alguien responder puede.
Y porque en duda no quede
lo pregunto sin dislate.
¿Qué culpa tendrá el tomate
que está tranquilo y ufano
de que Jiménez Lozano
lo recuerde y lo rescate?
Chulo, naturalmente, en sentido encomíástico y no peyorativo. ESPINELETE.
¡Tu risa!... Me encanta, me obsede el oído,
ResponderEliminarcomo un intangible sonoro teclado
sobre el que han volcado los duendes amables
un rico y bullente champaña dorado.
DESOLLAMIENTOS
ResponderEliminar...the seafaring man with one leg... R.L. Stevenson
Sin pie mi cuerpo sigue amando lo mismo
y mi alma se sale del lugar que ya no ocupo,
fuera de mí:
no, no hay aquí símbolos,
el cuerpo se acomoda a la pasión,
y la pasión al cuerpo que pierde sus fragmentos
y continúa íntegro, sin misterios incólume.
Contra la muerte tengo la mirada y la risa,
soy dueño del abrazo de mi amigo
y del latido sordo de un corazón ansioso.
Contra la muerte tengo el dolor en el pie que no tengo,
un dolor tan real como la muerte misma
y unas ganas enormes de caricias, de besos,
de saber el nombre propio de un árbol que me obsede,
de aspirar un perdido perfume que persigo,
de oír ciertas canciones que recuerdo a fragmentos,
de acariciar mi perro,
de que timbre el teléfono a las seis de la mañana,
de seguir este juego.
«SPES»
ResponderEliminarJesús, incomparable perdonador de injurias,
óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno
una gracia lustral de iras y lujurias.
Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda;
que al morir hallará la luz de un nuevo día,
y que entonces oiré mi «¡Levántate y anda!»
Efectivamente, no era normal que el obsede me viniese de don Ramón María. Tampoco de Darío J. ni menos de Evaristo Carriego ni tan siquiera de Rubén Darío. ¿De dónde, pues?
ResponderEliminarESPAÑA
ResponderEliminarA veces pienso que sí, que es imposible
evitarlo. Y estoy a punto de morir
o llorar. Desgraciado de aquel que tiene patria,
y esta patria le obsede como a mí.
A mi me pasó algo parecido con Pedro, un chico con una discapacidad mental que viaja en mi avión desde bcn-svq, después del despegue, al apagarse las luces de... "Por su seguridad mantener el cinturon de seguridad abrochado", Pedro vino hacia nosotras y quiso hacer nuestro trabajo, ¡no sabíamos cómo decirle que no podíamos dejarle la bandeja llena de copitas de zumos! y más si la madre no le decía nada, fué muy simpático y con un poco de cariño lo supimos tratar con respeto e incluso nos ayudó a repartir las servilletas...cosa que a "mi comandante" no le hizo ninguna gracia pero bueno...todo por ver a un niño inocente, cariñoso y con una sonrisa durante todo el vuelo :D.
ResponderEliminar< Llevo entrando 3 dias, me has enganchado...jajaja. Un Saludo de una alumna >
“...iba al Instituto, pero me animé...”. Esta puntada parece que también lleva hilo, ¿no, don Enrique?
ResponderEliminarUy, Brandabarbarán, lo tuyo sí que es una puntada...
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