Entre las numerosas definiciones de “clásico” (véase la acepción 3 del DRAE: “adj. Dicho de un autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia” o la 1 del María Moliner: “adj. y n. m. Se aplica a la lengua, al estilo, las obras, los artistas, etc., pertenecientes a la época de mayor esplendor de una evolución artística o literaria"), me quedo con las definiciones clásicas, con las literarias. Oh la gracia que me hizo en la lánguida juventud la de Mark Twain: “Clásico es un libro que todos querrían haber leído y que nadie quiere leer”. Luego me sorprendió la de José Mateos, que tengo que buscar por Soliloquios y divinanzas, pero que venía a decir que clásico es el libro que no hace falta leer: nuestra cultura está tan transida de él que lo recibimos por ósmosis. La de JRJ en Ideolojía, aunque parece altisonante, tampoco es manca: “Clásico, es decir, actual, es decir, eterno”.
Todas rondan una definición con la que, por fin, he dado yo. Perdonadme la presunción: reconozco que las suyas son más bonitas de aquí a Lima, pero no más precisas que la mía. Un clásico es el libro que no podemos dejar de leer. En el sentido básico, para empezar, es decir, que debemos leerlo, a pesar de Twain; y sobre todo, en el sentido figurado. Una vez cerrado, leamos después lo que leamos, o no leamos, como apunta Mateos, estamos siempre, tal y como sugiere Juan Ramón, leyéndolo, es decir, recordándolo.
Me explicaré con un ejemplo, el mismo que me ha permitido decantar mi definición. Estos días no he regresado a Retorno a Brideshead más que incesantemente al hilo de otras lecturas. Lo bonito es que una de ellas venía del pasado, otra era una confluencia y la última una proyección. Me encontraba, por tanto, ante un clásico: no podía dejar de leerlo de ningún modo.
Estaba yo ensimismado con las palabras, palabras, palabras de Hamlet, cuando caí en la cuenta de que la situación (incómoda) en la que se encuentra Charles Ryder en Brideshead, invitado por la madre de Sebastian, para que, de alguna manera, lo espíe, está trasladada del papelón (acto II, escena II) de Rosencrantz y Guildenstern, amigos íntimos, queridísimos, de Hamlet que los reyes hacen traer de la Universidad de Wittenberg para que le echen un ojo (o cuatro) a la melancolía del príncipe. Éste los ve venir (“Were you not sent for? Is it your own inclining? Is it a free visitation? Come, deal justly with me. Come, come. Nay, speak”) y es la pena subsiguiente la que calcó Waugh en su novela.
Vayamos con la confluencia, que no es cronológica, pero vale. Un poema fascinante del primer José Mateos, precisamente, es “Julia Reis”, de Una extraña ciudad, que musicó Loquillo con la voz desgarrada y el rock nostálgico que los versos exigen. Leyéndolo, adiviné en los barcos perdidos de la noche, con distintos aires de época, por supuesto, el mismo viento huracanado del capítulo “Orphans of the Storm”. El que resumiría como nadie la contundente Cordelia: Thwarted passion. Y coincide el nombre de Julia, fíjense, que tiene ecos de calurosas resonancias doradas que se apagan lentamente como una tarde de verano. La amistad tolera los abusos, así que llamé corriendo a Mateos y me aseguró que no había tenido presente Brideshead Revisited al escribir su poema, que lo más probable es que no la hubiese leído todavía entonces. Pero ahí está la novela, paralela a sus versos.
Y finalmente la proyección. He terminado con Introducción a la literatura griega de C. M. Bowra. No ha sido ni mucho menos el menor de los encantos de la lectura saber que Bowra fue el vivo modelo de Mr. Samgrass, el pedante y persistente profesor que persigue a Sebastian por Oxford y más allá. El libro es una conversación sobre literatura griega de lo más amena y uno se la imaginaba teniendo lugar en los salones de Brideshead, mientras esperábamos, copa en mano, a que volviese la partida de caza del zorro, o por la noche, medio a oscuras, después del rosario y antes de la visita a la capilla, amenizada por diapositivas, entre el humo de los cigarros y la ironía de los espectadores. ¿Quién le iba a decir a C. M. Bowra que gracias a una despiadada caricatura uno iba a leerle con tanta ternura? Tendría que escribir un elogio del insulto, y dedicárselo a quien yo me sé, pero eso será otro día.
¡¡Bravo, bravo!! Esta es una entrada antológica. Los antiguos griegos, los católicos ingleses, aquí estamos todos.
ResponderEliminarDefinitivamente estoy de acuerdo: un clásico es un libro que no podemos dejar de leer... y que estamos leyendo todo el tiempo.
Gracias.
Espero el comentario de Arp aquí.
ResponderEliminarPobre Ángel, J. I., forzado a tener que decir algo de esto mío por culpa de la palabra "clásico". Que conste que, a pesar de tu interés, yo le dispenso, eh.
ResponderEliminarY muchas gracias, Ana. Comentas poco, pero te especializas en estrenar los comentarios de las entradas que más me importan. Dios te lo pague con buenos libros.
Jo, ciertamente un clásico.
ResponderEliminarLo es porque sus personajes al final también son unos clásicos, que no puedes dejar de reconocerlos en las personas.
A los personajes clásicos se les coge siempre cariño, como a Samgrass. Porque, ¿quién no se enternece al pensar en el Nini, Pedro, Daniel el Mochuelo o el viejo Eloy, de los clásicos de Delibes?
Un placer escuchar de Waugh, como siempre. Una entrada muy lograda, de las que me reconcilian con el género bloguero. Éste es uno de esos rompimientos de gloria jeje.
QUIMICO
ResponderEliminarEspectacular entrada.
Ana, estamos todos: Loquillo también es un clásico que no quiero dejar de escuchar.
Julia Reis, estudiante de Cádiz, me lleva quince años atrás, ahora recuerdo "Niña morena y ágil" del mismo album.
Gracias Enrique, Dios te lo pague con muchos premios, que los mereces.
OK, yo tambien lo dispenso.
ResponderEliminarOtra buena definición de clásico podría ser la que da Quevedo en uno de sus mejores sonetos:
ResponderEliminar"Si no siempre entendidos, siempre abiertos,/o enmiendan, o fecundan mis asuntos;/y en músicos callados contrapuntos/al sueño de la vida hablan despiertos."
Esta cita también me recuerda una escena de la película "Tierras de penumbra", cuando C.S. Lewis se encuentra impartiendo su lección en su departamento de Oxford a un pequeño grupo de alumnos: "leemos para saber que no estamos solos". La compañía de un clásico nos enmienda, nos fecunda y nos despierta de este "sueño de la vida".
Gracias, Químico. Ese disco de Loquillo tiene dos o tres canciones gloriosas. Tampoco está nada mal la versión de "No volveré a ser joven" de J. G. de B., ¿eh? (Lo de los premios me ha llegado al alma.)
ResponderEliminarMuchas gracias, Miguel Ángel, por estar ahí esperando a que claree un poco. La inestabilidad atmosférica es una de las características del género, y abriga haya quien, como yo, no pierde la esperanza de los rompimientos de gloria.
Y bien hecho, J.I.
Hablando de Waugh, hace unas semanas pude ver una reposición de la versión para la tv de la trilogía The Sword of Honour. Se hizo en el 2001 y Daniel -007- Craig interpreta al protagonista Guy Crouchback. Os la recomiendo a todos, pues es espléndida. Por cierto, parece ser que Maurice Bowra fue el principal proponente de la candidatura al Nobel de JRJ, frente a la oposición de la gran mayoría de las instituciones españolas de la época.
ResponderEliminarUff, qué alivio, porque no se me ocurría nada que decir.
ResponderEliminarUn clásico:
ResponderEliminarRafael Sánchez Ferlosio, Premio Nacional de las Letras.
¡Venga ya, Ferlosio un clásico!
ResponderEliminarOye, mancantao.
ResponderEliminarMás que clásico, Aldarida. Más.
ResponderEliminarBrillante, Enrique.
ResponderEliminarja, ja, Arp
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
ResponderEliminar"Siempre abiertos", huy, que tal vez se me adelantó Quevedo. Muchas gracias por el oportuno recordatorio, JR.
Y dobles a Mr. Quaker. Ya mismo me pongo a la búsqueda de esa serie de tv. con la trilogía, que me da que quede especialmente bien, como adelantas. Y por la noticia de Bowra (hip, hip, hurrah!) propuso a JRJ. Cada vez me cae mejor el tío.
A Ferlosio, Jarama aparte, no lo tengo leído. Me tengo que poner las pilas, pero siempre acabo releyendo a Pedrito de Andia.