No soy capaz de recordar (ni Google me ayuda) qué escritor famoso recomendó a los padres del mundo que si algún hijo suyo salía con ínfulas de escritor, le diesen una paliza ipso facto. Si después de varias sesiones, el niño persistía, tenía auténtica vocación y, en consecuencia, la cosa era irremediable. Si no persistía, habían salvado al niño… y a los sufridos lectores. No sé qué pensará Maite Mijancos, nuestra experta pedagoga, del sistema. Yo tengo un vivo interés en recordar al autor de esta teoría educativa. Como otras veces, les pido auxilio a ustedes. Si alguien lo sabe, que avise. Este interés no tiene nada que ver —descuiden— con mi próxima paternidad.
Leyendo sobre Miguel Hernández, del que este año se celebra el centenario, he visto que su padre aplicó el método literalmente, y que no le dio ningún resultado o sí, según se mire, porque Cancionero y romancero de ausencias, qué libro. Y como una cosa lleva a la otra, he pensado en los ánimos y apoyos que siempre me dieron mis padres en todo, pero especialmente en lo literario. Me abrieron una cuenta en la Librería Universitaria. (Luego, espantados, me la cerraron, pero por una cuestión puramente financiera, sin afearme el desfalco.) A pesar de que les di motivos, no se quejaron jamás de mis veleidades ni de mis veladas ni de mis noches en vela ni de mis novelerías.
Quizá eso represente una desventaja grande para mí, me he suspirado. Quizá eso lo explique todo. Quizá sea mi pecado original: demasiada empatía. Una buena paliza a tiempo podría haberme convertido en un satisfecho registrador de la propiedad o, en su caso, podría haberme reafirmado y autentificado en esta grafomanía.
Sin embargo, no hay que precipitarse en las nostalgias. La vida misma, a poco que uno le pierda la cara, viene como una madrastra de cuento y me pega una buena paliza un día sí y otro, con mucha suerte, a medias. Si algunos noches consigo llegar—arrastrándome— hasta la mesilla y, a pesar de todo, enciendo la lámpara y leo poesía o, incluso, oh, me enredo con tres versos que no quieren coger aire, será que tengo verdadera vocación, ¿no? Y además un recuerdo extraordinario de mis padres.
A mi también me interesa, Enrique, conocer a este orientador de la escritura. Me suena eso que cuentas.
ResponderEliminarEfectivamente, Google no ayuda. Pero el procedimiento de criba parece tener un inequívoco aire británico.
ResponderEliminarJilguero.
Es bonito pensar en un muchacho que, entre paliza y paliza, pastorea las cabras de su insensible padre por la agreste campiña oriolana y va escribiendo él solito "Perito en lunas".
ResponderEliminarSeguramente fue así.
Hola Enrique,
ResponderEliminarTu post me ha recordado a este diálogo de Doctor en Alaska que me guardé: http://www.youtube.com/watch?v=zq8Yd3S_z1Y