No recuerdo quién (y me gustaría saberlo) afirmó que un buen poema es aquel que puede recitarse en presencia de un moribundo. Puede hablar de cualquier cosa, ser alegre, por supuesto, o divagatorio, pero en todo caso ha de ser digno de ser oído en en la habitación de un enfermo. Tras lo de Susana, he visto claro que las clases deben ser igual, traten de lo que traten.
La vida es demasiado frágil para ser frívola.
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ResponderEliminarPrecioso homenaje. Como profesor, he tenido ya que asistir, lamentablemente, a la muerte de algunos de mis alumnos, y es algo muy doloroso. Tus palabras bien sirven de pequeño consuelo, tan difícil en momentos así. Descanse en paz.
ResponderEliminarJo, qué duro.
ResponderEliminarLa muerte no es el final, qué sincero y bueno tu artículo.
También yo lo he vivido: en un frío carnaval, en el coche del noviete, dentro de la cochera con el motor puesto para tener encendida la calefacción...
ResponderEliminarY luego me toca explicarle a sus compañeros (incluso a su hermana) el efecto del monóxido de carbono.
Me quedo con:
...nunca es tarde.
...siempre es todavía,...
...haber sido es una maravilla que nada puede borrar.
Muchísimas gracias por vuestros comentarios y por vuestras condolencias. Abrazo grande.
ResponderEliminarYa lo escribí antes, pero veo que no lo publicas, Enrique, no sé porqué.
ResponderEliminarLo que citas del moribundo es del poeta José Mateos
No lo publiqué porque no llegó aquí: hay comentarios, anónimo, que se pierden o se escapan por la red. Pero te agradezco muchísimo tu insistencia. Tenía muchísimo interés en recordar al autor de esa idea, tan atinada. Como en el cuento de Poe, lo tenía enfrente.
ResponderEliminargracias a ti, enrique. Quería hacer justicia al maestro invisible.
ResponderEliminarpilar