En el restaurante la Mesa Redonda, nos encontramos a don Miguel Ángel, el antiguo coadjutor de nuestra parroquia, que aún sigue siendo un sacerdote que presume de joven. Después de los abrazos, desenfundo mi móvil y le muestro unas fotos de Carmencita. Supongo que en defensa propia, saca enseguida su teléfono para enseñarnos la foto de un niño que ha bautizado recientemente. El bebé es feísimo. Llego a temerme que tenga alguna deficiencia y que lo lleve por eso, con un gesto paternal, en su móvil. Sin embargo, la pregunta que me sale de golpe es: “Ah, ¿su sobrino, verdad?”
Bruscamente me contesta que no, no, que es un muñeco que habían puesto en la Castellana, bien feo, aunque ya han pagado por la escultura una pasta en una subasta. Todos nos reímos mucho de mi ocurrencia del sobrino, él y yo con menos ganas.
Luego, haciendo examen de subconciencia de mis motivos para endosarle ese sobrino, pienso que quizá buscase a una velocidad de vértigo una razón (descartando la enfermedad) para que llevase tal adefesio en el móvil. Sin descartar que el subconsciente de mi subconsciente, gamberro, tal vez se estuviera vengando (sutilmente) de la broma de don Miguel Ángel. Cuando recuerdo la escena , me río con ganas, ahora.
Mil gracias por el generoso regalo de esta entrada
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