La entrada de ayer me recordó mi compromiso de hablar de la intimidad. José Manuel Benítez Ariza, con su perspicacia indesmayable, escribió una entrada sobre el particular partiendo de mi poema "No hay cuidado". Se lo agradezco mucho, y más porque considera mi respuesta "satisfactoria desde un punto de vista poético". Viniendo de un poeta exigente y riguroso, suspiro aliviado. Más polémica la ve en "una discusión abierta". Yo, sin embargo, tampoco en abierto voy a polemizar demasiado, porque estoy muy de acuerdo con dos de las cosas que dice. Sólo con una, no.
El primer acuerdo es evidente. Se trata, sí, de un tema fundamental, casi el tema (literario) de nuestro tiempo, que las nuevas tecnologías han puesto todavía más, si cabe, en primer plano. El mismo Arcadi Espada echó su cuarto a cuenta de un poema de Juan Bonilla.
No estoy de acuerdo, en cambio, con Benítez Ariza en que el telón de fondo de la intimidad consista en "las miserias fisiológicas, las fijaciones mentales, las trapacerías del día a día, las pequeñeces domésticas y las mañas que dicta la supervivencia en el medio laboral, social, vecinal e incluso familiar". Eso vendría a ser --más allá de si las claves son verdaderas o falsas-- lo que yo objeto al poema de Juan Bonilla: confundir la intimidad con lo individual. Ya me gustaría ser más preciso señalando en qué consiste la intimidad interminable que interesa, la que da un tono, configura la personalidad o incluso, como dijo Gaya, muestra el ser; pero es que no lo sé aún del todo, como reconocí en el poema comentado. Dejaré, por eso, que la explique, a la contra, Cioran:
El primer acuerdo es evidente. Se trata, sí, de un tema fundamental, casi el tema (literario) de nuestro tiempo, que las nuevas tecnologías han puesto todavía más, si cabe, en primer plano. El mismo Arcadi Espada echó su cuarto a cuenta de un poema de Juan Bonilla.
No estoy de acuerdo, en cambio, con Benítez Ariza en que el telón de fondo de la intimidad consista en "las miserias fisiológicas, las fijaciones mentales, las trapacerías del día a día, las pequeñeces domésticas y las mañas que dicta la supervivencia en el medio laboral, social, vecinal e incluso familiar". Eso vendría a ser --más allá de si las claves son verdaderas o falsas-- lo que yo objeto al poema de Juan Bonilla: confundir la intimidad con lo individual. Ya me gustaría ser más preciso señalando en qué consiste la intimidad interminable que interesa, la que da un tono, configura la personalidad o incluso, como dijo Gaya, muestra el ser; pero es que no lo sé aún del todo, como reconocí en el poema comentado. Dejaré, por eso, que la explique, a la contra, Cioran:
Si los lees, no están del todo mal, pero se agotan en fórmulas, no tienen prolongación. Y no hay necesidad de profundizar, no hay nada que hacer, es una confesión sin secretos. No esconde nada, pese a que todo está bien formulado en ellos, tiene un sentido, pero sigue careciendo de futuro. Lo que constituye el secreto de una persona no lo sabe uno mismo. Y a eso se debe el interés de la vida, del comercio entre las personas; de lo contrario se acaba en un diálogo de monigotes.Mi principal y más emocionante acuerdo con José Manuel radica en la importancia del diálogo y la expresión pública en la configuración de nuestra intimidad. Se trata del gran descubrimiento de los trágicos griegos y el fundamento de los diálogos platónicos. La claridad se revela, por tanto, como algo mucho más trascendental que una cortesía con el lector, que quería Ortega. Se trata, más bien, de una forma de caridad, que empieza con uno mismo. Ser claro es iluminarse por dentro y descubrirse, en ambos sentidos: ante el otro y, a la vez, a uno mismo.
(En mi caso, acude a complicarlo --en realidad, a simplificarlo-- Dios, el Interlocutor por excelencia, cuyas delicias son oír las cosas de los hombres. Me descubro en el diálogo con Él. Lo recalcaba Kierkegaard: "La persona que no es ante Dios, tampoco es ante sí". Aunque uno es finito y superficial, la mirada infinita de Dios me va haciendo hondo e inabarcable. Sólo hay que sostenérsela, que no es fácil.)
Beso el suelo que usted pisa, Don Enrique, tras leer esta entrada superlativa.
ResponderEliminarGracias infinitas.
Muchísimas gracias a ti, Suso. Es un tema tan frágil este de la intimidad, que tu compañía se agradece muchísimo.
ResponderEliminarQué gran asunto, la intimidad. Un misterio, y por lo tanto se escapa a definiciones exactas. Parece que se deja describir en algunos rasgos: interioridad, irrepetibilidad, centro de la persona... y estoy muy de acuerdo con el aspecto dialógico: estamos hechos para esa apertura al otro, y como bien dices, al Otro. Según la teología católica, la esencial relacionabilidad del hombre le viene por ser imagen y semejanza de Dios, es decir, de la esencial relacionabilidad de las tres Personas Divinas en la Trinidad. Si Dios es diálogo, el hombre también.
ResponderEliminarGenial.
ResponderEliminar"Aunque uno es finito y superficial, la mirada infinita de Dios me va haciendo hondo e inabarcable. Sólo hay que sostenérsela, que no es fácil"
Gracias