Fuimos corriendo a Cádiz para comprarle a Carmen… unos zapatitos ¡ya! de andar. Leonor se iba parando en todas las tiendas de bolsos (necesita uno) y me los enseñaba todos, probándoselos con parsimonia, y arqueando el cuerpo para vérselos puestos. A mí no terminaba de convencerme ninguno: “No”, cortaba tajante, con aires de entendido. “Es muy difícil, casi imposible, encontrar un bolso completamente convincente. Hay que venir otro día con más tiempo, más tranquilos”.
“Ya, ya”, respondió Leonor con un brillo afilado en los ojos, “te lo voy a pedir por mi cumpleaños, y verás lo pronto que das con uno que te encanta, enseguida, el primero”.
Y, aunque parezca mentira, puede que tenga razón. ¿Dotes proféticas?
Melchor le trajo a mi mujer el primer minitrastero portátil que vio. Le pareció bonito, aunque es lo cierto que no lo comparó con otros. A los pocos días hubo que seguir la rutina del cambio propia de aquellas fechas entrañables. Seguro que la explicación de todo se encuentra en algún gen específico de los varones.
ResponderEliminarJilguero.
"El bolso o la vida" ese es el dilema.
ResponderEliminar"El bolso o la vida" ese es el dilema.
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