El arca (de Noé) de las palabras
En el haber de los diarios de Trapiello hay que apuntar también la riqueza de su vocabulario, que sospecho que es intencionada y hasta avariciosa. Ya el título de su libro El arca de las palabras apuntaba por un lado a la posesión y por otro a la idea de sortear un diluvio. Y en un diario antiguo decía, hablando de otro autor: "Son recuerdos, vivas experiencias de lo real, que cristalizan en algunas palabras que ya sólo se usan en ciertos pueblos de Castilla. Así que para mí será siempre la historia en la que aparecieron unos acericos y los acianos florecidos. Por eso da pena cuando el libro, que es corto, se acaba, pues parece que todas esas palabras fuesen a morir de nuevo, caídas en un cementerio de pueblo, como piedras de mármol entre las malas hierbas". Exacto. Y para limpiar las malas hierbas con una segadora electrónica, aunque vaya a durar aquí sólo un día más, traigo la lista de las palabras que uno ignoraba de Apenas sensitivo. Me da más vergüenza incluso que la otra vez, porque ya soy más viejo, porque luego que busqué "gavia" en el diccionario se la he oído al jardinero y, sobre todo, porque he reincidido, maldición, en la ignorancia de dos o tres. Steven Pinker dice que una palabra hay que oírla nueve veces hasta que la recordamos y la usamos correctamente. Y eso me consuela, porque así, dentro de siete u ocho diarios más (qué delicia), ya me sabré y usaré todas éstas:
prestímano
lavajos
arbejones
hurgón
murmurio
gavia
tendejón
paleras
aristón
trianón
mesméricas
triaca
laurentes
barboquejo
caduceo
alcándara
alcahaz
atarjea
alcotana
maula
husmo
batahola
pantalonera
gavión
cadozo
falleba
peteretes
corras
lercha
leznas
zarramplín
espelunca
Tendríamos que proponernos acudir al diccionario cada vez que leamos, o si el caso llega, oigamos, una palabra desconocida.
ResponderEliminarJilguero.
Si le pasas esa lista a tu alumna del otro día, se muere del susto.
ResponderEliminarYo tengo mis reservas sobre este tipo de nostalgias.
ResponderEliminarEmpieza uno lamentando la pérdida del léxico de su pueblo, y acaba exigiendo por ley que se sepan esas palabras al que se presenta para interventor del ayuntamiento. Esto que digo ha sido exactamente así.
En cualquier caso, es muy español eso de llenar papel con palabras que no entiende ni Blas. Que se lo digan al exitoso Pérez.
José Luis
De acuerdo con José Luis. A mí me dan mucho miedo esas nostalgias que un paso más y acaban en ley (vivo -ay- en Galicia y entre filólogos).
ResponderEliminarEs bonito ver palabras, pero también es bonito enterrarlas piadosamente (si están muertas).
Y es bonito rescatar algunas de la muerte final: está bien cuando se consigue, pero tampoco importa tanto.
¿Y borriqueta? Cuando supe que no es sino esa mesa que uno monta con una tabla y dos caballetes, me llevé una alegría. Al parecer, todo tiene nombre. A mí me ayuda a fijar una palabra en la memoria, buscar su contenido visual en google-imágenes.
ResponderEliminarEntiendo lo que dice Ángel. Lo hemos hablado muchas veces y estamos básicamente de acuerdo con respecto a lo que sucede en Galicia, que no es otra cosa que sacarse de la manga, por ejemplo, un "perruquería" cuando aquí siempre se ha dicho peluquería.
ResponderEliminarLo que yo acepto del rescate de Trapiello es cuando se trata de palabras que nombran realidades, cosas, herramientes, enseres, que existen y se usan. El de borriqueta podría ser un ejemplo. Pero hay otros en tu lista, la alcotana v.g.
A mí hay dos cosas que me interesan y admiran del vocabulario que pone en juego Trapiello, una estilística y otra ontológica. La primera es que consigue que no disuenen: la naturalidad de su prosa es tal que lo encaja todo y uno no pega un respingo nunca. Quizá yo al sacarlas con pinzas no le haya hecho ningún favor. La segunda es el asombro dichoso que explica inmejorablemente Suso: ¡Todo tiene nombre!
ResponderEliminarYo más bien reaccionaba a las sugerencias de Jilguero (que por lo demás siempre me parece atinadísim*): yo prefiero no usar un diccionario cada vez que leo algo y me pueden hacer gracia palabras raras, pero ya está.
ResponderEliminarNo me refería a la cuestión del gallego aquí, sólo al hecho de que a cuenta de la nostalgia podemos acabar sometidos a los arqueologistas lingüísticos: mejor que se mueran las palabras, no pasa nada.
Dicho de otro modo: hay que desacralizar el lenguaje y no dejar que caigamos en el peligro del sentimentalismo también ahí.
Yo tampoco conocía deliquio, alfoz o murmurio. Y qué pena que AT haya metido tijera.
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