miércoles, 14 de septiembre de 2011

Tres consuelos


Hoy, víspera del pistoletazo de salida de otro curso más y Exaltación de la Santa Cruz, puede ser un gran día para confesarme. Me desespero por no estudiar (y nunca a fondo y jamás con toda la tarde por delante) lo que me gustaría y tanta falta me hace, por no tener paz para reflexionar después, dándome, por ejemplo, un paseo por la playa, por no poder escribir más tarde los libros –y son varios en distintos géneros– para los que tengo meticulosamente apuntados los títulos y dos o tres ideas vagas en la cabeza, por no hacer vida de escritor, no vida literaria, sino bibliotecaria, a todas horas.

Luego pienso:

1- Cumplo mejor que nadie el axioma socrático: sé que no sé nada; y además lo intensifico con unas gotas sartrianas: porque no estoy satisfecho ni resignado ni dando una lección magistral de filosofía, que ya la dio Sócrates y para siempre, sino angustiado. Además, por mucho que pudiese leer, seguiría sintiendo esa angustia: la verdad, como dejó claro B16 en Madrid, es inabarcable. Tal vez, la auténtica cultura no radique tanto en tenerla –me paso la mano por el lomo malherido y me doy el primer consuelo– como en desearla ardientemente. Y eso sí.

2- Bien podría haber sido un escritor maldito, de esos cuyas biografías rodean con un halo sus escritos, uno entregado a la bebida o estragado por las drogas. O con el corazón destrozado por otra mujer, o devastado por varias. O adicto al juego. O a la fama, ése otro juego de azar, teniendo que responder todo el día a entrevistas y cuestionarios… En cualquiera de esos casos tampoco tendría tiempo para leer y reflexionar. De modo que –me cuento, acunándome, cuando me acuesto– mi adicción es a la vida ordinaria y a un amor constante y a una casa que mantener y, laus Deo, a unos hijos que acostar. Soy un poeta maldito que ha medio tirado su obra al vicio de vivir a su manera. Segundo cumplido consuelo.

3- Por último, pienso en el Opus Dei. Si me creo que se puede aspirar a la santidad dentro de la vida más ordinaria y cumpliendo uno tras otros los inacabables deberes cotidianos, ¿no estoy obligado a creerme de todas todas que dentro de esa misma vida y encarando esos mismos deberes minuciosos puedo aspirar a la poesía? Y si dudo de esto último y pierdo la esperanza, ¿no será que tampoco me creo en serio lo de la santidad? ¿Y no serán ambas aspiraciones una misma vocación, que exige, ay, ay, este estar a todo, tratando de transfigurarlo: al Instituto, al baño de los niños, a la cuenta corriente, a la oración de la mañana, a la misa de la tarde, y al poema de la noche, si hay mucha suerte, de higos a brevas, y si no me vence el sueño?

9 comentarios:

  1. Ozú. Y yo pensando con qué hago la oración por la mañana. ¿Para qué leo Rayos y Truenos?

    Por cierto, el segundo párrafo, quitando alguna oración más prosaica en el medio, es casi un poema de esos de la experiencia.

    ResponderEliminar
  2. !Qué consuelo leer tus tres consuelos! Muchas gracias, Enrique, alivias mi frustración de cada día.

    ResponderEliminar
  3. Ay, volveré a esta entrada para consolarme a menudo. Abrazos.

    ResponderEliminar
  4. Si valiesen las confesiones a dúo, me ponía de rodillas contigo. De 3, es la misma vocación, Quien llama para una cosa no puede dejar de llamar para la otra, si es que no queremos creer en alguien esquizoide.
    Hablando de dúos, precioso el dueto en el periódico.

    ResponderEliminar
  5. José María Ucha3:24 p. m.

    Lo mismo que me decías tú cariñosamente y hablando de otro tema en el comedor de Pozoalbero te lo digo yo a tí ahora, leyendo hoy tu blog: "¡mi hermano!".

    Hace ya algunos años y según han ido viniendo mis niños con su días y sus noches, entre viaje y viaje a Sevilla, me voy haciendo las mismas preguntas: ¿para cuándo podré trabajar como el mejor y si es posible más que el mejor? ¿para cuando el ser sabio, que no me lo van a perdonar si no lo llego a ser? ¿para cuando la hondura, la pausa, el surco que tiene que dejar mi trabajo intelectual? ¿para cuando dejaré de echar balones fuera, un día detrás de otro?

    Danos fe, Señor. Un fuerte abrazo amigo, hermano.

    ResponderEliminar
  6. Preciosa entrada. Sobre 1- no dejes de leer, si no lo has hecho ya, La tristeza del mundo de Enrique Andrés Ruiz. Imprescindible.

    ResponderEliminar
  7. hipotesisderiemann7:24 p. m.

    Suscribo la recomendación de Dal. Este verano leí La tristeza del mundo, es muy bueno. Merece una relectura.
    Ahora estoy con Santa Lucía y los bueyes, del mismo autor. Fabuloso.
    Por ponerle un pero: lástima de prosa a ratos farragosa del autor. Ganaría con menos perífrasis y más claridad. Aunque las ideas son de gran calado.
    Magnífica entrada la de hoy (como siempre, dicho sea de paso)

    ResponderEliminar
  8. Sí que es buena la entrada -y el artículo incrustado.
    Ahora me he acordado de Hoja de Niggle, el cuento de Tolkien, por lo de la vocación al arte y la vocación a la santidad. Tendría que releerlo, pero guardo muy buen recuerdo de él. Ah, está aquí.

    ResponderEliminar
  9. Muchísimas gracias. Tendría ahora que reescribir el refrán: "Consuelo de muchos, mal que se difumina". Qué buena compañía. Y demos la más fraternal bienvenida a Chema Ucha a la tertulia activa. Saldremos todos ganando.

    Sí que leí La tristeza del mundo, gracias Dal y Riemann. Muy consoladora esa idea de que el libro necesario nos busca. Un cuarto consuelo, que os agradezco mucho a los tres (empezando por Enrique Andrés Ruiz) que me hayáis recordado.

    Leeré "La hoja de Niggle", que no conocía. Gracias, Ángel.

    ResponderEliminar