Debería
ser justo al revés, pero tendemos desaforadamente al amor propio y al humor al
prójimo. Por eso los chistes se ríen mucho de los demás (políticos, suegras,
vecinos, leperos, mariquitas, tartamudos, etc.), pero poco de uno mismo, aunque sean éstos los que de verdad
tienen gracia, en el sentido de gracia redentora. Una excepción ha sido una
viñeta de El Roto en la que sale un muchacho ante una pantalla de ordenador
diciéndose: “Me estoy buscando en Internet para saber quién soy”. Fue verlo y
exclamar: “Ups”. Yo me busco en Wikipedia en cuanto me encuentro perdido, ay. Me
puse colorado.
Como
excusa, la pregunta sobre nuestra identidad nos la hacemos todos. Y más cuando
caemos en que no somos nada, porque es verdad: nada no somos: somos algo o,
mejor dicho, alguien, sí, pero quién, ¿quién? Intenten contestarse, y ya verán qué
enigma. El nombre propio ayuda, pero no tanto como parece. Contra el griego aquel,
que mantuvo que el nombre es el arquetipo, observó Shakespeare: “La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco
dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera”.
Recogiendo esto y un eco del Apocalipsis, apunta Mario Quintana: “Todos
nuestros documentos de identidad son falsos. Y la primera curiosidad de quien
murió es saber cuál es exactamente su verdadero nombre”. Para no tener que
aguardar a eso, algunos tratan de responder a la pregunta con su currículum, con sus
bienes o echando mano a las memorias. Los espejitos mágicos de la literatura
infantil reflejan el mismo afán: se les pregunta si una es o no es la más bella
del reino o se los atraviesa hacia un mundo mágico, pero son sólo imágenes,
metáforas. La respuesta que se busca ante el espejo es saber con quién está uno
viéndoselas. ¡Qué inquietante que el único rostro que no podemos observar
directamente sea el nuestro!
Nos
miramos entonces en los ojos de los demás. “Nada preciso tanto como saber qué
piensa de mí”, suspiraba el poeta Luis Rosales. Y hay quienes han imaginado que
si conseguían que se pensara bien de ellos, mejorarían en sí mismos. Es la
única justificación (en las intenciones) de la hipocresía. Incluso hay quienes
tratan de descubrir su carácter escrutando horóscopos.
El problema sería irresoluble, zarandeándonos del
escepticismo a los nacionalismos pasando por la obsesión por la imagen y otras
ideologías identitarias, si no viniese Dios a echarnos un cable salvífico, como
siempre. Uno es lo que es para Dios. Sólo se conoce quien se siente mirado por
Él, que es omnisciente, que llega más adentro que ningún psicólogo. Y somos a la vez un
misterio sin fondo porque nos define su interés interminable y su amor infinito. Por eso tiene tanta gracia la respuesta de los personajes de Cosa de risa, la novela de William
Saroyan, a una pregunta sobre su hija: “Dios sabrá quién es, pero se llama
Fanny”. Así las cosas, buscarse en Wikipedia queda, lo reconozco, bastante
idiota.
Para que no me busque en internet ni a mis artículos, el Diario de Cádiz no ha colgado en su página las columnas de opinión de hoy.
ResponderEliminar¿Y qué diremos del "Yo sé quien soy", de don Quijote? ¿Qué tal si planteamos la hipótesis de que se trata de la mejor de sus fantasías y por eso su mejor verdad, y después seguimos discurriento?
ResponderEliminarSólo nos reconocemos en el otro. En los amigos y en Dios que es otro por excelencia. Precisamente esta semana, pensando en esto, fui al "Magna Moralia" de Aristóteles, a ver qué decía de los amigos. Allí habla de los amigos como nuestros espejos (por esta inquietud de no poder ver nuestro rostro) y después dice esta frase, la más resaltable de todo el capítulo: "Cuando queramos conocernos a nosotros mismos, nos reconoceremos mirando al amigo". La cuestión, claro está, es si sabemos mirar.
ResponderEliminarBuenos días. En efecto al final sólo Dios sabe bien quienes somos y por eso hemos de ternernos paciencia en muchos momentos de la vida como Él la tiene siempre muy bien fundamentado.Un abrazo.
ResponderEliminarNos re-conocemos (o sea, nos volvemos a conocer) en el otro, en la imagen que proyectamos en los demás de nosotros mismos. Por eso lo de internet, que lo hacemos todos. Y cuanto mejor sea el espejo, mejor será el re-conocimiento. Por eso, si nos miramos en la lente de Dios, tendremos una imagen bastante exacta, quasi in speculum, como decía san Pablo.
ResponderEliminarYa estoy en el Diario, lo digo por el voto.
ResponderEliminarQué bien visto lo de SAF y el Quijote, "la mejor de sus fantasías". Me lo apunto.
Y gracias a todos: da gusto verse en vuestros ojos. (Y en los de Aristóteles.)
"¡Qué inquietante que el único rostro que no podemos observar directamente sea el nuestro!" Esta te la robo (con cita) para la tesis. ¡Qué bien visto y qué bien expresado!
ResponderEliminarSoy agnóstico. Según la entrada y sus comentarios, no tengo ninguna posibilidad de conocerme, pues, a mí mismo. ¿No hay un poquito de arrogancia en ése "sólo nosotros, los creyentes"? Digo.
ResponderEliminar¡Qué bien!... Yo ni siquiera estoy en Wikipedia.
ResponderEliminarFuera de bromas, recordé esto:
¿Qué ocurriría si Dios reinase realmente en mí? (...) Su llamamiento me alcanzaría: yo sabría, estremecido y dichoso, que mi persona humana no es más que la manera en que Dios me llama y el modo en que yo he de corresponder a su llamamiento.
No quiero entrar en polémicas, pero a mí me sorprende el contenido de la entrada anónima de nuestro amigo agnóstico. Una doctrina que predica la imposibilidad de que el hombre pueda conocer a Dios (sé que simplifico, aunque confío que no en lo esencial), no debe extrañarse si llega a la conclusión que el hombre no puede conocerse a si mismo. Me parece de lo más coherente. BB.
ResponderEliminarPeazo de artículo.
ResponderEliminarCopio, para el último anónimo, la definición que da el Diccionario de la Academia del término "agnosticismo": "Actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia". Es obvio que el conocimiento de uno mismo, ni es "conocimiento de lo divino" ni "trasciende la experiencia"; luego un agnóstico no lo cree "inaccesible al entendimiento humano". Es como decir que, porque uno afirma que no sabe si hay vida inteligente fuera de la Tierra, está afirmando que no sabe si la hay en la propia Tierra. Bromas aparte (esto último podría, irónicamente, defenderse), son cosas completamente diferentes. Por otra parte, la afirmación de que sólo a través de Dios es posible conocerse a uno mismo no nos excluiría de ese conocimiento sólo a los agnósticos, sino también a los ateos; y, dado que quienes habitualmente escriben aquí dicen creer en un cierto Dios como verdadero y todos los demás, falsos, seguramente a todos los creyentes en un Dios distinto del suyo. Es mucho excluir, me parece, y pocas razones para tanta exclusión.
ResponderEliminarY luego está este hombre, famoso por descreer de todo menos de las definiciones de la RAE.
ResponderEliminarEstá claro que cuando lo definan a usted en el DRAE le ha de bastar para saber quién es.
Como segundo anónimo agnóstico, apoyo plenamente al primer anónimo que se declaró como tal, y añado...
ResponderEliminarDesde mi punto de vista, el decir que sólo Dios nos conoce, es en cierto modo un abandono de nuestro autoconocimiento, pues es como darle pie a nuestro Yo, de que aquello que no queremos conocer... "ya lo conocerá Dios".
Yo me miro en un espejo y no temo lo que veo, e indago más allá por si cuando veo algo que no me gusta puedo ponerle algún remedio, mientras que lo que me gusta tal cual lo dejo.
Y no sólo me estoy refiriendo a un espejo en el que veo mi corporal reflejo, también hablo de un espejo en el que veo y analizo mi alma, lo que se traduce en la comprensión de mis actos aunados a mis sentimientos.
Y... ¿En qué varía? ¿Por qué nunca me termino de conocer? pues muy sencillo, porque siempre habrá situaciones nuevas a las que habré de responder...
Y ya, terminando con una pequeña broma, diré que, como dicen por ahí, Dios es Ateo, pues no cree que haya ningún Dios por encima de él...;)
Curiosa la irritación del buen "Balaverde" contra alguien que sólo dice que la posibilidad de conocerse a uno mismo no es patrimonio exclusivo de ninguna creencia religiosa. ¿Qué será lo que le irrita así en una afirmación tan simple y tan poco dogmática, y cuáles serán los motivos sicológicos de una tan sorprendente irritación?
ResponderEliminarYo no veo irritado a Balaverde, sino epigramático, y reconozcamos que con bastante gracia en cuanto al DRAE se refiere.
ResponderEliminarEn cuanto a mí, reconozco que la transición a hablar de Dios aparece en el artículo un poco brusca, pero no hay arrogancia por mi parte ni contradicción entre nosotros. Un ateo, al saberse un ser limitado al aquí y al ahora, no es extraño que se sienta capaz de conocerse a la perfección. Un creyente, asumiendo que nada le sostiene en el ser sino la mirada omnisciente del amor infinito de Dios, ha de pasmarse de vértigo, suspense y agradecimiento ante el abismo mismo que es él. A un agnóstico siempre le quedará la duda de quién ve en el espejo, si lo que él ve o lo que Él ve. No creo que en ninguno de los tres haya arrogancia, sino pura lógica con sus premisas.
No comentaré lo del epigramatismo y la presunta gracia de "Balaverde", aunque uno y otra me parezcan bien pobres. Me limitaré a recordarle a EGM sus propias palabras: "Sólo se conoce quien se siente mirado por Él". En otras palabras, quien no "se siente mirado por Él", porque tiene otras (o ningunas) creencias, no puede conocerse a sí mismo. Repito lo que dije: es ésa (sólo nosotros, los que creemos en el único Dios verdadero; los demás, pobrecitos, no pueden, no llegan) una actitud, en mi opinión, arrogante e injusta.
ResponderEliminarDe acuerdo, tiene usted razón y pido perdón por la arrogancia e injusticia de mis palabras. Y si alguna vez recojo en libro este artículo, ya sin presiones de tiempo y espacio, las matizaré. En el sentido de que el hombre (piense lo que piense) es tal misterio que sólo un Ser omnisciente llegaría a conocerlo a fondo y, sería deseable, que con amor y misericordia.
ResponderEliminar"Cuando en el Cármides Cricias propone el “Conócete a ti mismo” del frontón de Delfos como la salutación esencial para el bien de uno, se maravilla Sócrates de lo peregrino de un saber que no es saber de nada, sino de sí mismo"
ResponderEliminarAgustín García Calvo, en "Desesperación de Sócrates a nosotros"
O lo sabe otro, o se sabe de otro, o no es saber. Así que el anónimo, de sobra conocido por todos, no debe horrorizarse tanto de que los creyentes confíen ese conocimiento, en última instancia, a su dios. Otros, tal vez con mejor criterio, lo confían a la RAE, cuyo único mérito -apuntó Groussac- consiste en que cada nueva edición de su diccionario consigue que añoremos la anterior.
Cuando incluyan "jartible" en el DRAE, ni su agnosticismo le impedirá saber lo que es, no se preocupe.
A mí no me "horroriza" en absoluto que los creyentes "confíen ese conocimiento, en última instancia, a su dios". Me parece lo natural. Lo que critico no es eso, sino la afirmación de que, repito, "sólo se conoce quien se siente mirado por Él", lo que es tanto como decir que quien, por razón de sus creencias, no se sienta así, no tiene posibilidad de conocerse a sí mismo. No digo que los creyentes no puedan conocerse a sí mismos (afirmación, en mi sentir, absurda), sino sólo que también los no creyentes tienen la posibilidad de hacerlo.
ResponderEliminarRespecto a la incomodidad que le produce mi cita del Diccionario de la Academia, es problema personal suyo, y nada puedo hacer al respecto. En mi biblioteca figuran también los diccionarios de María Moliner o Corominas (o el de filosofía de Ferrater Mora), todos ellos excelentes; si prefiero citar el de la Academia es por su mayor facilidad de acceso, por si alguien quiere comprobar las citas. Proponga él, si lo desea, otra fuente, o simplemente una definición suya, y podremos razonar sobre ella.
Mi impresión personal es que "Balaverde" piensa que yo tengo algo contra los creyentes, ya sea en general, ya específicamente contra los católicos. Si es así, se equivoca. Muchas, entre las personas que quiero, lo son, y me entiendo perfectamente con ellas. Sólo critico, en este caso, lo que me parece tendencia excluyente: hay muchas posibilidades admirables en la fe y en las personas que la tienen, pero también las hay entre quienes no están en ese caso. Por ejemplo, la de conocerse a sí mismos, que no es privilegio de ningún creyente. Si estamos de acuerdo en eso, no hay realmente motivo de discusión. Y espero que lo estemos: me parece algo obvio.
Y, en fin, me parece curioso que diga no sólo conocerme, sino que "todos" me conocen. ¿Será privilegio de la fe, ése de conocerse no sólo a sí mismo, sino también a quienes, como es ahora mi caso, no firmamos? Cosas veredes...