Escamados, nos hemos preguntado aquí por la moralidad de la literatura, y ha habido otras reflexiones más brillantes. Ahora me encuentro con una prueba de ello en mi propia carne. Carmen quiere que le cuente cuentos en cuanto la llevo a la cuna. Antes rezábamos y tan felices. Ahora rezamos, desde luego, pero el rezo se ha convertido en un drama de considerables proporciones porque retrasa unos segundos la aparición, sigilosa y amenazadora, del lobo. No me parece mal que desde chiquitita aprenda que la oración implica, por su propia naturaleza, un sacrificio. Y ojalá esta tensión entre la fe y las obras (literarias) la acompañe durante toda su vida, como a su padre. Hay, gracias a Dios, puntos de contacto.
Qué fastidiosas cursivas se le han colado al editor de la página del periódico. No me resisto, perdonad la neurosis tipográfica, a poner aquí una versión sin esa errata corrida.
ResponderEliminarAunque bien miradas, esas cursivas son ¡la primera mortificación de la cuaresma! Qué bien empezamos.
ResponderEliminarMi hermana pequeña (que no salió demasiado femenina por culpa de mi hermano...) se pidió una escopeta a los Reyes para matar al lobo con 2 años... Desde que vio en el zoo que los lobos existían de verdad y no solo en los cuentos...
ResponderEliminarDile que las hermanastras eran aún más feas que el lobo.
ResponderEliminarA ver si cuela.
Es extraña la fascinación que el lobo ejerce sobre niños y poetas (¿o he debido decir"o"?). Quizás haya algún estudio sobre el asunto.
ResponderEliminarJilguero.
Vengo a decirte que me ha encantado leerte en cursivas como si el texto no fuera tuyo. Y que iba diciéndome: qué bueno, pero qué buenísimo, de quién será esto...
ResponderEliminarSólo cuando he llegado a "unas claras, aunque pequeñas, huellas chinas en el detalle del zapato diminuto", me he dado cuenta de que las cursivas eran una errata.
Claro, de quién iba a ser sino tuyo.
Ha sido como repetir la impresión de la primera vez que te leí.
Apostaría que en la fijación de Carmencita por el lobo sigiloso, algo tiene que ver la dramatización paterna, vamos, que quiere verte haciendo el lobo. Tendrás que esforzarte con el ratón o las hermanastras.
Qué elogio tan bonito, CB. Muchas gracias. Menos mal que estoy sobre aviso gracias a Tolstoi, y no es que yo me los merezca sino que tú los sabes ver.
ResponderEliminarAl final no hubo que recurrir, por desgracia, a ninguna de vuestras propuestas: ni hermanastras feas, ni padre haciendo de ratón ni lobo dispensado de la abstinencia por edad. La pobre Carmen tiene el Síndrome pie-mano-boca (sic) y ha pasado un Miércoles de Ceniza bastante mortificado. Pero no es grave, ni mucho menos.
Y se me ocurren dos lecturas girardianas para el lobo. La primera que ese interés de los niños no deja de ser la posterior sacralización del chivo expiatorio. Sobre el lobo se cargan todos los males, y tras su muerte, ea, se le glorifica.
Y la segunda. Advierte con mucha razón Girard de que tras Jesucristo el peligro estriba en que todos quieren asumir el papel de víctima. Ese lobo con piel de cordero o el de la voz dulcificada y las patitas blanqueadas, suena, precisamente, a advertencia en ese sentido. Una advertencia cada vez más necesaria, ¿o no?