Veo que la chica rumana que pide en la puerta de mi parroquia con un cartón que avisa: "Soy pobre" le está arreglando la bufanda al chico rumano que limpia los parabrisas en el semáforo. Le sube el cuello del abrigo y le da luego un beso lleno de ternura. "Vaya, pues no eran tan pobres, ni mucho menos", pienso, alegre por ellos y, más extrañamente, por mí.
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