Por
mucho aire acondicionado que tenga un tren o un avión, basta que entren unos
cuantos niños pequeños o uno solo llorón, para que el ambiente se parezca
peligrosamente a La diligencia, de
John Ford. Crece la incomodidad, pero también la vida
social entre los pasajeros. Y hace calor. O frío. La gente comienza a intimar, a pedirse excusas, a
reírse y a protestar, todo junto, mezclado. Antes o después se produce el
ataque de apaches furiosos: los niños empiezan a correr en redondo y a ulular.
El The end tarda en aparecer, la
diligencia va a paso de mula coja, pero ya llegará y llegaremos vivos. Extenuados,
pero vivos.
Si es que los niñosaurios son terribles. Terribles. Yo lo he sido, y sé de qué hablo.
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