Como yo llegué a Girard tardísimo, en 2002, con la publicación en Anagrama de Veo a Satán caer como el relámpago, y como, en cuanto empecé a leerlo retrospectivamente, entendí que era un pensador que había realizado una honda evolución personal, fui dejando para después la lectura de su primer libro, La mentira romántica y la verdad novelesca, de hermoso título, pero de 1961. Craso error. La lectura del último, Geometrías del deseo, cuya reseña sacaré en Aceprensa, me despertó el interés por aquel primer libro originario de pura crítica literaria.
Qué gratísima sorpresa. Hay un Girard allí, a pesar de sus treinta y ocho años, profundamente original y de una apabullante potencia de pensamiento. Y la obra tiene la característica de los grandes libros: produce una cascada de ecos, una fiesta de resonancias interiores. Cuando Girard nos habla de la imitación y de cómo ésta se exacerba con las cortes absolutas, recordé unos versos del Tomás Moro de Shakespeare que describen a la perfección el proceso, con un siglo largo de adelanto; y que marcan muy claramente un aspecto esencial: la contraposición con el Cielo, que propone otro modelo imitativo. Lo sitúa Shakespeare en el mismo instante del Cisma y eso tiene enorme interés teórico, y demuestra la aguda perspicacia del genio. Son versos en los que Tomás Moro explica a su mujer su nueva situación a partir de su caída en desgracia, en la que se eclipsará su estrella:
Yo te diré por qué. La Corte nunca escruta
como el Cielo la indignación del príncipe,
sino que estando frágilmente constituida
de una tierra dorada, brilla apenas
sobre ésos sobre los que brilla el rey,
sonríe si él sonríe, se eclipsa si él se eclipsa.
Mas siendo ambos mortales —Corte y rey—,
no sueltes ni una lágrima por las cosas terrenas.
Como me gustaría que René Girard los leyese.
Imitación y adulación van de la mano; y “no hay quien sea enteramente inaccesible a la adulación, porque el hombre mismo que manifieste aborrecerla, en alabándole de esto es adulado con placer suyo” (Shakespeare, cita tomada de una colección de ellas).
ResponderEliminarVerdaderamente interesante la sincronía entre el texto y el cisma.
Jilguero.