La famosa idea de Chesterton de que algo que merece la pena hacerse, se hace, incluso mal, porque merece la pena (cito de memoria y de experiencia), se entiende mucho mejor cuando uno oye a Ford contar esta anécdota suya con Raymond Carver, que misteriosamente se me ha escurrido fuera de la reseña. Carver —empezando en lo de las literaturas, empobrecido, saliendo de diversos líos gordos— visitó a su reciente amigo y quedó encantado-deslumbrado con
la casa de Ford. Le envidiaba el despacho: "Lo único que tienes que hacer
es subir las escaleras y escribir".
"Escribir algo bueno", replicó Ford, con una reverencia de pudor
y de pundonor que le adivinamos. La respuesta de Carver fue tremenda: "Da igual.
Escribe una porquería"; y Ford lo veía entornando los
ojos y eliminando una risa incipiente. Hay muchísimo amor a la vida (simbolizada en un despacho digno) en esta anécdota, pero no menos a la escritura, incluso mala, qué importa. Lo de Chesterton se entiende mejor con lo de Carver, y también al revés.
También me entiendo yo. Hace muchos años, en una de mis primeras incursiones en la vida literaria, fui invitado a un almuerzo en el campo. Ya estábamos casi todos cuando llegaban dos escritores acompañados de sus mujeres. Venían subiendo el carril, y alguien dijo sus nombres: "Ahí vienen tal y cual". Volví la vista, con voraz curiosidad. "Tal" era un poeta antologadísimo y aplaudidísimo, mientras que "Cual", uno más bien menor, con dos libritos apenas, bonitos. Me fije en las mujeres, y, mientras que una era normal, otra era un prodigio de belleza y elegancia. Supe instantáneamente que la deslumbrante era la esposa del poeta oscuro. Cuando en las presentaciones vi que había acertado, me entraron cargos de conciencia. ¿No había sido un poco mezquino con una aplicación tan automática y rigurosa de la ley de la compensación, y tan frívola? Quizá por eso no lo había contado hasta ahora. Pero es lo de Carver: en esas condiciones, qué felicidad escribir lo que sea.
Miro mi despacho, miro a Leonor, y me digo: "Ea".
Pues "ea", a disfrutar de la felicidad, que ya llegarán los aplausos. Y si no llegaran, pues "ea" de nuevo.
ResponderEliminar¡Pues ea!
ResponderEliminarSea, ea. Y muy elegante la reseña. Yo también disfruté del PD pero no dejó rastro (salvo la escena del accidente de coche y la visita con el hijo a un museo, que llevo grabadas). Lo mejor es que funciona también como guía de lectura de tu blog, al que regreso ahora, aunque con ganas de descalzarse y dejarse remar por Ford hasta esa isla...
ResponderEliminarEa, Enrique... Y cómo disfrutamos los demás de tu blog.
ResponderEliminarAplicando así la ley de la compensación lo extraño es que sepas escribir!!
ResponderEliminar