Nos cuenta Rafael Pérez Estrada:
Nos distraíamos con los juegos perversos de la infancia. Llaman a la puerta —dije—, quién será. Y era la Tristeza, vecina del tercero, que venía a pedirme otra taza de alegría: ¡Aún le queda mucha!, comentó sardónica.
Lo que no sabe la vecina —pero sí Pérez Estrada— es que la alegría no viene de las distracciones, sino del hecho de darle a ella otra taza: "Tome, señora, y vuelva usted cuando quiera". Como aquella orza de harina y aquella alcuza del Antiguo Testamento, la alegría no se gasta nunca.
Lo que pasa es que la tristeza grita mucho y en cambio la alegría no es nada chillona. Lo dice un poema de Saiz de Marco que próximamente publicaremos en zUmO dE pOeSíA:
ResponderEliminarTe reprocho
Felicidad
que seas discreta
que camines en silencio
de puntillas
cabizbaja
como si tuvieras miedo
como si evitaras llamar la atención
Y no es que no vengas
Que sí
sí que vienes
pero lo haces tan callada
tan de incógnito
como una espía o una agente infiltrada
¿ Por qué no aprendes del dolor y la pena
que no reprimen sus gritos lastimeros
sus embestidas bramando a medianoche
sus sollozos con runrún de letanía ?
(Y en cambio tú un rumor tenue
un susurro)
¿ No te das cuenta
Felicidad
de que lo que anhelamos nosotros es mirarte
oírte venir anunciada por trompetas
por tambores
por pasacalles
por músicos
que no parasen de tocar todo el tiempo ?
¿ Es que no puedes tú también hacer ruido
vocear
¡ estoy aquí !
¡ me siento eufórica
radiante por alegrar gente a mi paso ! ?
¿ Es que no puedes gritarlo
proclamarlo
a los cuatro vientos cantar que has venido
siquiera sea para contrarrestar
el estruendo que llega de ahí enfrente ?
Y del encuentro. De abrir la puerta.
ResponderEliminarLo de que la alegría no se gasta nunca me parece a mí más un buen deseo que una realidad. Yo, y supongo que todos, o casi, conozco (conocemos) gente triste o deprimida, y muchas veces con motivos reales para estarlo. Lo que yo creo más bien es que, como por ejemplo ocurre con la Musa (u lo que sea) entre quienes escriben, a veces se ausenta, o se invisibiliza, pero siempre puede volver. Y que, en el caso de la invisibilidad, unos tienen más capacidad que otros para detectarla, y también para hacerla ver a los demás. Pero que a veces se marcha o se esconde, vaya que sí.
ResponderEliminarMuy bueno lo de abrir la puerta, querida Isabel. Le habría encantado a Kierkegaard, que avisaba: las puertas de la felicidad abren hacia fuera.
ResponderEliminarY a su comentario, tan justo y necesario, anónimo, quizá responda el poema de Saiz de Marco (¡gracias, Zumo!). La alegría no se agota nunca, pero como está en un botecito, en una botellita, o no la vemos o dónde la pusimos, que no damos con ella, que vaya que sí, por supuesto, ay.
Orza y alcuza, por favor, Máiquez. Y gracias por la tacita. La jícara, digo.
ResponderEliminarGracias por el tirón de orejas, Acisclo, tan bien dado que ni duele. Lo cambio enseguida.
ResponderEliminarDice verdad el poema: la felicidad es discreta. Pero eso es virtud: no se le puede reprochar.
ResponderEliminarGracias, Felicidad, por ser modesta,
por andar de puntillas y hablar quedo,
modosa, como si tuvieras miedo,
evitando montar la zapatiesta...