lunes, 20 de mayo de 2013

Sardónica y glosa


Nos cuenta Rafael Pérez Estrada:
Nos distraíamos con los juegos perversos de la infancia. Llaman a la puerta —dije—, quién será. Y era la Tristeza, vecina del tercero, que venía a pedirme otra taza de alegría: ¡Aún le queda mucha!, comentó sardónica. 
Lo que no sabe la vecina —pero sí Pérez Estrada— es que la alegría no viene de las distracciones, sino del hecho de darle a ella otra taza: "Tome, señora, y vuelva usted cuando quiera". Como aquella orza de harina y aquella alcuza del Antiguo Testamento, la alegría no se gasta nunca. 


7 comentarios:

  1. Lo que pasa es que la tristeza grita mucho y en cambio la alegría no es nada chillona. Lo dice un poema de Saiz de Marco que próximamente publicaremos en zUmO dE pOeSíA:


    Te reprocho

    Felicidad

    que seas discreta

    que camines en silencio

    de puntillas

    cabizbaja

    como si tuvieras miedo

    como si evitaras llamar la atención



    Y no es que no vengas

    Que sí

    sí que vienes

    pero lo haces tan callada

    tan de incógnito

    como una espía o una agente infiltrada



    ¿ Por qué no aprendes del dolor y la pena

    que no reprimen sus gritos lastimeros

    sus embestidas bramando a medianoche

    sus sollozos con runrún de letanía ?



    (Y en cambio tú un rumor tenue

    un susurro)



    ¿ No te das cuenta

    Felicidad

    de que lo que anhelamos nosotros es mirarte

    oírte venir anunciada por trompetas

    por tambores

    por pasacalles

    por músicos

    que no parasen de tocar todo el tiempo ?



    ¿ Es que no puedes tú también hacer ruido

    vocear

    ¡ estoy aquí !

    ¡ me siento eufórica

    radiante por alegrar gente a mi paso ! ?



    ¿ Es que no puedes gritarlo

    proclamarlo

    a los cuatro vientos cantar que has venido

    siquiera sea para contrarrestar

    el estruendo que llega de ahí enfrente ?

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  2. Anónimo10:12 a. m.

    Y del encuentro. De abrir la puerta.

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  3. Anónimo1:02 p. m.

    Lo de que la alegría no se gasta nunca me parece a mí más un buen deseo que una realidad. Yo, y supongo que todos, o casi, conozco (conocemos) gente triste o deprimida, y muchas veces con motivos reales para estarlo. Lo que yo creo más bien es que, como por ejemplo ocurre con la Musa (u lo que sea) entre quienes escriben, a veces se ausenta, o se invisibiliza, pero siempre puede volver. Y que, en el caso de la invisibilidad, unos tienen más capacidad que otros para detectarla, y también para hacerla ver a los demás. Pero que a veces se marcha o se esconde, vaya que sí.

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  4. Muy bueno lo de abrir la puerta, querida Isabel. Le habría encantado a Kierkegaard, que avisaba: las puertas de la felicidad abren hacia fuera.

    Y a su comentario, tan justo y necesario, anónimo, quizá responda el poema de Saiz de Marco (¡gracias, Zumo!). La alegría no se agota nunca, pero como está en un botecito, en una botellita, o no la vemos o dónde la pusimos, que no damos con ella, que vaya que sí, por supuesto, ay.

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  5. Orza y alcuza, por favor, Máiquez. Y gracias por la tacita. La jícara, digo.

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  6. Gracias por el tirón de orejas, Acisclo, tan bien dado que ni duele. Lo cambio enseguida.

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  7. Dice verdad el poema: la felicidad es discreta. Pero eso es virtud: no se le puede reprochar.

    Gracias, Felicidad, por ser modesta,
    por andar de puntillas y hablar quedo,
    modosa, como si tuvieras miedo,
    evitando montar la zapatiesta...

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