viernes, 28 de junio de 2013

Camino empedrado


Recibo por correo postal un manuscrito, o las fotocopias de un manuscrito, con la hermosa letra de Domingo Vallejo de la Parte. Lleva una severa portada, y viene dignamente anillado. Contiene los lemas y las citas que nuestro amigo ha ido apuntando a lo largo de los años. Casi tantas como sus citas, las sugerencias que me provoca, las emociones que me produce. 

Empezando por el burrito; verme allí convocado, entre tantos grandes y tantos amigos, vivos o muertos, me ha hecho consciente de la importancia de mi oficio cuando más falta me hacía, que es casi siempre. 

Luego, me ha servido para seguir reflexionando sobre los múltiples caminos, autopistas, sí, claro, vale, aunque bastantes de peaje, pero también carreteras secundarias, caminos, atajos, trochas, por las que la literatura nos llega a casa. A este tema vamos a tener que darle muchas vueltas en el futuro, pero será para bien, si todos los caminos nos traen a casa... libros tan estupendos como éste. 

Porque es un libro, y un libro de Domingo Vallejo, no de los VVAA que él ha puesto en la portada. Camino empedrado es su título, y uno ve el empedrado a ratos, pero ve sobre todo ve el camino. Las piedras de Pulgarcito dibujan un preciso autorretrato moral, en el que late —muy fuerte, muy fuerte— una vida auténtica, vivida. Son caminos éstos de la literatura con deliciosas curvas y cruces apasionantes: con las palabras de otro me retrato, con el autorretrato de uno se identifica el lector. 

Por último, Camino empedrado te plantea una cuestión de fondo: las vías paralelas entre filosofía, literatura, moral, alegría de vivir, responsabilidad social y sentido de la misión. Aquí confluyen, se cruzan, se mezclan, acaban siendo indistinguibles. Desde luego, me siento —no es porque un puñado de frases mías estén en ese libro— profundamente en casa con este regalo de Domingo Vallejo. 


1 comentario:

  1. Muchas de esas piedras del camino de Domingo me las he apuntado en papelitos que luego me aparecen en las carpetas viejas que llenan mi trastienda. Estoy seguro que también resuenan en las almas de muchos de sus alumnos.
    Cuánto habré aprendido en los 21 años que he compartido con él como compañero y, sobre todo, como amigo.

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