domingo, 16 de junio de 2013
Carmen contra mundum
Para la fiesta de fin de curso, le dieron el papel de pirata. O sea, que me la llenaron de calaveritas, ay. Estuvo en su puesto, luchó con dignidad contra los niños perdidos de Peter Pan, pero sin fanatismos. Para mí, que la conozco, que se dejó ganar, preciosa quinta columnista:
Ayer, fuimos a un evento benéfico de un club inspirado por altos principios, pero el evento era un pase de modelos en que las niñas y las madres andaban, muy parsimoniosas, por la pasarela. Y guapas, lo confieso. Algo análogo a lo de los piratas, como me sugirió al oido mi dulce ángel de la guarda, tan combativo y primo-columnista. Carmen perdió el interés pronto —Enrique no lo encontró nunca— y no pudo dar con un juego que me entusiasmara más. Sin que yo le dijese nada ni ayer ni nunca, por su cuenta y riesgo, cogió un ladrillo, lo puso en un poyete, se colocó de espaldas a la cosa modística, y se dedicó a... ¡escribir a máquina! Vale que no lo hace a mano como De Prada, pero ahí estaba ella, contra mundum. Lo que iba escribiendo, mirando a la enredadera, para inspirarse, lo iba recitando, y fue este verso octasilábico: "Las flores están dormidas". De primeras, parecía tener un aire lorquiano, de romance sonámbulo. Aunque, si se piensa bien, quién nos dice que no era un verso epigramático porque las flores, tan bonitas y naturales, se aburrían de lo lindo con el pase de modelos, eh, eh.
¡Bravo a Carmen! A Enrique también, y claro a los padres de los dos piratas poetas
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