lunes, 3 de junio de 2013

Y escucharemos perdices


Mi vecino es cazador. Y eso, que en principio tendría que resultarnos indiferente, no podemos quitárnoslos de encima. Tiene una perrera donde guarda a su podenco, que prefiere ladrar por las noches. Y guarda en ocho o diez jaulas unas perdices de reclamo, que es lo verdaderamente triste. Los animalitos se pasan el invierno callados, y sólo cuando empieza la primavera rompen a cantar con un regusto metálico, que no sé si será por las jaulas o por el plomo de los perdigones o por su celo inútil o porque cantan así. A mí el canto, con todo, no me molesta tanto como el silencio del largo invierno, que ese canto subraya, obsesivo.



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