Paulina
Carmen a veces se porta mal, pero me compensa. Cuando le preguntas por qué hizo esto o no hizo lo otro o deshizo aquello o se hizo la sueca, explica, con voz de pena: "Es que estaba cansada". El cansancio es su cobertura moral, y a mí me parece inmejorable. Primero, porque asume la preciosa lección paulina de que a menudo hacemos lo que no queremos y no hacemos lo que queremos, que es esencial para entenderse un poco en la vida. Segundo, porque el mal es, más que nada, una falta de energía.
Yo diría que el mal es energía mal encauzada, mal dirigida. Hitler no era persona perezosa, al menos en el sentido coloquial de la palabra. Al contrario: Era muy activo, muy enérgico (escribió un libro, fundó un partido, concurrió a unas elecciones, las ganó...). E hizo otras muchas cosas, todas ellas malvadas, despiadadas, dañinas... La maldad es más bien un error: un error que hace sufrir. Como dice José Antonio Marina, "quien se equivoca en los fines, se equivoca en todo".
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