martes, 8 de octubre de 2013

In my beginning is my end


Ayer, de sobremesa, dimos un paseo largo, Leonor, yo y Pukka. La perrita está ya mayor: catorce años, y le costaba seguir el paso, que además hacia calor. Nos despistamos un momento, y tuve que volverme a rebuscarla, callejeando un rato largo y gritando: "¡Pukka, Pukka!" Me recordó muchísimo a hace nada, cuando tenía que ponerme a buscarla porque estaría acorralando un gato, destrozando una perdiz o correteando a las palomas o a las gaviotas. Esta vez la encontré tumbada a la sombra de un pino, agotada, moviéndome a duras penas el rabo. La cogí en brazos y me la eché a los hombros, entre el cogote, en plan estampa canina del buen pastor. Me recordó entonces a cuando era muy cachorrita y nos la llevábamos al campo, que siempre tenía que volver con ella así, reventadita de correr. La imagen del ciclo de la vida, mi fin es mi principio, es muy evidente, casi obvia, pero a mí, no obstante, me encogió el corazón. 


5 comentarios:

  1. Mi hija era muy pequeña y mi padre muy mayor, y a una y a otro hubo que ponerles pañales (de distinto tamaño, obviamente). Y finalmente, tras la operación de cadera, mi padre tuvo que desplazarse con andador, como el tacataca de los niños, para aprender (a sus 70 y muchos) a andar. No me gusta este bucle: en mi caso (y aunque eso suponga vivir unos años menos) la última parte preferiría evitármela.

    ResponderEliminar
  2. Vaya...me acabas de recordar a los últimos días de mi perro...
    Fueron 13 años de alegrias inmensas y constantes, pero bastó el sufrimiento del último año para decidir no tener ninguno más en mi vida. El dolor es demasiado intenso y lo recuerdo como si fuese ayer, a pesar de haber pasado ya 15 largos años...
    A veces me gustaría ser menos sensible...
    Mucho ánimo para éstos duros momentos.

    ResponderEliminar
  3. Luis Ménguez3:00 p. m.

    Mis padres murieron ambos de cáncer. A ambos les vi sufrir. Me enfrento a ese dolor (nadie lo quiere) y la única justificación que le encuentro es que sirva para algo y ese algo no puede ser otra cosa que la redención del mal. Les vi sufrir con dignidad y con una esperanza cierta confío en que ese sufrimiento sirva para su salvación, y por eso se que cada momento de sufrimiento es un momento de redención. Yo no pido evitarme el sufrimiento, lo que pido es que, si la Providencia me lo da, a la vez me de fortaleza para soportarlo, con la esperanza de ganar una vida mejor.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo3:06 p. m.

    Huir del sufrimiento es como suicidarse por miedo a morir, no podemos quedarnos con lo malo (en realidad lo digo más por Orion314)la misma memoria, con el tiempo, recuerda con mayor nitidez lo positivo... tendríamos que aprender de los animales en ese áspecto, aceptan la muerte y el sufrimiento como una parte más de la vida, se preparan para ello, no huyen, y aman a sus amos como si nunca fueran a morir...volvería a tener un perro, sí (y un gato, pues tuve ambos y se murieron) para que me sigan enseñando a amar la vida y más la "otra vida", no son humanos, por supuesto, ni valen una milésima parte de lo que vale una persona, pero a veces... tienen un algo humano, (o divino diría yo) que nos da vida, y ése "algo", nunca, nunca muere.

    Beatriz.

    ResponderEliminar
  5. Anónimo3:18 p. m.

    Yo creo, con Beatriz, que tendríamos que aprender de los animales su aceptación del sufrimiento y de la muerte. No sólo forman parte de la vida, sino que nadie nos prometió que no formarían parte de la nuestra. Idealmente, los pañales de una persona mayor no debieran ser diferentes de los de un recién nacido. Pretender que sólo lo bueno nos concierne, y que lo otro no tiene justificación, es engañarse a uno mismo. Hace falta un punto de vista más alto, más desinteresado. Los animales lo tienen de un modo natural: no se creen tan importantes como para que todo lo que no sea maravilloso les parezca una estafa o un crimen. Y en eso están más cerca de la verdad que nosotros.

    ResponderEliminar