La obra
de Miguel d'Ors (Santiago de Compostela, 1946) ya se contaba entre las más
intensas, interesantes, auténticas e influyentes del último cuarto del siglo
XX. Coincidiendo con el cambio de milenio, inauguró una nueva etapa con un
libro de título programático: Hacia otra
luz más pura (Renacimiento, Sevilla, 1999), de la que la última entrega es
este Átomos y galaxias. Su
evolución dibuja espirales de giros cada vez más amplios. Muchos versos se
alargan en versículos y se acentúa un prosaísmo en la línea vigorosa de un
Víctor Botas. Sin dejar atrás (los círculos, cada vez más abarcadores) ni su dicción
transparente y natural ni las formas clásicas ni el uso magistral de los recursos
retóricos.
Átomos y galaxias, con sus órbitas nucleares y cósmicas, culmina —por ahora— esa evolución. Los cien poemas del libro remiten a los cien cantos de la Divina Comedia, y simbolizan la
totalidad. La intención del conjunto la aclara en el pórtico una gran versión
de d’Ors del famoso poema de Hopkins:
Gloria sea dada
a Dios por las cosas con pintas,
por los cielos
bicolores como una vaca manchada,
por los puntos rosas salpicados en la trucha que nada,
las brasas nuevas de las castañas que caen, las alas del pinzón,
el paisaje parcelado y repartido -redil, barbecho, labranza-
y todos los oficios, sus faenas y aperos y jaeces.
por los puntos rosas salpicados en la trucha que nada,
las brasas nuevas de las castañas que caen, las alas del pinzón,
el paisaje parcelado y repartido -redil, barbecho, labranza-
y todos los oficios, sus faenas y aperos y jaeces.
Todas las cosas
opuestas, originales, superfluas, raras;
todo lo que es variable, moteado (¿quién sabe cómo?),
con prisa, lento, dulce, amargo, resplandeciente, oscuro;
lo engendrado por Aquél cuya belleza está más allá del cambio.
todo lo que es variable, moteado (¿quién sabe cómo?),
con prisa, lento, dulce, amargo, resplandeciente, oscuro;
lo engendrado por Aquél cuya belleza está más allá del cambio.
Alabado sea.
Tras
esto, los textos se ordenan por orden alfabético según sus títulos, lo que trae
a la memoria las Odas elementales de
Neruda. Pero el orden alfabético, siendo convencional, nos sugiere que las
cosas cantadas podrían ser más y otras. Lo son, de hecho, si contamos con el
factor multiplicador de las numerosas enumeraciones caóticas en las que se complace el
poeta, que ama y domina ese recurso de raíz borgiana.
Como la
diversidad temática, la formal salta a la vista: coplas manriqueñas, sonetos,
décimas, romances, versículos, alejandrinos, rimas consonantes, asonantes,
interiores, versos blancos, libres, encabalgamientos… Abundan las referencias,
los homenajes, los intertextos y los guiños culturales. Además, d'Ors presta su
voz a los muchos poetas que traduce o sobre los que escribe variaciones,
logrando un efecto coral. Con todo, el tono personal pesa demasiado a
veces. En absoluto por los elementos autobiográficos, que tanta fuerza
consiguen transmitir, como en "Abubilla", en "Intruso" o en
"Lactancia", entre otros. Ni tampoco por insistir en unos temas (los
antepasados, su escasa consideración de sí mismo, el montañismo, el astronómico coste de
oportunidad de cualquier decisión cotidiana) que son los suyos y que los aficionados le reconocemos tanto.
El peso viene de un exceso opinativo —como en la tendencia a terminar con una
moraleja— o afán explicativo, que arrincona algo al lector. Véanse las páginas 18,
27, 42, 66, 71, 87 ó 98, que quizá habrían quedado aún mejor sin la última
vuelta de tuerca.
Otra
variedad más la encontramos en la entidad de los poemas. Titulándose el libro Átomos y galaxias, no puede extrañarnos
la complacencia en alternar poemas menores o de circunstancia con los de gran
aliento. No hay que confundir este vaivén (sístole y diástole) con diferencias
de calidad. Que, sin embargo, hay; pero que no estriban en el tamaño ni en la
ambición de cada poema, sino en el protagonismo que adquiere el oficio frente a
ese "no sé qué" que el propio d'Ors establece como supremo criterio
poético. Compárense el soneto octosílabo "Anticiclón" con su hermano
casi siamés “Marzo”. A pesar de las semejanzas, el segundo vuela mucho más alto.
Existe, pues, un contraste entre poemas con menos “no sé qué”, (aunque todos esos guarden siempre alguna felicidad, como la guardan "Bolirronchos",
"PO-8761-BJ", "Programa" o "Teofanía") y otros,
muchos más, que se cuentan entre los mejores de toda la obra de Miguel d'Ors. Entre
estos últimos, felicísimos, se encuentran "Bodegón", "Floristería",
"Columpio", "Fin", "Intruso",
"Laderas", "Miércoles de Ceniza", "Narcisismo",
"Orden", "Otoño", "Taller de escritura creativa",
"Tojo"… Contraste que no deja de ser, bien mirado, un movimiento
orbital más de un libro que no para.
Por
ello, Átomos y galaxias gana leído en
conjunto, como una gran sinfonía. El poeta culmina su propósito de recogerlo
todo (lo pequeño y lo grande, la anécdota y la categoría, lo biográfico —muerte
incluida— y lo eterno) en una deslumbrante órbita abarcadora para llevarlo de
nuevo al punto de partida, que era —recuerden a Hopkins— una acción de gracias
a Dios. En realidad, ni el orden alfabético ni los últimos poemas inducen a
pensar que el libro acabe. El poema “Columpio” aúna la nostalgia con la
felicidad, lo íntimo con lo cósmico, lo cotidiano con lo trascendente... Para
la reseña de un libro circular, que no termina, qué mejor epítome:
Columpiando a
Mateo.
Sus padres -vacaciones
en agosto- lo
han
traído un año
más,
y aquí estamos,
abuelo
y nieto. Yo le impulso
el columpio. Se
acerca
a mí, risa en crescendo,
retrocede,
tocando
—paisano
momentáneo
de los pájaros— la
bóveda de la tarde,
y regresa a mis manos
con una risa nueva,
y se aleja otra
vez,
y... Ya se acaba agosto;
ya pronto,
adiós, sus padres
volverán a Pamplona;
yo quedaré en
Galicia,
esperando. Esperando
que el inmenso
columpio
del año me lo acerque
de nuevo, todo
risas,
el próximo verano.
4/5-I-11
De los hermanos Gilda y Valentín Rincón, esta bonita canción infantil que es también un poema (y trata, igualmente, de un columpio):
ResponderEliminarUna rama fuerte y alta,
una cuerda y una tabla.
Los columpios son mejores
si en la rama hay muchas flores.
Y más a gusto se mece
si abajo la hierba crece.
Mece y mece, yo me voy
el cabello al viento en flor.
Mece el viento, mece y mece,
sombra y luz sobre la frente.
Meciéndome estoy sentado,
cielo arriba, cielo abajo,
con las piernas encogidas
-cielo abajo, cielo arriba-;
con las piernas estiradas
llevo toda la mañana.
Verde arriba, verde abajo,
mis zapatos van colgando.
Meciendo, me voy meciendo
y la rama floreciendo;
soñando que estoy soñando
y la rama verdeando.
Cielo arriba, verde abajo
y mil flores por todo el campo.