Ayer celebramos el post-cumplaños de Carmen y el pre-cumpleaños de Quique. Yo supuse que no lo disfrutaría tanto como la mañana conmemorando ——leyendo, tuiteando, blogeando, releyendo—— el 20 aniversario de la muerte de Gómez Dávila, pero estaba dispuesto a inmolarme en el cumplimiento del deber, de los deberes.
Entre ellos, sostener la piñata. Saqué la escalera de la biblioteca. Pero ni yo soy ágil ni el jardín es firme. Se tambaleaba todos. Los niños, furiosos, se encaramaban por la escalera, que parecía de gelatina, para anticiparse, impacientes. Leonor, que suele ser mi sostén, estaba más ocupada en el mecanismo de la cosa. Yo pensé que me caía sobre un montón de diminutos y frágiles invitados. Mientras sacaba la escalera estuve muy tentado a recitarles, como el Quijote a los cabreros, escolios de Gómez Dávila, aunque la presencia de los padres me intimidaba. Una vez en lo alto de la escalera, el tembleque me hizo olvidar mis bravas intenciones.
Entonces, sentí unas manos firmes en mis piernas. Eran firmes, limpias, viriles, sostenedoras. Pensé que alguno de los pocos y heroicos padres que se habían apuntado a la merienda había acudido en mi auxilio. Y así, segurísimo, pude cumplir mi función con suficiente desenvoltura. Ofrecí en sacrificio la piñata. Tiraron de las cintas con una furia girardiana. Impresionaba ver a las criaturitas acaparando chucherías en una lucha feroz en el suelo, cachorros del neoliberalismo. (Nadie dirá que no les entrenamos.)
Entonces, sentí unas manos firmes en mis piernas. Eran firmes, limpias, viriles, sostenedoras. Pensé que alguno de los pocos y heroicos padres que se habían apuntado a la merienda había acudido en mi auxilio. Y así, segurísimo, pude cumplir mi función con suficiente desenvoltura. Ofrecí en sacrificio la piñata. Tiraron de las cintas con una furia girardiana. Impresionaba ver a las criaturitas acaparando chucherías en una lucha feroz en el suelo, cachorros del neoliberalismo. (Nadie dirá que no les entrenamos.)
Cuando terminó el festín, bajé tranquilamente de la escalera y me volví dispuesto a dar las gracias, un abrazo y un merecido gin-tonic a mi atento ayudante. La sorpresa fue mayúscula. Mi ayudante era minúsculo. Era Quique. Había estado sosteniéndome todo el rato, sin que nadie se lo pidiera, renunciando a participar en la rapiña de la piñata. Iba pintado de súper héroe: el arte imita a la realidad.
Por si les parece demasiado bonito para ser cierto, en estas fotos se pueden ver sus manitas, que fueron manazas, a la altura de las rodillas:
Yo pensaba que la foto de Nicolás Gómez Dávila con su guapísima hija era insuperable. Con esa cara de pura satisfacción suya y esa mano de ella que se agarra fuerte y femenina a la solapa.
Y el mismo día que la descubro me toman otra con mi hijo, que, si no vale tanto como foto, vale lo mismo (o más) como signo:
¡Vale mucho más! Enhorabuena, y muchísimas felicidades a los peques.
ResponderEliminarComentario 1. Qué hermosa entrada y qué "grande" el Quique.
ResponderEliminarComentario 2. ¡Qué nostalgia de la niñez esas piñatas liberales! Justamente viendo las primeras piñatas de mis hijos yo había pensado en esa comparación y cómo ahora son todas tan socialistas...
Espectacular entrada y gesto de Enriquito
ResponderEliminarJLC
Los hombrecitos de la casa son así, fuertes como gigantes. Lo más conmovedor es la renuncia, la generosidad con que él cede en beneficio de la familia, que se jugaba , en efecto, todo el prestigio en tus piernas temblonas.
ResponderEliminarMimadle mucho, que esas hermanas mayores tan brillantes los opacan un poco, pobrecicos míos.
Muchísimas gracias. Así, con vosotros, la fiesta es más redonda.
ResponderEliminarSi no se me cruza otro tema más urgente, haré un análisis político de las piñatas. Gracias por la versión socialdemócrata, Juan Ignacio.
¡Genial! ¡Un padre bien vale una piruleta!
ResponderEliminarQué corazón más inmenso!!! El de Quique por fuerte y generoso (me morì!!!) y el de Enrique por observarlo, valorarlo y admirarlo!
ResponderEliminarY no te caíste. Como cuando mi padre soltaba el sillín y yo, sin saberlo, seguía adelante sin caerme.
ResponderEliminarY no te caíste. Como cuando mi padre soltaba el sillín y yo, sin saberlo, seguía adelante sin caerme.
ResponderEliminarOh, qué bueno sería. Creo que llegado a ver hasta las comunistas, en que caen paquetitos con los nombres de los niños. Pero claro, es que suelen ser para chicos muy chicos que no pueden abalanzarse...
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