Hoy hace veinte años, nada menos, que empecé a salir con Leonor. Le regalé un libro (para empezar mezclándolo todo, que quien avisa no es traidor) y le estampé en la dedicatoria el romance —oh, cárcel de amor—
del prisionero.
Poco más tarde descubrí que la esposa del prisionero era...
Leonor.
(El augurio se demostró cierto.)
Felicidades a los dos prisioneros. Un abrazo.
ResponderEliminarDigo lo mismo. Y gracias por la versión extendida, que no conocía, y que me ha parecido de veras interesante; sobre todo (pero no sólo) como prueba de que, en poesía, uno de los grandes secretos del oficio es el saber callar a tiempo.
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