Me hizo gracia, aunque no cupo en el artículo, caer en la cuenta de que el Juicio Divino suele llegar muchísimo antes que el juicio de la historia, quién lo diría. También he pensado y tampoco me cupo que, más que entre juancarlistas y monárquicos, distinción que ha dado su juego y, sobre todo, sus coberturas, hay que empezar ya de una vez a distinguir entre monárquicos y monarquistas. Quiero decir, entre los que defienden al rey a toda costa, haga lo que haga, y los que defienden la institución y, por tanto, afean al rey, al príncipe o a quien toque que no estén a la altura. Los primeros no terminan de entender bien lo que es la Monarquía, y entre ellos quizá el mismo Felipe VI. Y son monárquicos, o porque hay que vivirlo o porque les da cierto tono, ya elegante, ya democrático, según los casos, o por inercia o por utilidad o por oposición a los republicanos de aquí (que eso se entiende de sobra). Los motivos no los voy a juzgar, Dios y el anónimo me libren.
Claramente Jane Austen era monarquista, pues no estaba nada contenta con el Príncipe Regente, por mucho que éste (o tempora o mores!) la admirase y hasta moviera hilos para conseguir una dedicatoria. La indignaban sus infidelidades. Un motivo más para admirarla. Para leerla, por supuesto, nos sobran los motivos. Ignacio Peyró, en su magna Anglofilia (todavía, siento decíroslo, inédita) desgrana el argumento de autoridad:
Disraeli se terminó diecisiete veces Orgullo y prejuicio; Winston Churchill, enfermo en plena guerra, pidió que se la leyeran en voz alta; por su parte, el filósofo Gilbert Ryle dejó dicho, al preguntarle si leía ficción, que se terminaba “las seis novelas” cada año.
Otros motivos los expongo en el último número de Misión:
Ser monarquista tiene un aire vandeano, legitimista. De lises y escarapelas.
ResponderEliminar¡Qué bien me lee usted!
ResponderEliminarAhora recuerdo algo que -devoto como eres de ambos- te gustará. En sus últimos días, ¿qué quiso leer father Knox? A la Austen, claro. Gracias por tu cita.
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