Los ángeles existen pero pueden ayudarnos menos de lo que quisieran. Les cuesta mucho contemplarnos sin irritar sus ojos, llamar a nuestra puerta sin llagar sus manos, escuchar lo que decimos sin dañarse el corazón.
Y el mío, vista cansada, manos encallecidas, corazón roto, no deja, sin embargo, de ayudarme todo lo que quiero, que es mucho.
[El espléndido aforismo es de Alejandro Marzioni, la certeza es mía.]
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