viernes, 26 de septiembre de 2014

Encadenados


No es lo que parece. Porque parece fatal. Este fin de semana, Leonor viaja a Amsterdam, sí, ay, a Amsterdam, con sus amigas; y yo voy solo a Madrid a la beatificación. Los niños se quedan con su abuela en casa. 

Ahora las explicaciones. Ella cerró el viaje hace un siglo, sin que ni ella ni yo cayésemos en la coincidencia con Madrid. En principio, pues, yo me habría quedado con los niños, lamentando la modernidad de celebrar así el 40 cumpleaños de su grupo de amigas, pero bueno, con los niños. Y ella me habría acompañado a Madrid a la beatificación, como le hubiese gustado. 

Lo bueno es que ella ha sentido más que yo, si cabe, tanta modernidad. Y lo mejor no es eso. Ayer se puso una cadena con el escapulario para el viaje, ella que no acostumbra. Y esta mañana, he visto que había rebuscado entre los regalos de bautizo de los dos niños y cada uno llevaba su cadenita. Estaban muy contentos. Yo, hasta ahora el único encadenado de la casa, lo estoy mucho más. Hay otro vínculo, y muy fuerte, entre nosotros. 


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