Tiene Jesús Cotta la costumbre de hacer cada fin de semana una obra de misericordia: nos manda un poema. El de hace un rato me ha conmovido especialmente. Es éste:
Nada me gusta más
que estar con los amigos
donde no falte el vino ni la charla,
y mejor si ya es tarde y si la noche
nos va pasando a todos
sus brazos por los hombros
confidente y serena.
Pero entre todas esas
horas de la penumbra,
ninguna como aquella en que, de pronto,
un relámpago ciego atravesaba
la larguísima mesa,
la barricada de las voces,
el laberinto de los hombros
y, en un vuelo sin sitio, me llegaba
el minúsculo abrazo de tus párpados.
[Inmaculada Moreno, publicado en la revista Estación de Poesía]El poema es estupendo, ya se ve; pero me ha conmovido por dos razones más. Justo anoche estuve con Inma y otros amigos, pocos, donde no faltó vino ni charla y era tarde y la noche nos pasó, en efecto, sus brazos por los hombros, confidente y serena. La coincidencia me ha estremecido.
Pero además una enseñanza de fondo. No había percibido ese transido "minúsculo abrazo de los párpados", quizá ocupado en levantar yo, más que nadie, la barricada de voces. Y ese de más del todo inesperado es lo que siempre nos ofrece la poesía, cuando es verdadera, aunque uno haya vivido la anécdota (o una exactamente idéntica) desde la primera fila.
¡Ooooooh! ¡ooooooooh! ¡ooooooooh!
ResponderEliminarTodos los poemas posibles están escritos dentro de cada lector. El poeta sólo se los despierta.
ResponderEliminar(JOSÉ MATEOS)