Graduar
Ayer volví a graduarme la vista. Es incomodísimo el sillón ese: decidir con qué variación leve de lentes ves con más nitidez las letras del fondo. Yo voy angustiándome en un mar de dudas. Lo peor es la paradoja: tienes que mirar lo que pone en el cartelito luminoso pero te estás mirando los ojos que miran, vueltos sobre sí mismos, casi girados en las cuencas como en una película de miedo. Es una imagen del solipsismo.
La vista lo único que no quiere es verse: está volcada sobre el mundo.
Se lo cuento al óptico, pero no lo confundo. "¿A ver ahora: mejor?", pregunta cambiándome un cristalito por otro idéntico...
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