jueves, 15 de octubre de 2015

El barbero en Langlois


De Conversaciones conJ. M. Ibáñez Langlois lo que más me iba encantando eran los chilenismos, tan sabrosos. Es un libro que sorprenderá y gustará mucho más a quien no sea del Opus Dei, precisamente, porque cuenta muchas cosas estupendas del espíritu, de la vocación y de la vida en familia que uno tiene ya sabidas. Pero luego, cuando habla de poesía y de crítica (a lo que se resiste como un gato panza arriba), creció mucho mi aprovechamiento.

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Para mi padre, que tenía casi la religión de la justicia (porque religioso no era), las exigencias eran dos: honestidad y buenas notas. 
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Entonces, con un mismo ir y venir de la mano abierta, nos pegó un sopapo (suave, casi simbólico y nos dijo: “Yo no los he puesto en un colegio bueno para que saquen esas notas. En adelante, los primeros del curso, ¿entendido?  
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[De los primeros del Opus Dei en Chile, españoles] Aunque yo no compartía esa fe cuando les conocí, su heroísmo de quijotes me pareció de todas maneras conmovedor.  
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Todo mi capital era una frase suelta de Léon Bloy: “Hay una sola gran tristeza en este mundo: no ser santo”.  
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Y sobre todo a José María Valverde, cuyas ideas sobre la Filosofía del arte inspiraros mi tesis doctoral.  
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Una vez fui a visitar a un anciano que se moría. Me contó su vida entera, sus andanzas por el norte y por el sur, sus distintos trabajos. Al lado estaba su pareja. Después de muchas explicaciones aceptó los sacramentos. Pero lo que más me impresionó fue algo que me dijo: “No crea usted, padrecito, que lo hemos pasado mal. A veces lo hemos pasado muy, muy bien. Por ejemplo, en una esquina de la población venía alguien a veces a vender sandías. Y cuando podíamos (por la plata), yo le decía a la patrona: ¿Vamos a comer sandías? Entonces íbamos y comíamos sandías. Para que vea lo bien que lo hemos pasado: nos comíamos unas buenas tajadas de sandías (sandillas decía)”.  
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Un profesor austríaco que enseñaba en Innsbruck, le definió así su pensamiento: “esqueleto tomista y carne existencialista”.  
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Yo tuve durante muchos años la obsesión de abordar el tema [sobre el Libro de la Pasión], en sucesivos intentos de narración y hasta de teatro, que resultaron fallidos. En cuanto a la poesía, me faltaba el lenguaje adecuado, que un día se me dio de un modo imprevisto: en un libro sobre el tema, una frase secundaria sobre la actitud de los soldados romanos me dio el tono, la nota de diapasón. Entonces supe de inmediato que ya tenía el tiembre de voz preciso. El primer poema escrito de esa manera, sin embargo, fue eliminado en una de las muchas purgas del texto, al escribirlo y reescribirlo durante cinco años. 
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El problema lo tengo con los semi o cuasi intelectuales, con la “culturalitis”.  
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La importancia capital de ese imponderable que se llama el gusto.  
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Tuve que hacerme cargo de esa objeción [su severidad de juicio como crítico, su falta de misericordia, siendo sacerdote] Dije que no había sido llamado a mi tribuna de El Mercurio para ejercitar obras de misericordia, sino más bien (como siempre que se trata de juzgar) obras de justicia.  
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… como se ve, respondo con un libro a la menor provocación.  
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[En una cena con políticos, todos pedían subvenciones, ayudas, canonjías…] Frei preguntó a Carlos León qué pensaba, y él dijo que no entendía mucho lo que pedían sus colegas, considerando las condiciones penosas de pobreza, enfermedad, cárcel, en que habían escrito Cervantes, Dostoievski, Spinoza sus grandes obras. Siguió un silencio sepulcral.



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