Me pregunta una amiga: “¿Cómo va tu voto de silencio?” “Boto
de alegría”, le respondo. Hacía meses que no leía así.
*
A ver si me va a costar más dejar el café que dejar de hablar.
*
Para estar callado, mirar el fuego. Enciendo las dos chimeneas
de casa y voy de una a otra por puro gusto de viajar. Son muy diferentes. La
del salón tiene un fuego alegre, altivo, vivo. La del cuarto de estar es más
torpe, a ras de suelo, sin alegría, con muchos humos. Es torpe. Se le
desmoronan los troncos a cada rato.
Sin embargo, al final me instalo en ésa. El enternecedor
encanto de la torpeza.
*
En la comida, Leonor no deja de hablarme y hacerme preguntas.
Rompo mi voto y mi boto y me reboto. “Oye, que me han prescrito ‘reposo vocal
absoluto’” Se le hace duro estar con “un bulto mudo” [sic] y a mí me asombra
que tras 16 años hablándole sin parar hasta el destrozo de mis cuerdas vocales,
todavía quiera oír qué le cuento.
*
Los niños se portan mejor. Me hablan ellos sin parar. Carmen
trae del colegio un interés muy grande por los escorpiones. Están debajo de las
piedras, me informa. Pero eso en el campo. En El Puerto debajo de las piedras
lo que hay son cangrejos. Ea, más marinera ni Alberti. Y me río en silencio
recordando el asombro de las primas de Leonor por el acentazo andaluz de la
niña. ¡Si llegan a oírla hablar de cangrehos
ebajo lah pieras!
*
Ahora que no hablo, me duele más la garganta. Será porque me
la miro más.
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