sábado, 28 de mayo de 2016
Sensibilidad
Voy en moto y la brisa me acaricia. El sol abraza, no abrasa. A pesar de la sensualidad en la que floto, paso cerca de una chica que camina y ni me fijo. Diez metros más allá me para el semáforo. Unos obreros están poniendo unas grandes losas en la acera. Tan grandes que traen a la memoria un eco del Antiguo Egipto. El rojo del semáforo da tiempo a que la chica llegue a nuestra altura. Los albañiles se entusiasman y se desbordan en alabanzas, aleluyas, silbidos y exclamaciones. Los ojos se les salen de las cuencas.
Creo haber descubierto un motivo para la proverbial afición del gremio a la belleza femenina y al piropo callejero. Dejar un momento de trabajar. Están más que predispuestos a la belleza que pasa.
Y no lo digo con cinismo. Me parece muy hermoso que el trabajo duro despierte la sensibilidad y la sensualidad.
¡Que no soy albañil, buen hombre!
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