jueves, 23 de junio de 2016
Morriña (una explicación)
No tengo sangre gallega. Sí vasca, catalana, alicantina y, sobre todo, andaluza. Sin embargo, han bastado cuatro días cortos en Galicia para que ahora me descubra, asombrado, una nostalgia muy melancólica de allá. "¿Cómo es posible?", me interpelo. Cuando he vivido fuera de casa, no he sentido este sentimiento de pena dulce. Y como veía que los gallegos sí, pensaba que era una cosa como céltica o así. Pero no: es geográfica. Además de los encantos del lugar, requisito sine qua non, sucede, si no me engaño, lo siguiente.
Entre la lluvia abrillantando las piedras y corriendo calle abajo, los verdes profundos y brillantes y ondulantes, entre los acentos dulces, entre todo, y sin mentar al ribeiro, en Galicia se logra una extraña forma de felicidad que te aprieta el corazón. Luego, cuando uno ya no está allí, se acuerda y la nostalgia le aprieta el corazón igual que entonces, y subconscientemente, ese ahogo sentimental te recuerda vivamente al que sentías a cada paso en Galicia, y no dejas de estar allí sin estar, retroalimentando el sentimiento. Eso hace agudo, intenso, repleto y abismado el vacío interminable.
Un andaluz se pone triste de recordar su tierra, pero esa tristeza no le recuerda a su tierra y ahí se acaba todo. Con Galicia no es tan simple, y es mejor, porque la memoria se riega a sí misma. Uno puede pasar apenas cuatro días en Galicia y echarla de menos casi como un gallego, digo yo, porque más parece inconcebible.
Qué curioso...
ResponderEliminarEs sólo un boceto de explicación, Suso. Tendré que seguir investigando, para lo que he de volver a hacer trabajo de campo. Lo que haré encantado. ¡El trabajo gustoso!
ResponderEliminarSegún Ortega, lo que le pasa al andaluz emigrante no es esa melancolía dulce de la morriña. Es algo más grave: está tan apegado a su tierra que cuando se la quitan, y no otra cosa es la emigración, deja de ser andaluz.
ResponderEliminarJil.
¿Y si echando de menos el continente -Galicia- estás echando de menos también el contenido, todo lo que viviste esos cuatro días en ella, gozos intelectuales, amicales, afectivos, poéticos, gastronómicos...? El misterio quedaría entonces parcialmente resuelto, en la medida en que el conjunto, continente y contenido, te proporcionó una alta dosis de gloria, es decir, de alegría.
ResponderEliminarAunque en realidad Galicia sería al mismo tiempo continente y contenido, botella y vino, escenario y escena...
ResponderEliminarLa teoría vegetal de Ortega sobre los andaluces es una maravilla. Yo, tan arraigado, me veo bastante reflejado en ella.
ResponderEliminarY Suso no es sólo echar de menos, que me pasa con todos los amigos de otras partes. Es que con Galicia sentía... ¡morriña! Me pareció tan raro que he intentado una explicación.
Y tu explicación consiste en decir que "en Galicia se logra una extraña forma de felicidad que te aprieta el corazón".
ResponderEliminarVuelvo pues al principio. "Qué curioso...".
Yo no podría vivir fuera de Galicia, ¿sabes? Quizá ahora puedas entenderlo.
que bueno que descubro este blog a través de Monasterio.lo enlazo.
ResponderEliminar@ Suso Ares Fondevila
ResponderEliminar"Yo no podría vivir fuera de Galicia".
Tu frase me deja tan patidifuso como admirativo. Yo, que viví mi infancia y adolescencia en El Bierzo, y que llevo viviendo en el extranjero 35 años, sin apenas volver por España, admiro realmente esa fidelidad geográfica.
Yo no podría vivir fuera de París, pero ello por razones únicamente culturales, a causa de su "oferta cultural" (como diría un pedante) sobre todo por los conciertos (la música es, cada día más, mi droga preferida).
Escribiendo esto me doy cuenta de que en el fondo, en ambos casos, se podría decir que se trata de fidelidad a la Belleza, una misma necesidad espiritual, ¿no?