Palas de Santander
De Santander he traído a mis hijos dos palas cántabras, que bien que pesaban en la maleta. Quizá regalándome algo que a mí me habría encantado tener en la adolescencia, he caído ahora. Quique la cogió con más alegría, aunque le costaba levantarla del suelo, y no digo ya dar los golpes, que no pudo. Carmen con la suya no sabía qué hacer. "¿Te gusta, Carmen?" "¿Puedo pintarle un corazón rojo?"
Menos mal que de verme sí se pusieron muy contentos.
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