Anoche se quedaron mis niños con un canguro. Era la primera vez que los dejábamos, pero nos íbamos tranquilos, pues se quedaban con el hijo estupendo de un estupendo amigo. Todo fue estupendo, en consecuencia. Esta mañana, estaban encantados y me contaron todo a lo que jugaron. De pronto, Quique pone cara de triste (de triste teatral) y me informa de que le dieron un leve cate. "¿Por qué?", le pregunto angustiado doblemente, por el cate y porque se lo mereciese, poniéndose pesado con el heroico canguro. "Porque dejé tirados los zapatos por el salón y no quería recogerlos"; y, de golpe, el cate me lo llevo yo, que no les doy ejemplo ni les educo en el orden. Quique no entendería tanto afán por la recolección nocturna de zapatos. Recordé lo ordenado que es mi amigo y en el horror al caos que tiene que haber inculcado en sus retoños. El cate es mío. Y me asusta imaginar la de cates que se llevarán mis hijos a cuenta de mis defectos y carencias, pobrecitos.
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