sábado, 15 de julio de 2017
Un bofedón sin manos
Le había dicho varias veces que tenía que sembrar los claros del jardín. Hacía meses que yo había quedado en eso con su jefe, pero Manolo el jardinero me había propuesto venir a hacerlo una tarde, por su cuenta, cobrándolo aparte. Le dije que tenía que hacerlo en sus horas de trabajo, porque, si no, yo pagaba dos veces. Dijo: "Sí". Pero fue "no". Le hice varios recordatorios. Infructuosos. El otro día llamé al jefe para decirle que el trato fue que en verano el jardín estaría en estado de revista y que aún no se había ni sembrado. Al rato, Manolo estaba dándole a la azada y voleando el grano. Bien. Pero ha empezado a llamarme "Don Enrique" con mucha formalidad. Su respeto quiere decir desprecio. El "don" es una manera paradójica de mostrarme su enfado: casi un bofedón sin manos. Quizá Manolo no sabe que me gusta tanto el lenguaje y los juegos implícitos, que hasta me consuelo de su desdén, de su desdón.
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