sábado, 16 de septiembre de 2017
Cuento hasta tres
Recibo un e-mail y me choca su impertinencia, que no sobrepasa la línea del insulto, pero bueno. Me extraña muchísimo en el que me la envía, aunque me habla de algo que tenemos entre manos y que puede haberle molestado. Al final, al borde mismo de cerrar el correo, pero irme con mi pena a cuestas, veo que había confundido el nombre. Y que era de otro, al que le doy por amortizada la acritud. Cierro el correo feliz.
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"Qué bien te veo", me dice un amigo. En realidad, es un amigo de mi padre. En verdad, es un amigo heredado de mi padre, un amigo doble, pues. Y no la oigo como una frase de compromiso, un saludo consuetudinario, algo para romper el hielo, a pesar de que estamos en septiembre y no me veo bien. Nuestro amigo tiene párkinson y es normal y es verdad que me ve bien y que lo estoy, muy bien. Le doy mis mejores gracias.
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Nunca me he tomado muy en serio la necesidad de ver el sol que dicen qeu tienen los septentrionales. Les oigo como quien oye llover. Pero esta mañana, al salir de casa, he vuelto a recordar y a vivir la alegría que me da ver las estrellas. Si viviese en un lugar en que las nubes no me dejasen verlas casi siempre, entonces sí que me quejaría y más que nadie.
"Recibo un e-mail y...". Mi eterna meditación: Lo recibido se recibe al modo del recipiente. No es lo mismo chatear que escribir. Ni es lo mismo escribir que charlar con la persona enfrente, cuando se ve su espresión, se oye la inflexión de la vos, se escucha lo que dice a continuación de lo que uno dijo... ¡En fin!
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